martes, 31 de marzo de 2020

Tortilla de patatas

Hoy toca salir. Tengo que acercarme a comprar varias cosas y llevarles a mis padres comida (y ponerle a mi madre, dado que no queremos que pise el ambulatorio, su inyección semanal). Entre otras cosas, les voy a llevar la mitad de la tortilla de patatas (con cebolla, naturalmente) que está ahora haciéndose en la cocina. Por la ventana, entreabierta, se cuela un frío intenso, el que anuncia la nieve que acaban de dar en la radio para esta tarde. No importa. No siento ese frío. De repente, estamos en verano. Hace mucho calor, y en la radio han dejado de contar noticias catastróficas y suenan canciones tontas y alegres. Nos vamos a la playa, los cinco. ¿A qué playa vamos? Nos pelearemos por esa cuestión, como siempre, ya lo verás. Todos queremos lo mismo, eso sí: una playa grande, con poca gente y el bar cerca. O sea, lo imposible. Si quieres playa grande y poca gente, no hay bar. Bueno, bueno, da igual, meto las cervezas en la nevera.  Sí, la botella de vino blanco también. El caso es aprovechar el día, que para un día de intenso sol que hay en todo el verano...
Pongo la tortilla en un plato, satisfecho con el resultado. La corto a la mitad y, al hacerlo, una luz resplandece de pronto tras la ventana. El sol ha desaparecido. Es la luz de la casa de la vecina de enfrente, que empieza a trastear por la cocina. Ya no suenan canciones tontas y alegres por la radio. Dicen no sé qué de la pandemia. La apago casi violentamente. Creo que ya está empezando a llover. 

domingo, 29 de marzo de 2020

Carmen de Mairena

Supongo que no soy la única persona que cuando Carmen de Mairena salía por televisión veía más allá de aquel personaje excesivo, deslenguado, ordinario. Veía el camino recorrido hasta llegar allí, bajo los focos que la convertían por unas horas en lo que siempre había querido ser: una artista. Y allí, bajo los focos de aquel plató convertido en circo, lo era, con sus limitaciones y extravagancias, pero lo era. Y no veía, más allá de las lentejuelas del personaje y la peluca roja que remitía a la Montiel, un camino fácil. ¿Os imagináis lo que tuvo que ser aquel trayecto durante los años más  grises de una dictadura y también durante los años posteriores? (Su trayecto y el de tantas personas como ella). Es sencillo imaginarlo, por poca sensibilidad o capacidad de ponerse en la piel ajena que se tenga. El precio de la libertad, de querer ser uno mismo, de hacer lo que te salga del coño (por utilizar sus propias palabras) en todo momento. Y eso, para mí, dejando a un lado cualquier valoración artística, merece un aplauso. 

sábado, 28 de marzo de 2020

Una hora menos

Me acuerdo de la rabia que nos daba en aquellos lejanos tiempos en los que las noches de los sábados, disfrutando de calles y bares, las dos se convertían en las tres. Y en lo felices que nos hace hoy al pensar que tenemos una hora menos de encierro. Quién lo iba a pensar entonces, tan ansiosos como éramos, mientras la vida discurría a toda velocidad a nuestro alrededor. 

viernes, 27 de marzo de 2020

Titiriteros

Titiriteros. Puede que últimamente sea una de mis palabras favoritas. Otras como cómicos, actores, actrices, ya lo son desde hace mucho tiempo. A veces, anclado en este encierro, camino por la casa en silencio y la digo en voz baja. Titiriteros. Todas esas personas que se suben a un escenario para hacernos reír o llorar, para emocionarnos de múltiples maneras, para removernos las entrañas y las reflexiones. Para hacernos sentir las grandezas y las miserias del ser humano. Ellos, todos esos personajes inmortales que hablan a través de intérpretes (titiriteros) prodigiosos, también somos nosotros. Digo titiriteros y el ánimo se viene arriba. Y entonces pienso en algunos de esos momentos que he vivido sentado en la butaca de un teatro, que hoy, 27 de marzo, celebra su día (por eso me centro en los titiriteros teatrales, sin olvidar al resto), y digo en voz alta alguna frase de obras que que se han quedado marcadas en la memoria. Y siento que la vida así, encierro incluido, tiene más sentido. Que la vida así siempre avanza. 
Quiero salir de aquí, y caminar sin rumbo por las calles, y abrazar a mi familia, y entrar en una biblioteca, y revolver en una librería y en otra, y manchar las manos en una mesa de libros viejos (uno por tres euros, dos por cinco), y beber cerveza en una terraza, y bañarme en el mar, y sentir la arena o la hierba bajos mis pies, y hablar una hora con esa amiga que te encuentras inesperadamente en cualquier esquina... Y quiero volver al teatro, naturalmente. Quiero sentir ese vértigo previo al inicio de una obra que sólo es comparable con las mejores cosas de la vida. Las que vienen siendo imprescindibles. 
Titiriteros, ¡alehop!

