Todas las tardes de este verano, después de la siesta, nos sentamos a la sombra más fresca del patio y charlamos. Mi madre, aunque ya está jubilada, conserva bastante bien la vista y continúa recibiendo encargos de algunas mujeres del pueblo, de sus hijas y de sus nietas. Cose más lentamente que antes, pero esa vieja Singer que algún día heredaré sigue sin tener secretos para ella. Mientras ultima alguna prenda, le gusta hablarme de los cambios acaecidos en el pueblo en estos últimos años, los que ha durado mi matrimonio y en los que sólo nos vimos en las Navidades. Nunca me pregunta los motivos de mi separación. Pero yo sé que ella los conoce desde aquella reciente tarde en la que me dijo que la mirada triste y asustada que hay ahora en mis ojos es la de las mujeres que guardan silencio.
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