martes, 30 de noviembre de 2021

Definiendo el amor

Un hombre, Luis García Montero, besa uno de sus libros y lo deposita sobre el féretro de su mujer, Almudena Grandes, poco antes de que el sepulturero comience a realizar su trabajo y la gente congregada en el cementerio exhiba con respeto y emoción los libros de la escritora. Muchos libros, muchos títulos diferentes, muchas horas de lectura detrás, bajo ese cielo de Madrid que ella tantas veces describió en sus textos. 

La imagen es tremenda, poderosa, desconcertante.
Pero esa imagen también sirve para definir de una manera casi exacta de qué va esto del amor. 
¿Quién no es capaz de ponerse en la piel de ese hombre? 
Creo que poco más se puede añadir. 

domingo, 28 de noviembre de 2021

Te recuerdo, Almudena

Recuerdo, Almudena, el trueno de tu voz en aquellas noches de Onda Cero, a principio de los noventa. Y la risa, tan llena de humo y expectativas. Recuerdo a Lulú deambular por los paisajes que no habían podido recorrer sus madres y sus abuelas. Y recuerdo el final de aquella novela: "Abre los ojos, Lulú. Sé que no estás dormida". Siempre nos quedarán las ganas de ver a Ángela Molina en la piel de aquel personaje. Recuerdo a Malena, a las mujeres que hacían atlas, los aires difíciles y el lenguaje de los balcones. Recuerdo la proeza de 'El corazón helado'. Y 'El lector de Julio Verne' y 'La madre de Frankenstein', que me parece la mejor novela de los episodios de esa guerra interminable que tan bien conocías y a la que dedicaste tanto esfuerzo y trabajo. Recuerdo a Pablo Texón entrevistándote en el mismo escenario donde yo había hecho lo mismo con Elvira Lindo. Recuerdo leerte los lunes y los fines de semana. Recuerdo de mi añorada época de librero a las mujeres que venían por la librería hablando con entusiasmo de tus libros. Recuerdo también haber envuelto muchos de tus libros de regalo en aquellos días que ya no volverán. Recuerdo encontrarte una mañana de domingo, muy temprano, caminando con tu marido por la calle Fuencarral. Recuerdo que escribí una reseña de 'Los besos al pan', que es una novela cuyo entramado me gusta mucho, vidas contemporáneas de gente normal y corriente, a pie de calle, toda esa lucha. Y recuerdo tus libros en una maleta, camino del sur. Así te imagino, Almudena: camino del sur, entre risas y palabras. En ese lugar donde nos hoy nos gustaría estar, lejos de este frío y esta lluvia interminable y la triste noticia de una muerte tan injusta. 

sábado, 27 de noviembre de 2021

Sondheim on Sondheim

Mayo de 2010. Queríamos entrar en el Studio 54, convertido ya en teatro, a cualquier precio. Nos hubiera dado igual el espectáculo que se representase. El caso era estar allí, arrastrados por la leyenda. Tuvimos suerte, después de todo. Cuatro impresionantes voces interpretaban canciones del gran Stephen Sondheim. Barbara Cook y Vanessa Williams encabezando el elenco. 'Sondheim on Sondheim'. Un repaso por todo el repertorio del gran maestro. Qué gozada. Cuánto talento allí reunido. De vez en cuando, echaba un vistazo a mi alrededor y me imaginaba algunas de las cosas que habían sucedido en aquel teatro cuando se convirtió en la famosa discoteca. Aquel templo de modernidad y excesos de todo tipo. La música de Sondheim me devolvía a la realidad. Si alguna vez tuve la sensación de estar dentro de una película fue en aquel teatro. En aquellos momentos. Con aquella música de fondo. Aunque sólo fuese por eso, le rendiría pleitesía al señor Sondheim hasta el fin de mis días. Pero hay más, claro. Ese legado impresionante que suena y suena, y que me lleva a un tiempo que sigue estando ahí, a salvo del olvido.  

jueves, 18 de noviembre de 2021

Noviembre

Noviembre es un mes extraño, tirando a triste. Treinta días que sirven de puente entre los últimos coletazos del buen tiempo y el empeño prefabricado y excesivo de la Navidad. La Navidad es la infancia y todo lo que viene después es una cansina repetición, una huida hacia ese ocho de enero que antes era la vuelta al cole y ahora es necesario descanso. Noviembre, digo, es un mes tirando a triste. O quizá a melancólico, que no es exactamente lo mismo. Melancólico se vuelve, sobre todo, a esa hora temprana en la que ya empieza a oscurecer. Voces lejanas que se van apagando poco a poco. Los ladridos de algunos perros que se encuentran. Las sirenas de los coches de la policía, cuyo eco comenzó a hacerse más evidente desde marzo del año pasado. Las luces de las cocinas del edificio de enfrente se encienden y no es difícil imaginar los movimientos de cada uno de los miembros de la familia. Una mujer retira la ropa del tendal porque ya está seca o porque teme que se ponga a llover de un momento a otro. Habla con otra mujer, pero, a pesar de hacerlo en voz alta, ensimismado en lo mío, no consigo descifrar sus palabras. Ahí estamos nosotros, a esa hora, cada uno a sus tareas, antes de juntarnos para la cena. El reloj marca un tictac que es el tictac de todos los relojes anteriores. Avanzan las agujas y, en la incertidumbre de su destino, la balanza es incapaz de equilibrar miedo y esperanza. Todas las incógnitas habitan en ese imposible equilibrio. Ya se irán despejando a su modo, para qué hacerse mayores planteamientos. Ahí estamos, haciéndonos viejos y venciendo obstáculos que siempre proceden del exterior, todo ese lío. 

