sábado, 30 de marzo de 2019

Vamos haciéndonos viejos

Vamos haciéndonos viejos, entre risas y desengaños, copas de vino y proyectos, mañanas de primavera y tardes silenciosas donde no hacen falta palabras. La ciudad se derrumba, o se ha derrumbado ya, pero lo que importa es el horizonte, la salud, la música. Ese puñado de euros con el que comprar los libros de poesía y el café. Esa mirada. En esa esquina está Nina Simone y en aquella otra, Gena, la gata, que salta o duerme, que pide más comida o juega entre nuestras piernas como un niño inquieto cuya voz rompe de nuevo los silencios espesos. Vamos haciéndonos viejos, sí, y de aquí y de allá llegan rumores de enfermedad, de dolor, de miedo. Encaramos todo eso como podemos y ponemos buena cara, como si fuésemos dos actores con los papeles muy ensayados, dispuestos a triunfar y dejar atrás el rumor de todo lo sucio, la manada que grita, el paisaje gris de la envidia y la mediocridad. Vamos haciéndonos viejos, y todo lo demás, al otro lado, hace tiempo que ha dejado de tener importancia. Refugiados aquí, protegiendo la armonía, dejando que Nina nos vuelva a contar sus penas, apurando los atardeceres como dos locos o, vamos a decirlo sin miedo, dos enamorados. 

jueves, 28 de marzo de 2019

El teatro

Es un momento incomparable, casi sagrado. Antes de comenzar la función. Cuando las luces se apagan y los murmullos de la gente se van silenciando. No sabemos todavía lo que nos espera: ese cúmulo de emociones, de sensaciones, que está por llegar. Se levanta el telón o se encienden los focos del escenario y el mundo real queda atrás. Nos dejamos llevar por esas voces -femeninas, masculinas- que dan vida a otras gentes con sus problemas, sus quehaceres, sus sueños, sus frustraciones. La magia -esa palabra tan difícil de explicar en ocasiones- adquiere aquí otra dimensión. Quizá su verdadero sentido. Las voces que hablan -femeninas, masculinas- acoplan los latidos de sus corazones a los nuestros, o tal vez sea al revés. No importa. Somos otros siendo los mismos. Somos los mismos siendo otros. Y ya no hay vuelta atrás. Nos deslizamos por esa pendiente: sin frenos, sin prejuicios. Esas vidas que se cuentan en un par de horas y que, si el milagro se produce, permanecerán dentro de nosotros durante años. 
El teatro, señoras y señores. El teatro.  

martes, 26 de marzo de 2019

Bellatin, un martes soleado

Me encuentro en una librería de segunda mano con un libro que leí hace muchos años, 'Salón de belleza', de Mario Bellatin, publicado por Tusquets. Lo compro y me siento en una terraza a tomar un té con leche. Al sol de este martes, la historia todavía me parece más cruda y terrible que entonces. Y pienso (vuelvo a pensar) que las lecturas admiten todo tipo de variaciones según la edad y las circunstancias personales y colectivas. 

jueves, 21 de marzo de 2019

Cajas de latón

En aquella caja de latón se guardaban fotos. Me gustaba sacar la caja del armario donde la abuela la colocaba cuidadosamente y poner las fotografías encima de la mesa de la cocina. Esta es mamá cuando tenía tu edad, decía la abuela. Y allí estaba mamá, en blanco y negro, con dos largas trenzas y cara de susto. Agarraba a su hermano pequeño, que era un niño guapísimo, de la mano. Había muchas personas en aquellas fotografías que yo no conocía. La abuela, sábado tras sábado, con esa paciencia que sólo mi madre ha heredado, me explicaba todos los detalles. ¿Y éste? ¿Y ésta? Y la abuela repetía cada historia. Ya se sabe que todas las fotografías tienen una historia, por corta o tonta que sea. Y luego cerraba la caja, hasta el siguiente sábado, y me ponía a merendar. Después del bocadillo, una onza de chocolate. Los dedos manchados de marrón, el intenso olor del dulce impregnándolo todo. 
El pasado domingo, en los mercadillos del Fontán, me encontré con una de aquellas cajas. Me acerqué a ella, levanté la tapa y, para mi sorpresa, había una fotografía. Estaba muy borrosa, apenas podía distinguirse nada. Quizá sí, ahora que lo pienso, dos figuras en tonos sepia (¿dos hermanas?, ¿un matrimonio?, ¿un padre y un hijo?), tan devoradas por el tiempo como su propia historia. 

martes, 12 de marzo de 2019

Los 73 de Liza

Nunca he visto sobre un escenario a nadie transformar con esa sabiduría su fragilidad en algo tan poderoso. Como si el mundo, al otro lado de los focos, fuera un lugar lleno de peligros, y allí, con todas las luces apuntando hacia ella, nada malo fuese a suceder. La vida, lejos de ser un cabaret, es un entramado de inseguridades y complicaciones. Las tablas, el refugio que descubrió siendo apenas una niña. La proyección de la voz, los movimientos de las manos, el gesto más insignificante: todo forma parte de esa naturalidad detrás de la que se esconden horas y horas de trabajo. Aprendió rápido esa lección: al talento, por grande que sea, que en su caso lo es, siempre hay que darle la forma adecuada. Aprender constantemente, caer y levantarse (caer y levantarse, caer y levantarse), medirse con otros genios tan grandes como tú. Ella ha hecho todo eso. Y ha llegado hasta aquí, los 73 años que hoy cumple, convertida en una de las más grandes figuras que ha dado el espectáculo. Puede que ni ella misma pensase que iba a llegar a esta edad -demasiados excesos, demasiadas enfermedades, demasiados etcéteras-, y sin embargo, una vez más, nos volvemos a quitar el sombrero ante ella, aunque eso, mover el sombrero delante de una mujer que lo ha movido como nadie, sea casi un sacrilegio. 