jueves, 26 de marzo de 2020

Pan

Iba yo a comprar el pan y ahí estoy, a la cola. Todo el mundo mantiene escrupulosamente la distancia exigida. El sol de este repentino verano está a punto de alcanzar mis zapatos. La cola avanza a buen ritmo porque las chicas de la panadería estrella del barrio son muy eficaces. Doy nuevos pasos. El sol ya calienta mi rostro. Ya me llega el olor del pan, de los dulces, de las empanadas... Y de repente, no estoy ahí, no estoy en 2020. Me voy diez años atrás y estoy sentado en la pequeña terraza de una panadería de un barrio tranquilo de Nueva York. (Luego me enteraría que se trataba de la panadería donde compraba el pan Elvira Lindo cuando vivía allí). Después de una larguísima caminata, decidimos sentarnos en la primera terraza que encontramos. El olor también es delicioso. Tomamos café y un bollo dulce. Observamos a la gente. Sus pasos tranquilos y silenciosos, alejados del bullicio de otras zonas de la ciudad. Nuestras piernas, cansadas, se toman un respiro. Es primavera, acabamos de casarnos y el tiempo es agradable. Ahí, en la cola de panadería estrella de mi barrio, ya en este inquietante 2020, la chica dice: siguiente. Soy yo. Avanzo. Me gustaría comprar todo lo que tienen en el mostrador, detrás de la mampara, pero sólo pido una barra de pan. La cojo. Aún está caliente. Camino despacio hacia mi casa, sintiendo el calor de la barra de pan en la mano y el del sol en el rostro. Estoy aquí y estoy allí. 2010, 2020. Me gustaría comer un trozo de pan, pero no soporto las barras que no se parten con el cuchillo, y no lo hago. Con ese sol y esos breves minutos en la calle, me conformo. 

miércoles, 25 de marzo de 2020

Cerezas

Empiezas contando los pasos que das por el pasillo y luego dejas de hacerlo. Lo importante es mover las piernas. Imaginar que caminas por algún lugar desde el que se puede escuchar el rumor del río, las ramas de los árboles, el jolgorio de los pájaros. Es primavera, al fin y al cabo. El tiempo de abrir las ventanas y salir a la calle, pero no, aún no, dices de pronto, en voz baja, como si tuvieses un interlocutor enfrente. Sigues caminando por el pasillo, ya sin contar los pasos, tratando de sentir cansancio en las piernas y los latidos un poco acelerados del corazón, y descubres que tienes que volver a barrer cuando la gata juega con unos hilos cuya procedencia desconoces. Durante las mañanas, aún tienes fuerzas para realizar las tareas domésticas, siempre -con encierro o sin él- tan ingratas. Cocinar, tras el paseo (vamos a llamarlo así), supone una pequeña alegría. Abrir la nevera y decidir qué toca hoy. Que suene la música (la radio, con tanta información negativa, es mejor dosificarla). Y suena. Te apetece una copa de vino, pero sabes que no es la hora. Mejor por la tarde, después de la lectura, a modo de recompensa. Y sigues pelando patatas, batiendo huevos o preparando la salsa para la pasta. Y su voz, desde el salón, te pregunta: ¿cómo vas? Y dices: bien, bien. Lo dices dos veces: bien, bien. Con firmeza, para que no se preocupe. Y continúas con lo tuyo. 
Sabes que pronto llegará el tiempo de comer esas cerezas que, sin ser tu fruta favorita, este año tanto te apetecen. 

