sábado, 25 de noviembre de 2017

Mujer encogida

Está ahí, todos los días, en una céntrica calle de la ciudad, tan encogida sobre sí misma que casi parece una enana, con un abrigo raído y una taza delante donde la gente le pone monedas. Está ahí, todos los días, a las puertas de un local donde hace unos años una conocida cadena vendía bocadillos. Está ahí, todos los días, ajena al tiempo y puede que eso, precisamente, sea lo mejor que le puede pasar. Que este tiempo ya no le pertenezca ni, acaso, sepa muy bien qué es eso, este tiempo. Un tiempo en el que cada día se cierra un local, en el que las librerías pierden dinero constantemente (piratería va, piratería viene), en el que en cada esquina hay una mano pidiendo unos céntimos. En el que, si la imagen distorsiona la idea de la felicidad (¿o era seguridad?), todo el mundo mira para otro lado. Pero eso sí, ayer celebramos Halloween, hoy el Black Friday y mañana (¿apostamos?) Acción de Gracias. Decididamente, cada día vivimos en un mundo más absurdo. 

jueves, 16 de noviembre de 2017

Arroz

Cuando era pequeño, sobre todo en otoño e invierno, sufría constantes infecciones de garganta. Me subía mucho la fiebre y se me quitaban por completo las ganas de comer. Lo único que me apetecía era un arroz que hacía mi madre con cuatro cosas (chorizo, jamón, salchichas, pimientos...). Un arroz a lo pobre, le decíamos, que estaba delicioso. A veces, como hoy, lo hago. Y siempre me acuerdo de aquellos días, en casa, sin colegio, leyendo los libros que mi madre me traía de la calle cuando bajaba a la compra y la dichosa fiebre me lo permitía. Con aquella sensación de estar un poco alejado del mundo, protegido del exterior. Siempre me emociona recordar la infancia de aquel niño. Y los días que vendrían después de aquellos días invernales. 

lunes, 13 de noviembre de 2017

Escritura

Me despierto. Suena una música de violín que no sé si procede del piso de arriba o del interior de mi cabeza. Si es así, si procede del interior de mi cabeza, comparte espacio con las voces de los personajes de mi nuevo libro de cuentos. Esas voces quieren salir de ahí y ocupar el espacio en blanco, tener su propia entidad. Cuando esto sucede, no hay más opción que preparar café y escribir. Lo haces: preparas café y escribes. En tu estudio, dadas las horas. Pero cuando estás en el proceso de escritura de un libro, te sirve cualquier sitio. Esa es la verdad. Una mesa, una incómoda silla de hospital o tus propias rodillas: cualquier lugar es válido para apoyar el cuaderno y escribir. Lo importante es que el cuento tenga un poco de música y un poco de sangre, como dice el maestro Eloy Tizón. Y aunque la música del violín ya ha dejado de sonar -probablemente procediese de mi propia cabeza, recuperándose del sueño-, surge esa otra a la que se refiere Eloy. Y la sangre está en la esencia misma de cualquier vida, de cualquier personaje. El secreto -creo- consiste en aplicar las dosis adecuadas. Y así comenzamos una nueva semana, avanzando hacia el invierno: arañando horas al tiempo para terminar el libro, para que esas vidas -femeninas, en su mayoría-, entre la música y la sangre, ocupen su propio espacio. Continuamos. 

domingo, 12 de noviembre de 2017

La noche que no paró de llover

Cuando a mi madre le detectaron el cáncer de mama contra el que estamos luchando (todo va bien encarrilado, toquemos madera), estaba leyendo 'La noche que no paró de llover', la última novela de la escritora Laura Castañón. Fueron aquéllos días de desconcierto, de rabia, de impotencia, de lágrimas. (Y de ciertas decepciones con algunas personas que dicen ser tus amigas, pero esa historia es más vieja que el hambre, como bien sabe todo el mundo). Días de andar un poco perdido y días de inevitable ansiedad. Eran muchas las ganas de que operación y tratamiento comenzaran de una vez. Cuando, en los momentos de relativa calma, trataba de volver a la novela de Laura, algo me impedía continuar con su lectura, pese a tratarse de una historia muy bien narrada. Esos resortes extraños que son más poderosos que nosotros mismos y para los que no hace falta buscar demasiadas explicaciones. ¿Para qué? Sabía que en algún momento volvería a la novela. He vuelto a ella estos días, en el hospital, mientras mi madre recibe su tratamiento. Y qué gozada. En ese silencio que sólo se rompe cuando una enfermera indica algo con amabilidad (mi gratitud de nuevo a todo el personal sanitario del HUCA) o las caras de todos los días te dan los buenos días, he disfrutado mucho con la historia de esas mujeres. Es una novela preciosa. Y que hoy, cuando ya no soy el mismo de hace unos meses (una enfermedad así, aunque suene a tópico, te cambia la percepción y el sentido de todo), recomiendo vivamente. 

miércoles, 1 de noviembre de 2017

A vueltas con los placeres sencillos

Levantarte muy temprano, preparar café, escribir durante casi tres horas seguidas, desayunar tostadas con mermelada de ciruela, descubrir mientras desayunas una frase de Isak Dinesen que incluirás en tu próximo libro, volver a la cama un rato antes de salir a pasear con una sensación parecida a la felicidad. 
A vueltas con los placeres sencillos.