miércoles, 28 de marzo de 2018

Seguimos viviendo en los cafés


Partiendo de la base de que cada cual hace lo que le da la gana con su tiempo y su dinero, diré que no me sorprendieron nada las colas que se formaron ayer en esta ciudad para tomar un café en el Starbucks que se inauguraba a primera hora de la mañana. Sólo apuntaré que, cuando tantos locales emblemáticos se están cerrando, hechos así me causan bastante tristeza. Porque, entre otras cosas, no puedo evitar acordarme de que algo parecido sucedió cuando inauguraron los cines de los centros comerciales. Que si la pantalla, que si el sonido, que si las butacas, que si... La gente se volvió medio loca y pretendía, sin éxito, volver loco a uno. Y así, poco a poco, prácticamente vacíos, fueron desapareciendo todos los cines del centro de la ciudad. Sólo cuatro gatos aguantamos estoicamente hasta el final. Y con cuatro gatos, todos sabemos que no se hace caja. 
Con respecto a los cines, como no he querido dejar en ningún momento de ver películas en pantalla grande, no me queda otro remedio que ir a los dichosos centros comerciales, aunque, según el día, cada vez se vuelva una tarea más insoportable. Y con respecto al Starbucks, que dure muchos años y que ofrezca muchos puestos de trabajo (que buena falta hacen), no tengo ninguna intención de pisarlo. Me quedo con el café de los pocos locales de toda la vida que van quedando. 
Vivir en esos cafés (y leer, y escribir, y charlar, y contemplar el mundo a través de sus cristaleras o en sus terrazas), aparte de una forma de resistencia como cualquier otra, sigue siendo otra manera de ver la vida. Y cada cual, como decía al principio, escoge la suya.

miércoles, 21 de marzo de 2018

En un hotel de San Francisco (poema inédito)

Hemos estado en muchas habitaciones de hotel.
En ninguna como aquélla. 
San Francisco, fuera de las postales. 
Casi a un palmo de aquella cristalera, 
los turistas y los mendigos, 
los tranvías y las banderas 
de aquel arco iris que ahorcó
a Judy Garland. 
Una china fotografiando 
el movimiento de las focas,
un negro de dos metros
(y sin zapatos)
recitando a Allen Ginsberg
y una vieja muy arrugada
desayunando cerveza helada
y un cuenco de arroz. 
Ninguno llevaba flores en el pelo. 
Todos estamos locos,
todos estamos cuerdos. 
Hay ciudades donde no se 
diferencian ambos significados.
Hay estados de ánimo que
tampoco saben hacerlo. 
Al este lado de la cristalera,
desnudos y un poco borrachos,
entendimos que es el amor y 
no el miedo 
el que da sentido a los mapas.  

martes, 20 de marzo de 2018

Mujeres errantes

Qué estupenda novela ha escrito Pilar Sánchez Vicente. Una de esas novelas que te atrapan desde la primera página. Mujeres, secretos, viajes... Y más mujeres. Las verdades por delante y los sentimientos que se manifiestan como vendavales. No hay nada que abarque más misterio que la vida. Más misterio ni más luz, a pesar de todos los contratiempos. Y así, el misterio (y la luz) de determinadas existencias será desvelado en esta novela que se va abriendo a cada capítulo con la sencillez y la fuerza de esas historias que han sido creadas para perdurar en la memoria.  

'Mujeres errantes', la nueva novela de Pilar Sánchez Vicente, sale a la venta en abril. 

viernes, 16 de marzo de 2018

Recortes

Sé que mi madre y mi amiga Ara lo hacen: guardar recortes donde aparecen entrevistas que me han hecho, artículos escritos aquí y allá, críticas destacadas de mis libros... Pero no sabía que ella también lo hacía. Me lo contó su hija la otra tarde: revolviendo entre las que fueron sus cosas, encontraron esa clase de recortes. Hace mucho tiempo que tengo la vanidad a raya. Sin embargo, el gesto me conmovió. Yo sólo conservo las reseñas que Maruja Torres escribió de mis libros y una fotografía que me hicieron para un periódico con Francesca en brazos. Todo se vuelve efímero (incluso estúpido), hasta las cosas que antes creíamos muy importantes. 
La vida es tan absurda que sólo se sostiene a base de detalles que esconden afectos muy profundos. Detalles que hoy tienen la forma de recortes. 
La sigo (la seguimos) echando de menos, cada día. 

