miércoles, 25 de noviembre de 2009

La crisis y el surrealismo

Hay veces en que uno tiene la sensación de que en épocas de crisis la gente anda medio desquiciada. Y de que esos desquicies pueden originar situaciones verdaderamente surrealistas, casi grotescas. Ayer, a media mañana, entró en la librería una señora de unos sesenta años, delgada, enjuta, muy acelerada, con una especie de tic nervioso en una parte de la cara, la derecha, y unas gafas más grandes que el rostro. Quería un libro que tengo en el escaparate para una niña, uno de esos vistosos troquelados que, al abrirse, se transforman en castillos, en el castillo de la Princesa, en este caso. Se lo muestro. Le parece precioso. Me pregunta el precio. 20 con 60, le digo. Qué caro, si me lo rebajara un poco, susurra, es que ustedes ponen los precios de los libros muy caros. Señora, discúlpeme, pero nosotros, los libreros, no somos los encargados de poner los precios a los libros, ya vienen así de las editoriales. Rebájemelo, insistió con un tono firme, dictatorial, de monja mala. No puedo (y no quiero, me faltó por añadir: seguro que este tipo de clienta, si se presenta en unos grandes almacenes, no se atreve a pedirles descuentos a las dependientas de allí; además, basta que me hablen en ese tono, para que me niegue en redondo), afirmé con rotundidad, al tiempo que le mostraba otro troquelado, la casa de Papá Noel, que iba en la misma onda, al interesante precio de 5,95. Ah, no es lo mismo, sentenció. Le digo (y es cierto): el año pasado este mismo libro costaba 12 euros, pero para estas navidades lo han rebajado. No, no y no. No me está usted vendiendo ninguna ganga, me espeta, casi enfadada, que lo sepa. Aquí, sinceramente, me apetecía mandar a la buena señora a la mierda, pero como uno tiene que tener en el trabajo la paciencia que no posee en su vida privada, le repliqué: en serio se lo digo, señora, es una buena compra. Muy buena. ¡Es que lo tengo que enviar por correo al extranjero y allí me van a cobrar lo mismo que cuesta el libro por los gastos de envío! Aquí dejé la mente en blanco, la llevé lejos, muy lejos, a una playa del otro lado del Atlántico como mínimo, y me centré en ese estupendo puente de cuatro días que tenemos dentro de una semana y media. Vale, vale, lo llevaré, exclamó, como si supiera que mi paciencia estaba llegando ya al límite de lo permitido por los 5,95 euros de marras. Al menos, dijo, deme el papel de regalo para envolverlo, que lo quiero empaquetar en mi casa. Se lo di, claro. El caso era que se marchara ya de una vez antes de que la tensión arterial me reventara la cabeza en mil pedazos. Supongo que la persona de la ventanilla de Correos podrá contar la segunda parte de la historia.

3 comentarios:

  1. Que paciencia hay que tener......... Tu actuación con la señora es de premio. Felicidades!

    ResponderEliminar
  2. Cómo te comprendo Ovi... te cuento la mía última.. viene un tio a cambiar la Odisea y me dice que como es la segunda parte! de la Iliada pues que sin leer la primera es imposible enterarse de nada. Le indico amablemente que aunque estén relacionadas se pueden leer independientemente sin ningún tipo de problema y me montó un pollo, diciendo que cómo me atrevía a cuestionarle!!! dijo que yo le estaba cuestionando, que él era abogado (????? y a mi qué coño me importa) y que conocía perfectamente los clásicos... yo también mandé mi mente a la isla esa que dices.. la del Atlántico jaja pa no pegarle un bofetón! uf
    :)
    un beso
    LaMisántropa

    ResponderEliminar
  3. No suelen haber muchos buenos finales pero ese es uno. Me gusto

    ResponderEliminar