lunes, 11 de marzo de 2019

Carnaval

Va disfrazada de bailarina. Lleva una chaqueta de lana encima del corpiño, pero un minúsculo tutú de color rosa, que deja al descubierto sus piernas robustas, delata su disfraz. Son las diez de la mañana. Observando su rostro, un tanto desencajado, podría adivinarse que la noche ha sido larga y que, tal vez, las cosas no han resultado como esperaba. La juventud tiene esos vaivenes: la ilusión del principio de la noche siempre acaba por estamparse contra el frío del amanecer. Lecciones que la vida te va dando para que sepas por dónde van a ir los tiros. Carnaval, carnaval. Las calles están llenas de copas vacías, de copas rotas, de restos de comida. Los operarios de limpieza se afanan en adecentar la ciudad. Supongo que piensan, como hago yo mismo tratando de que los playeros no se queden pegados a un suelo sucio y pegajoso (alcohol mezclado con refresco muy dulce: todavía puedo sentir ese olor), que todo tiene un límite y el de la pasada noche se ha traspasado con creces. La chica vestida de bailarina pasa por mi lado y por unos instantes me reconozco en esos ojos cansados, en su decepción. Sigo mi camino y, con todo, siento un profundo alivio y pienso que tener hoy veintipocos años debe ser tan complicado como entonces. 
De algún lugar cercano, me llega ese olor a pan recién hecho que consigue que te reconcilies con todo y olvides por un rato los problemas y hasta el paisaje más apocalíptico. 
No, la vida no es ningún carnaval. Tan sólo una desconcertante sucesión de contrastes. 

viernes, 8 de marzo de 2019

8 de marzo

Mujeres y libros. Mujeres y libertad. Mujeres y derechos. Mujeres y dignidad. Mujeres y lucha. Mujeres y voces alzadas. Mujeres e igualdad. Mujeres y hombres. 
Feliz jornada, compañeras.
Feliz jornada a toda la gente decente.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Un año después


Te fuiste hace un año, amiga. Los problemas y las prisas del día a día no impiden que te recuerde a menudo. Tus pasos en cada una de las calles de este barrio que era el tuyo y que ahora vuelve a ser el nuestro. Los tiempos han dejado las barras de los bares que sobreviven medio vacías. Ningún vacío, en esas barras, siendo honestos, como el que dejó tu ausencia. Así era tu presencia: apabullante. La manera de vestir, de encarar la vida, el sentido del humor... Ha pasado un año y sigo sin creerme del todo que tu ausencia es definitiva. 
Voy a entrar en uno de esos bares que resisten, uno de tus favoritos, y voy a pedir una copa de vino tinto (Rioja, por supuesto), echar un vistazo a un lado y a otro de la barra, al libro que llevo en el bolso, y esperaré, como entonces, tu llegada (la sonrisa y las ganas de vivir, siempre de frente), aunque, como tantas otras cosas, sea una tarea imposible, mujer en el bar, amiga.

domingo, 3 de marzo de 2019

Recordando a la Duras

Estaba en mi habitación, escribiendo. Era domingo, el sol frío de marzo entraba por el ventanal del cuarto. Había elecciones generales. Alrededor de las cinco, me levanté y puse la radio para saber cómo iban las cosas. Datos de participación, declaraciones de los políticos de turno y todo ese blablablá de esos días en los que piensas que algo puede cambiar para mejor pero pocas son las cosas que cambian de verdad en este sentido. Después, llegó la triste noticia: Marguerite Duras acababa de morir en su casa de París. Estaba a punto de cumplir ochenta y dos años. Atrás dejaba una vida repleta de excesos (amores, amantes, alcohol, palabras y deseo: sobre todo eso, el deseo que recorre cada una de sus páginas, inmarchitable) y unos cuantos libros que habían hecho de ella una escritora fundamental del siglo XX. Sentí la rabia y la impotencia que uno siente cuando se muere alguien al que has admirado tanto. Una mujer que escribió casi hasta el último momento (la belleza de aquel rostro ajado, la manos lentas y llenas de anillos moviendo la pluma sobre el papel, la voz que ya era apenas un susurro). Tres años atrás había publicado un ensayo extraordinario sobre la escritura. Hoy se cumplen 23 años de aquel día en el que, por cierto, ganó las elecciones un partido de derechas, esa posición política contra la que ella, Marguerite, tanto había luchado y escrito. Furiosamente.
Seguimos recordándola. 

viernes, 1 de marzo de 2019

La vida, a veces

Vivía solo y murió solo. Al parecer, llevaba varios días sin acudir a sus citas médicas. La policía se presentó la otra tarde en su piso. Sacaron el cuerpo por una de las ventanas de la vivienda. Todavía estaba alto este inesperado sol que nos trajo la última semana de febrero. Cuando vivía en casa de mis padres, su cocina estaba enfrente de mi habitación. Le veía trajinar por allí, de madrugada, cuando levantaba la vista del libro o del ordenador., cuando regresaba de la cocina con otra taza de café. Supongo que él también veía mis movimientos. Sombras que se mueven cuando todo el mundo duerme, silenciosamente. En el portal, cuando coincidíamos, él siempre decía: Buenas días, amigo. Buenas tardes, amigo. Amigo. No éramos amigos. Sin embargo, él decía eso, amigo. Supongo que se trataba de esa complicidad que une a los insomnes, a quienes se mueven de madrugada sin hacer ruido. Una vecina dijo que tenía la televisión encendida.