miércoles, 14 de marzo de 2018

Tres días en Sevilla


Este artículo fue publicado en El Huffington Post

La gente que trabaja en los mercados aún está terminando de colocar su mercancía. Verduras, patatas, legumbres, carne, pescado, pan, empanadas de diferentes sabores y tamaños, pasteles, las frutas típicas del invierno... La vistosidad de las naranjas destaca poderosamente sobre el resto. Y el olor del pan recién hecho y el de la fruta, aunque no sea tan variada como en otras épocas del año, se mezclan en el aire. Ajenos a este trajín, la mayoría de los habitantes de la ciudad todavía anda sumergida en el sueño reparador de los sábados por la mañana, pero ella, la ciudad, ya lleva un buen rato despierta. Sevilla tiene hoy un cielo tan rabiosamente azul que casi parece uno de esos cielos de verano que invitan a pasar muchas horas fuera de casa, ociosos y despreocupados, bebiendo cerveza helada y charlando con los amigos, hasta que el negro -con estrellas o sin ellas, con luna o sin ella- se impone sobre el azul y cae definitivamente la noche. Ninguna nube a la vista. El sol se ha presentado con tal rotundidad que todo parece indicar que no desaparecerá de ahí durante toda la jornada. Casi tan madrugadores como la gente de los mercados, caminamos ya por las calles de esta ciudad con el deslumbramiento de quien descubre algo por primera vez y de quien intuye que se va a sentir seducido por ello. Como aquellos viajeros, que no turistas, a los que se refería Paul Bowles en su obra maestra, ‘El cielo protector’ (¿no estamos abandonando un poco en el olvido esta novela indispensable del existencialismo del siglo XX?). Viajeros del norte del país (Asturias, que hemos dejado atrás con mucho frío y amenaza de nieve) que visitan por primera vez la ciudad, eso somos. Calles con tanta historia a sus espaldas que casi abruma un poco pensar en ello. Así que no lo hacemos, no pensamos en ello, y caminamos, agradeciendo los tramos donde calienta el sol, imbuidos por esa magia a la que tantos escritores se refirieron en numerosos momentos. 
Nos acercamos a los monumentos emblemáticos con ese respeto con el que los no creyentes nos adentramos en lugares religiosos de indiscutible belleza. Siempre me ha fascinado el silencio de templos y catedrales, los complejos juegos de luces y sombras que los atraviesan, y el recogimiento sincero de quien, ajeno a fanatismos y entrometimiento en vidas ajenas, se refugia en sus creencias. Seas creyente o no, algo espiritual te envuelve cuando estás ahí dentro. Algo espiritual que, a veces, es complicado describir con palabras. El silencio, casi siempre tan elocuente, se impone sobre todo lo demás. Y nadie se atreve a romper ese silencio. O acaso lo hace, sin ánimo de molestar, el hombre que pide a la entrada del templo unas monedas con un suave murmullo casi ininteligible.   
Sin embargo, con todo, y siendo ese todo algo indiscutiblemente hermoso y atractivo a los ojos del viajero, Sevilla es más que eso. Sevilla es una ciudad cosmopolita, tan luminosa como ese cielo de una mañana templada en mitad de un invierno que, aquí, casi parece primavera. Sevilla es un entramado de callejuelas, de librerías (apunte rápido para mencionar la espléndida Caótica: con un buen fondo y libreros que saben de lo que hablan), de terrazas, de parques, de tiendas, de mercados, de cafés y tabernas… Gente que vive en la ciudad (amable, solícita, siempre dispuesta a echarte una mano si te encuentran observando las líneas de los mapas) y esa otra gente, abundante, que, como nosotros, está de paso, deslumbrada por esa perfecta y armónica conjunción de pasado y de presente, de ayer y de hoy. Un antes y un ahora que, lejos de enfrentarse, se dan la mano y se ofrecen en plenitud a las miradas y a los gustos más variados. Como, por otro lado, suelen hacer las grandes ciudades de todo el mundo. Aunque, todo hay que decirlo, no todas sean tan cálidas y acogedoras como Sevilla.
Uno observa y apunta en su cuaderno, delante de una copa de vino tinto, mientras la tarde se va transformando en noche (el azul que se convierte en negro, misteriosamente). Porque eso, observar y apuntar en un cuaderno, forma parte ineludible del viaje, de cualquier viaje. Y esos apuntes, tras la observación y tras el viaje, serán los hilos de los que tirar para anotar en la memoria lo que el tiempo transformará sabiamente en recuerdo.    


jueves, 8 de marzo de 2018

8 de Marzo

Por mi madre, por mi hermana, por mis abuelas, por mis amigas, por todas las mujeres del cine, del teatro, de la música y de la literatura que han hecho de mí buena parte de lo que soy. Por todas vosotras. 
Hoy. Y todos los días que vendrán después. 

