domingo, 22 de septiembre de 2019

Meriendas

Aquella lejana tarde en Madrid, todavía con tiempo para entrar en el teatro, descubrimos una panadería. Y descubrimos que en la panadería había tarta de zanahoria. Pedimos un trozo para compartir y dos cafés. Aún era verano. Ni rastro de prendas de abrigo ni brisas suaves al atardecer. Las piernas cansadas de tanta caminata y la bolsa con libros recién comprados al lado, como preciado tesoro. Le hice una foto a la tarta y a los cafés, y la guardé en la memoria del móvil. Atrapar esos pequeños detalles para recuperarlos cualquiera de esas tardes eternas de domingo en las que todo parece imposible. En eso consiste todo esto: vivir y recuperar lo vivido. Y planificar, cuando sea posible, el regreso. La merienda, la caminata, los libros, el teatro... Volver a los lugares donde una fotografía captó, en toda su amplitud, el sentido de todo. La sensación de que no estamos perdidos. 

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Nuevas elecciones

Estamos todos hasta los cojones. O hasta los ovarios, que nadie se sienta fuera de lugar. El hartazgo, como el amor, no conoce de sexos. Y tenemos derecho a patalear y al pim pam pum. O sea, a disparar (metafóricamente, claro, que hoy conviene aclararlo todo, no vaya a ser) contra el candidato que menos nos guste. Contra los que menos nos gusten. Contra todos ellos, en realidad, si somos serios y sinceros, que eso de que aquí dos no discuten si uno no quiere es tan sagrado como el pan (que mucha gente no tiene para llevarse a la boca, por cierto: esas pequeñas cosas, pelillos a la mar, menudencias). Disparar nuestra ira, nuestro cansancio, nuestro monumental enfado. Patalear. Gritar. Desahogarse. Que si Pedro, que si Pablo, que si Pablo, que si Albert. En casa, en las redes sociales, en los bares... Cuidado aquí, que el vino (en exceso) es muy malo y terminamos tirando de la coleta (no va con segundas, ojo) al otro, y el del chigre tampoco tiene la culpa ni ganas de más rollos, que, como todos, bastante tiene con lo que tiene: llegar a fin de mes. 
Bien. Ya estamos todos desahogados. Hasta los cojones o hasta los ovarios, que ese cabreo no nos lo va a quitar nadie, pero desahogados. Ahora lo que procede es ir a votar de nuevo. A nadie le apetece y todo el mundo está temblando por si lo llaman para una mesa electoral, ya lo sé. Pero es lo que hay: nadie dijo que la democracia fuese perfecta. La dibujaron así, que diría Jessica Rabbit de sí misma con la turbia voz de Kathleen Turner. Y aun así, en su imperfección, es lo mejor que nos puede pasar. No lo olvidemos. Lo demás son dictaduras, disparos (reales, esta vez) y órdenes al grito de aquel inolvidable "se sienten, coño". Conocemos la historia. Y si sus hijos no la conocen, toca ponerse a explicar. Como toca explicar a las hijas, si no se ha hecho ya, que durante la dictadura las mujeres estuvieron anuladas y las minorías acribilladas. Por eso, porque conocemos la historia (incluso algunos vivimos una fea parte de la misma), mejor tratar de no olvidarla. 
Es lo que queda, demostrar responsabilidad e ir a votar, con buena cara o mala cara, con dos Martinis o con tres, con alegría o maldiciendo por lo bajo, pero votar. Eso sí, la campaña electoral no es necesario seguirla. Como los diálogos de nuestras películas favoritas, nos la sabemos de memoria. 

lunes, 16 de septiembre de 2019

Esa música que fluye

De una de las viviendas del edificio de enfrente, como sucede otros domingos, llega la inconfundible música de 'El Padrino' y le añade a la tarde un nuevo e inevitable aire de melancolía. Tardes de cine, noches de cine, madrugadas de cine. Historias que hacían más llevadero aquel camino que no sabíamos muy bien hacia dónde nos llevaría. No pienso hoy en los amigos que me han decepcionado o se han muerto (esto último es mentira: en los que se han muerto pienso todos los días). No pienso en otras circunstancias adversas. No pienso tampoco en el futuro. ¿Para qué? El destino siempre es más contundente que cualquier pensamiento. Pienso, mientras esa música fluye de una ventana desconocida a la mía, en aquellos momentos, en el interior de un cine o en la penumbra del salón de la casa de mis padres, sintiéndome el hombre más solo del mundo y también el más feliz, no hay queja. Tardes, noches, madrugadas. Todo eso que forma parte de mi equipaje (como esa música que continúa sonando y que trae a mi cabeza multitud de imágenes). Ahora que el equipaje es memoria (buena memoria, cierto) y poco más. 

