lunes, 30 de noviembre de 2009

Injusticias

Era una de esas amigas de la infancia de mi hermana que, cuando a los quince años casi todas revolucionaban la caja de maquillajes de mi madre en el cuarto de baño de casa antes de ir a la sesión del sábado tarde de la discoteca de moda, prefería quedarse en su habitación, leyendo tranquilamente un libro o viendo alguna película de la televisión. Era más tímida y retraída que las otras. Iba a su aire. No parecía interesarle aquel barullo adolescente. Estudió en la universidad, conoció a un chico, salieron un tiempo y se casaron. Una vida normal, hasta aquí, como la de cualquiera. La última vez que mi hermana la vio, hace casi un año, parecía radiante, feliz y muy ilusionada: estaba a punto de tener una hija. Ayer, de camino a los mercadillos del Fontán, mi hermana y yo nos encontramos con su madre. Tenía la cara desencajada (las grandes gafas de sol no podían ocultar el dolor) y la voz quebrada. Aquella niña que su hija estaba esperando se murió -muerte súbita- quince días antes de nacer. ¿Qué dices ante algo así? ¿Cómo puedes ayudar? Me temo que sobran las palabras. Lo mejor es el silencio y, acaso, el discreto abrazo, la mirada cómplice, que se sepa que estás ahí, a su lado. Dejar que la vida siga su imprevisible curso y que el tiempo apacigüe las cosas. Ante historias así, siempre pienso en la gente que cree en algún Dios. Ahí, de alguna manera, supongo que encuentran algo a lo que agarrarse. Todos mis respetos.

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