lunes, 23 de marzo de 2020

Peces

A veces, cansando de leer, ver películas, cocinar, escuchar la radio o cualquiera de esas cosas a las que nos agarramos para afrontar este encierro, pienso en momentos que me han hecho feliz. Y tengo, de pronto, cinco o  seis años. Hace calor. Voy con mis padres por un mercado (puede que sea el de Mieres) y veo un puesto donde una mujer grande está vendiendo peces. Me acerco y veo el movimiento en el agua de aquellos peces naranjas y negros. Algunos son muy pequeños, sobre todo los negros. Hay más gente alrededor. Compran peces. La mujer grande los coge con una especie de colador y los mete en una bolsa transparente llena de agua. Los niños se alejan entusiasmados con aquella bolsa transparente con dos o tres peces dentro. Mis padres me miran y sonríen. No sé nada de la vida aún. Ni siquiera sé lo que es la felicidad porque, afortunadamente, hasta ese momento no he conocido otra cosa. Con lo cual, en esos momentos, supongo que ése es el estado natural. Que no existe otra cosa. No hay más planteamiento. 
Nos alejamos del puesto de la mujer grande que vende peces. Hay mucha gente por el mercado y a veces se hace difícil caminar. Algunos niños pasan por nuestro lado y se quedan mirando los peces que llevo dentro de la bolsa transparente. Dicen, mientras se alejan, que ellos también quieren ir al puesto donde está aquella mujer. Pero ya no los veo porque el tiempo se ha detenido y sólo tengo ojos para contemplar aquel movimiento silencioso, el de los peces dentro de una bolsa transparente llena de agua.  

domingo, 22 de marzo de 2020

Lejos de casa

Aquí está el poema con el que acabo de quedar finalista en el VII Premio Internacional de Poesía Jovellanos,'Lejos de casa', y que algún día será el título del poemario en el que llevo mucho tiempo trabajando. 

comer una manzana
aquí 
lejos de casa
sentir en las encías 
un leve sabor a sangre 
y el óxido casi instantáneo de la fruta 

hacerse viejo es aceptar
las derrotas
el deterioro físico
la desaparición de los seres amados

hacerse viejo es otra manera
de alejarse de aquella casa
pintada de amarillo 
y regresar a ella
cada vez que comes 
una manzana





viernes, 20 de marzo de 2020

Aplausos y silencios

Me parece bien abrir las ventanas y aplaudir a unas personas que están haciendo un trabajo digno de todo elogio. Es emocionante, cada noche, ese sonido que rompe tanto silencio, tanta incertidumbre. Pero, sinceramente, no veo que sean días para caceroladas, sean contra quienes sean y por merecidas que puedan parecernos. Creo que es un tiempo de angustia y también debería serlo de reflexión. Y de agarrarse a lo positivo. A todo lo positivo que vaya surgiendo en medio de toda esta inesperada situación, de este golpe bajo y sucio que nos están dando. Ya habrá tiempo de manifestarnos contra todo eso que no nos gusta. Con cacerolas, manifestaciones en las calles y lo que sea necesario. Como siempre hemos hecho. 
E insisto: no estoy defendiendo a nadie. Sólo quiero, al abrir la ventana de mi casa, un poco de esa tranquilidad que, por momentos, nos están arrancando de cuajo. 
Prefiero el aplauso y si no, el silencio. Por ahora. 

jueves, 19 de marzo de 2020

Valentina

Me imagino a Valentina, la mujer que ayer limpiaba la tribuna en el Congreso cada vez que subía un político a compartir su discurso, de regreso a casa. Y me la imagino -en el metro, en el autobús, caminando- satisfecha, quizá un poco eufórica, cansada sin duda, por el aplauso recibido. Un aplauso siempre es un reconocimiento a la labor bien hecha. Como el que reciben las actrices de teatro después de una gloriosa interpretación. Me la imagino, digo, satisfecha porque su más que necesaria labor tuvo con el aplauso su justo reconocimiento. No siempre pasa, no siempre reconocemos los trabajos imprescindibles de quienes en momentos tan tremendos como éste (o no tan tremendos) están ahí, dándolo todo. No, no siempre ocurre, por mucho que ahora, aterrados y cansados como estamos, salgamos todas las noches a las ventanas para dar las gracias al personal sanitario.
Me imagino a Valentina, ya en casa, tratando de atrapar el sueño con el sonido de ese aplauso aún en los oídos, como en esos días en los que las cosas nos han salido bien. 
Y esas imágenes, todas ellas, me reconfortan. 

miércoles, 18 de marzo de 2020

Bocadillo de mortadela

Merendar un bocadillo de mortadela no será muy sano ni protegerá de ningún virus, pero qué bien sienta. Hacía años que no la probaba, que si es mala, que si engorda, que si no sé qué... Pero este día las masas enfervorecidas no me dejaron otra opción: ni rastro de pavo ni de jamón york. Mortadela. Cajas y cajas de mortadela. Pues mortadela. Luego ya, si eso, hacemos la literatura de la magdalena proustiana y todo por ahí. 
Y mañana, brócoli, que de eso también había. 

