Madrid, 2009. La mujer está sentada en el vestíbulo de un restaurante. La decoración del local tiene un punto decadente -las paredes de madera, el sofá de botones blancos, el desnudo pie de una lámpara antigua, el frío espejo-, con ese aire que caracteriza a los sitios que tuvieron su apogeo años atrás y que ahora viven de aquel prestigio. Al fondo, en una mesa con mantel blanco, comen varias personas. La mujer, con gafas oscuras y un ligero toque a Gena Rowlands, está fumando. ¿Qué hace ahí esa mujer? ¿Qué espera? No parece estar de muy buen humor. Sobre su ropa negra, lleva un abrigo marrón, el mismo color de las gafas que no se ha quitado; el bolso, que tiró de mala gana en la silla de al lado junto a una bolsa de plástico (¿quizá de FNAC?) y un pañuelo de seda, también es marrón. ¿Por qué lleva el abrigo puesto? ¿A quién espera? No lo sabemos ¿Esperará por una habitación? El restaurante puede que sea el de un hotel. ¿Estará su marido en el baño, como en aquella novela de Rosa Montero cuya protagonista aguardaba a un marido que desaparecía en los baños del aeropuerto de Madrid? No, no parece que esté acompañada. Parece una mujer solitaria. Quizá sea viuda. Tiene clase, en todo caso. Como el sobrio anillo de su mano izquierda. Una de esas mujeres que ha vivido mucho, que no espera ya demasiado de la vida, que fuma incansablemente un cigarrillo detrás de otro y que ya no viaja al extranjero, ella que tanto viajó, simplemente por los múltiples impedimentos que la ley muestra con los fumadores. Aquí, aún, puede fumar en casi todos los sitios. Es lo que más le importa. Una mujer con un pasado, sin duda. Eso es lo que transmite la foto. La fotógrafa, Gloria Rodríguez. De todo el inmenso y fascinante catálogo de fotos que posee (de ciudades, de artistas, de gente anónima que viene y va), quiero rescatar hoy ésta, precisamente, por ese misterio que está ahí, que ha sabido plasmar con absoluta maestría, porque una foto debe decir cosas, muchas cosas, y otras, quizá la mayoría, debe dejarlas en el aire, darle trabajo a la imaginación del que las observa. Gloria Rodríguez capta el momento, atrapa la luz y los detalles, ofrece una pincelada de vida. Esa vida que está ahí y que, a veces, se nos escapa. Talento grande.
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