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Las vueltas de la memoria

El economato de Mieres era todo un emblema, un referente de aquella infancia, finales de los 70. Caminar por las calles de los alrededores, tomar algo en un bar cercano con los abuelos, sentir el bullicio de lo cotidiano. No hace mucho tiempo aún lo visitábamos en busca de una determinada marca de café que descubrimos en el sur y que por aquí sólo la tenían ellos. 
Esta mañana, callejeando por la ciudad, lejos de nuestro barrio, descubrí que el local, ahora en Oviedo, acababa de abrir sus puertas. Unas fotografías antiguas que recuerdan al viejo economato adornan la entrada. 
Ni rastro de nuestro café. La esencia, en su interior, tampoco es la misma. Y sin embargo, todos aquellos recuerdos se han hecho, de repente, muy presentes. 
Las vueltas de la memoria. Sus escondites. 

martes, 10 de septiembre de 2019

De viajes y naufragios

La vida nunca es una línea recta, un camino fiable, una idea inquebrantable, una balsa segura. La vida es un revoltijo de contrastes, altibajos, luces, sombras, silencios, pasiones, búsquedas, naufragios, secretos, traiciones, luchas y olvidos. La vida está compuesta de historias que ocurren, que se nombran, y otras, tan destacadas como esas, que se ocultan, que no se nombran porque el miedo algunas veces es demasiado poderoso y paralizante. (Puede que el miedo, en cualquiera de sus variantes, sea lo que nos impide prolongar esos instantes de felicidad efímera que a ratos nos conceden y, al cabo de un tiempo, casi se vuelven espejismos, bruma). La vida, en definitiva, es como un río largo y caudaloso en el que a veces puedes bañarte con placidez, sin preocupaciones, disfrutando de una calma que puede ser engañosa, pero que en esos momentos no lo parece en absoluto, y también puede ser una corriente que te arrastre definitivamente, sin vuelta atrás, acarreando numerosos conflictos y variadas y peligrosas consecuencias. 
Me vienen todas estas reflexiones a la cabeza después de leer la última novela de Laura Castañón, 'Todos los naufragios', publicada -como la anterior, 'La noche que no paró de llover', con la que tiene más de un punto de conexión- por la editorial Destino. Una novela en la que, desde la primera página, te sumerges como en un viaje al que, a pesar de los trompicones y vaivenes que sufren sus protagonistas (los contrastes de la vida a los que antes aludía: siempre presentes, siempre tratando de alcanzarnos con sus mordiscos y vendavales), no quieres renunciar. El viaje comienza y no hay retorno. El viaje, a pesar de tratarse de una novela de más de seiscientas páginas, se hace corto. Y esto es así por la maestría con la que su autora entrelaza historias, narra acontecimientos (personales y colectivos), provoca encuentros y desencuentros, analiza las pulsiones humanas y sus inestabilidades. 
No quisiera terminar sin destacar la presencia de un personaje femenino importante, la maestra Flora Mateo, que a su manera trata de cambiar el mundo, de huir de los convencionalismos y de la rigidez de aquellas épocas pasadas (primeras décadas del siglo XX), tan injustas con las mujeres y con todo aquel que quisiera alejarse de rígidos convencionalismos. Épocas pasadas que, si nos descuidamos, viendo lo que estamos viendo (y lo que está por venir, me temo), como esos fantasmas que se resisten a desaparecer, pueden regresar en cualquier momento. Conviene estar al acecho. 
Laura Castañón lo ha vuelto a conseguir: trazar un viaje apasionante a pesar de esos inevitables naufragios. Un viaje al profundo y complejo conocimiento del ser humano.