Salvaje

Acabo de ver, de nuevo en Filmin, 'Salvaje', una durísima película dirigida por Camille Vidal-Naquet sobre la prostitución masculina y también sobre el amor no correspondido. De hecho, más allá de la sordidez, de los bajos fondos, de las palizas, de las mamadas por cinco o veinte euros, de las enfermedades, lo que más me ha conmovido es el empecinamiento del protagonista por un amor que no puede ser. Qué terrible es eso. Esa entrega. Esa fragilidad. Esa autodestrucción. Esa imposibilidad del amor, en palabras de Marguerite Duras. 

lunes, 16 de marzo de 2020

Situaciones insólitas

El jueves fue el último día que besé a mi madre. Desayunamos juntos, dimos un pequeño paseo y nos despedimos a medio camino entre ambas casas. Ahí nos besamos. Aún no habían saltado todas las alarmas. No sabíamos lo que nos aguardaba: este confinamiento, esos metros de distancia que hay que mantener entre unas personas y otras (que, ayer, por cierto, en la cola de la panadería, todo el mundo respetó escrupulosamente). Mi madre ya no salió más de casa. Me acerco día sí y día no a llevarles lo que necesitan y a ayudarla a ella con la comida y otras historias relacionadas con su enfermedad. Mantenemos las distancias exigidas. Y qué difícil se hace eso. Sobre todo, para quienes nos gusta besar, tocar, abrazar a quienes queremos. Una cosa nunca vista con anterioridad. Algo cruel e insólito. Ahí está el rostro de tu madre y no puedes besarlo. Nunca pensé que viviría algo así, sinceramente. Y aunque me duele, no me quejo: esto sólo es una reflexión en voz alta. Tenemos un techo, tenemos comida en la nevera, tenemos quien nos quiera. Somos afortunados, sí. No por ello dejo de pensar en quienes no disponen de estas cosas básicas que hoy se han convertido en privilegios. Vamos a aprender muchas cosas de todo esto, ya os lo digo. 

domingo, 15 de marzo de 2020

Aplausos

Ventanas abiertas, luces que surgen de repente en la oscuridad (real y metafórica), aire fresco, reconfortante olor a lluvia (aquí, en Asturias, al menos), aplausos, agradecimiento al personal sanitario, solidaridad, malos rollos a un lado por unos momentos, sí, todo eso, todo eso, y más... Más reflexión, mucha más reflexión, que este encierro sirva para algo más que para la prevención de esta maldita pandemia y para que engordemos varios kilos. 
Hay unas cuantas lecciones que aprender. Que cada cual saque sus propias conclusiones. 

Placer y confinamiento

El silencio de la noche se extiende a la madrugada y también al día y sólo se ve interrumpido por los gemidos de la joven pareja de arriba, él y ella, que  folla y folla, y cuyo placer es más poderoso que este virus de mierda y esta intranquilidad por esos padres que casi se han vuelto hijos y este confinamiento que por momentos desespera a quienes somos inquietos y callejeros. 

viernes, 13 de marzo de 2020

En casa

Nos quedamos en casa, vale. Con esfuerzo y con responsabilidad: todo hay que decirlo. Pues venga, el jamón, la ensalada, el queso francés (por variar un poco), las cantantes francesas y el Rioja. Luego, 'La extranjera', que me acaba de enviar Anagrama (gracias) y los artículos de Carme Riera que ha publicado la Universidad de Valladolid. 
Poco a poco, día a día, noche a noche. 
No queda otra. 

jueves, 12 de marzo de 2020

Los 74 de Liza

Dos veces la vi actuar en directo. Una, en Madrid, en 2007, y la otra, en el Festival de Jazz de San Sebastián, al año siguiente. La primera vez estuvo bien. La segunda, espectacular. Será difícil olvidar aquel Kursaal completamente entregado a su voz y a sus movimientos. 
Hoy cumple 74 años. 
Y aquí seguimos rendidos a su poderoso talento. 

miércoles, 11 de marzo de 2020

Las cosas de Gena

Limpio el baño a conciencia, bañera incluida. Recojo los productos de limpieza, pero se me olvidan los guantes en el lavabo. Voy a la cocina. Preparo café, escucho la radio, la apago porque ya no puedo más con el coronavirus. Estoy allí unos quince minutos. Vuelvo al baño y descubro que durante ese tiempo la linda gatita le ha quitado, uno por uno, los dedos a uno de los guantes y los ha repartido por diferentes rincones del baño y del pasillo. Grito: ¡¡Geeeeena!! Y ella, tirada en el suelo a lo largo cual Sara Montiel en aquella chaise longue donde fumando esperaba, maúlla entre seductora y desafiante. Y luego, tan tranquila, se levanta y se va, como si no tuviera nada que ver con el asunto. 
¿Cuándo decíais que se relajaban estas fierecillas? 