miércoles, 7 de marzo de 2018

Despedida

No es fácil ser una mujer libre. Menos aún en una ciudad pequeña. Vestir como te venga en gana, acodarte sola en la barra de un bar y pedir una copa de vino como si fueses Kathleen Turner en Nueva York, ir al cine con un amigo treinta años más joven que tú... Parece mentira, pero no es fácil. Ni ahora ni hace veinte años. Mi amiga Loli lo hacía porque era una mujer única y porque tenía un sentido de la libertad muy grande. Aunque viviese en una ciudad pequeña y, a veces, sintiese a sus espaldas el rumor de las críticas. Críticas a las que, evidentemente, hacía oídos sordos. Eso también nos unía. A ver. 
He recordado hoy, acompañando a su familia, muchos de los momentos que compartimos juntos. Aquellas sesiones de cine, aquellas charlas alrededor de unos vinos, aquellas confidencias, aquellas carcajadas... Y sobre todo eso, su presencia en nuestra boda. Nunca podré olvidar su alegría, su emoción, su sinceridad. Su afecto desde el primer momento por Íñigo. Desde entonces hasta ahora. 
La acompañaré por última vez dentro de un rato, y pensaré (otra vez) que, aunque las cosas están como están (en lamentable retroceso) y siempre avanzan mucho más despacio de lo deseado, mujeres como ella son las que contribuyen a la verdadera igualdad entre hombres y mujeres de toda clase y condición. 
Luego, alzaremos las copas y la memoria seguirá haciendo su parte. 

Adiós, amiga

Acaba de morir mi amiga Loli, una de las mujeres a las que más he querido en esta vida. Loli no era una actriz, ni una cantante, ni una escritora. Ninguna de esas mujeres de las que suelo escribir aquí habitualmente. Y sin embargo, no hace falta ser nada de eso para ser una estrella. Hay mujeres que, se dediquen a lo que se dediquen, llevan una luz muy potente en su interior que las convierte de inmediato en estrellas. No es difícil descubrirlas cuando vas caminando por la calle, cuando tomas una copa en un bar, cuando pasan por tu lado y te sonríen con complicidad. Yo tuve la suerte de conocer a Loli desde muy pequeño porque ella ya era amiga de mis padres cuando ni ella ni su marido, ni siquiera mis padres, se habían casado. Mi madre siempre me cuenta que de jóvenes, por las calles de Mieres, la gente se volvía para mirarla cuando salían al cine o a tomar algo y se ponía un abrigo rojo que contrastaba con su pelo rubio, homenaje a Marilyn, por supuesto, a quien adoraba. Las estrellas nacen y luego, con toda la naturalidad del mundo, se van haciendo. Un poco de Marilyn, un poco de Sara (Montiel), un poco de Catherine (Deneuve). En los últimos tiempos, sobre todo Catherine. Así era ella, mi amiga, tan cinéfila, por otro lado. Está claro que los diferentes estamos abocados a encontrarnos. Por eso, ya siendo adulto, nos hicimos amigos, al margen de la amistad que mis padres seguían conservando con ella y con su marido. Evidentemente, no éramos la señora Robinson ni el pipiolo de Dustin Hoffman. No había lugar para eso, ya se hacen cargo. Éramos dos seres (en una sala de cine, en una barra de bar) aunando diferencias, distanciándonos de las mentes estrechas que hay en todas partes y, sobremanera, en ciudades pequeñas. Yo la quería como se quiere a una amiga con mucho sentido del humor que, sin necesidad de aspavientos ni palabras ampulosas, te demuestra que la libertad es más poderosa que cualquier chascarrillo, digan lo que digan los demás. Sólo tenemos una vida y ella supo exprimirla al máximo, dentro de las posibilidades que a todos nos van cercando. Loli se ponía un mono de lentejuelas para despedir el año y luego se podía poner ese mismo mono de lentejuelas para ir a comprar el pan. ¿Quién dijo que el glamour lo marca el calendario?
Hablamos por última vez el día antes de marchar a Sevilla. Me llamó para preguntarme cómo iban las cosas, como solía hacer a menudo. Nos reímos de tonterías. Volvimos a mencionar nuestra añoranza por los cines desaparecidos de esta ciudad y la mediocridad tan grande en la que se está convirtiendo todo esto. Nos propuso, como hacía tantas otras veces, tomar unos vinos ese fin de semana. Le dije que nos íbamos a Sevilla, que mi hermana nos había regalado ese viaje. A la vuelta, entonces, dijimos. Ya no hubo ocasión. 
Será duro caminar por estas calles sin su presencia. Como lo es reconocer lo solos que nos vamos quedando. 

sábado, 3 de marzo de 2018

La Duras, 22 años después de su muerte

Aunque no lo parezca, hoy se cumplen veintidós años de la muerte de Marguerite Duras. Y no lo parece porque su obra sigue vigente y al alcance de la mano para aliviar heridas o sobrellevar insomnios. He leído tantas veces sus libros que me sé de memoria unos cuantos párrafos. Y sigue reconfortando, a una u otra hora del día o de la noche, abrir uno de sus libros por cualquier página y leer sus palabras. Palabras, a veces, como aullidos, como voces que flotasen por toda la casa. Palabras, otras veces, tan necesarias como los silencios. Y los propios silencios: tan característicos en toda su obra. Creo que madurar (envejecer) consiste en aprender a convivir con esos silencios. 
En este momento de la mañana de sábado, entre el café y el paseo, en el que los relojes nos dan una levísima tregua, ella de nuevo, Marguerite Duras. La Duras. Como aquel momento en el que la descubrimos por primera vez y aquel otro en el que nos enteramos de que su cuerpo -tan frágil ya- abandonaba esta tierra.