domingo, 8 de marzo de 2020

8 de Marzo

Todas las mujeres, todas, incluidas las que nacieron con el cuerpo que no les correspondía y también incluidas esas otras que Woody Allen (ese hombre al que ningún tribunal juzgó: recordemos, una vez más, este pequeño detalle) creó con tanta delicadeza y maestría en sus películas. 
Todas ellas. Todos los días. 

viernes, 6 de marzo de 2020

Dos copas más de champán, por favor

Supongo que uno sigue echando de menos a una amiga que se fue cuando suena el teléfono en mitad de la tarde y piensas que puede ser ella; cuando estás en un bar tomando un vino y de repente imaginas que puede aparecer, darte un beso, sentarse a tu lado, pedir otro vino y empezar a conversar; cuando das la vuelta a la esquina, de regreso de casa de tus padres, y percibes su perfume y su risa; cuando estás en un acto literario y descubres entre el público su presencia; cuando pasas por delante de esos cines que ya no existen en esta ciudad y recuerdas las veces que comentasteis aquellas películas; cuando, cansado de tanta vulgaridad y retroceso, recuerdas su particular manera de entender el mundo, alejada de toda vulgaridad y retroceso. Dos copas más de champán, por favor.  
Cuando, como hoy, se cumplen dos años de su muerte, y vuelve a llover, y a hacer frío, y la fragilidad de todo esto es tan poderosa como su falta de sentido. Cuando, según el verso de David Torres, la muerte le da cuerda al tren.     

martes, 3 de marzo de 2020

Juan Eduardo Zúñiga y las flores rotas

Las palabras precisas, los sentimientos contenidos, las frases ajustadas. Esas frases que, evocando a Chéjov, pueden contener todos los problemas o tragedias del mundo, pero jamás se desbordan. Esas atmósferas que, de nuevo evocando a Chéjov, contienen toda la grandeza y la miseria, la fortaleza y la fragilidad, del ser humano. No hace falta hacer sangre de un cuerpo caído, de una mujer desgraciada, de un grupo de sombras humilladas, o de otro grupo de alas machacadas, ya sin posible aleteo. Basta un detalle entremezclado con esas palabras bien escogidas para que cada uno se imagine la dicha o, más bien, dado que la guerra y la posguerra son sus territorios, la desdicha que acecha y acorrala al ser humano. Y lo vuelve aún más frágil y vulnerable. Sin derrotismos. Con dignidad. Incluso con cierta elegancia. Sabiendo que será inevitable adentrarse en algunos charcos, incluso pisotearlos, pisotearlos sin remedio, pero sin que la desgracia adquiera una dimensión de derrota total, por mucho que las circunstancias que rodeen a los protagonistas tengan todas las papeletas (que las tienen) para ello. 
Juan Eduardo Zúñiga comprende y se sitúa al lado de los perdedores. O mejor dicho: los observa de cerca, desde muy de cerca, como si fueran vecinos, amigos o parientes suyos, y lo hace con compasión, con respeto. Con un sentido extremadamente poético que no quita hierro al asunto ni trata de embellecer lo que no merece ser embellecido, sino que así logra un realismo en el que, pese a tantas injusticias y sinrazones, hay cabida para la esperanza. Aunque sea una especie de esperanza que deberá abrirse paso en medio de un bombardeo, una cruenta batalla diaria o una miseria difícil de sobrellevar. Los horrores de la guerra y de la posguerra, donde el niño descubrirá todo lo que hay a su alrededor y su manera de contarlo a través de la escritura. Esa escritura que sobrevive con su verdad y su leve desafío, aunque el autor acabe de dejarnos a los 101 años. 
Esa escritura que trata de no pisotear las flores. Ni siquiera esas que hace rato que están heridas por la nieve o definitivamente rotas.   

domingo, 1 de marzo de 2020

Nueva novela

Lo dije el lunes en la radio y el viernes en el encuentro de la Casa del Libro. Mi nueva novela se titula 'La noche se detiene'. La acción transcurre en una noche. El final es el principio porque se trata de un largo flashback. Una mujer, que rememora lo que ha sido su vida hasta esa noche, deberá enfrentarse a la petición que otra mujer, a la que cuida por dinero, le propone. 
Se publicará a finales de septiembre. Y habrá unas cuantas presentaciones de las que os iré informando puntualmente.