Ahora, que ya estoy en la cocina preparando algo de cena, escucho la voz de una niña que se impone a las voces de la radio. Voces que pronto dejarán paso a la música. Es en ese intervalo, entre las voces de la radio y las músicas, cuando escucho nítidamente a la niña. Habla con tal determinación y desparpajo que me hace sonreír: 
-Ya he terminado los deberes y no pienso cenar. 

sábado, 13 de noviembre de 2021

Mejor parecer que estamos en un musical

Tengo que poner la vacuna de la gripe. Pido cita. Y ahora estoy ahí, nueve y veinte de la mañana, esperando a que las enfermeras terminen con las analíticas y se incorporen para esta función. Una mujer me dice que empiezan a las diez menos cuarto. Que espere en la calle. Soy el primero de la fila. Miro el móvil. Llega un hombre y empieza a darme conversación. Como siempre trato de que se imponga el buen humor cuando visito hospitales o centros de salud, le sigo el juego. Es simpático. Tiene prisa, dice con resignación. Todos tenemos prisa. O más bien, ganas de irnos de estos lugares lo antes posible. Como me cansa un poco la conversación (monólogo ya) del hombre, miro de nuevo el móvil y pienso que si estuviese en un musical, cosa que casi siempre pienso cuando tengo que acudir a estos lugares, sería el momento de ponerme a cantar. El hombre seguiría hablando y yo empezaría a cantar. Incluso a bailar sin perder mi puesto en la fila. Mi idea casi siempre son los musicales de Bob Fosse. Mientras pienso en Roy Scheider y 'All that jazz' (ya sé que tratándose de este lugar no es la mejor opción, pero el 'Bye bye life' y su coreografía siempre me animan), llega una mujer con cara de pocos amigos y se pone detrás del monologuista. Intuyo que es de ese tipo de personas que busca gresca a la mínima en estos sitios. No me equivoco. A las nueve y cuarenta y dos, empieza su discurso. Que si dan cita para las diez menos cuarto, ¿por qué no abren ya la puerta? Que si las enfermeras tienen que hacer analíticas, que empiecen con esto más tarde y no mareen al personal. La escucho, pero no la miro. Me pone nervioso este tipo de gente que se pasa de quejas y críticas. Además, estoy en el musical, en cualquier musical, no lo olvido. Ahora me vienen imágenes de 'Bailar en la oscuridad'. Catherine se impone a las críticas de la mujer con cara de pocos amigos, ¡qué pesada! A las nueve y cuarenta y seis, abren las puertas, y una enfermera dice que vayamos pasando por orden. La mujer sigue murmurando no sé qué por lo bajo. Me ponen la inyección y salgo de allí casi volando. Como en aquel número de la película de Lars von Trier donde levantaban a la Deneuve del suelo porque no quería bailar. Y sigo mi camino. 

lunes, 8 de noviembre de 2021

Historias para no dormir

Los nuevos capítulos de 'Historias para no dormir', que acaba de estrenar Amazon Prime, mantienen un notable nivel de calidad. Buenas atmósferas, buenas interpretaciones. Suspense bien medido. Guiños al presente (las mascarillas y la claustrofobia del primero, 'El doble', dirigido por Rodrigo Sorogoyen, o el mundo totalmente deshumanizado en el que vivimos y que queda patente en la historia de ese tipo normal ante la grotesca adversidad en el capítulo dirigido por Paula Ortiz, 'El asfalto') y también al pasado (ese camaleónico Carlos Santos en la piel del propio Chicho Ibáñez Serrador en el segundo, 'Freddy', dirigido por Paco Plaza). De los cuatro, 'La broma', dirigido por Rodrigo Cortés, es el que más me ha gustado. El tema del triángulo amoroso remite, inevitablemente, al cine negro. (`Perdición', claro, en nuestra cabeza cinéfila). El meollo de la historia (la avaricia, la ambición, la gente sin escrúpulos) da casi tanto pavor como el esperpéntico personaje que borda Eduard Fernández. Nathalie Poza también está espléndida: esa escena del sofá cuando recibe los mensajes de su marido es memorable. Y Raúl Arévalo, perdido entre uno y otra, consigue el tono de la típica mosquita muerta tan trepa como los demás.   

Quedamos, con ganas, a la espera de nuevas historias. 

viernes, 5 de noviembre de 2021

Pensar en los muertos

Pensar en los muertos. No hace falta una fecha en el calendario para ello. Llenar los cementerios de flores y cotilleos. Así lo recuerdo de mi infancia, cuando la tradición imponía visitar las tumbas determinado día del año. Prefiero el recogimiento, la intimidad, para pensar en la gente que has querido y que ya no está. Y las flores, en cualquier ocasión, para los vivos. A veces, cocinando, me acuerdo de mi abuela materna, Virginia. De cómo me enseñó a hacer esto y lo otro en la cocina. Las empanadas, los platos de cuchara, la paciencia para el arroz con leche... Y el olor de lo que estoy preparando me lleva a aquel tiempo en el que todavía podía escuchar su risa contagiosa y sus consejos. El otro día, en una estupenda entrevista que me hizo César Inclán para la radio (qué buena noticia, por cierto, que César vuelva a estar en su sitio), también me acordé de ella. La entrevista me hizo evocar el sonido de su voz interpretando algunas de aquellas canciones populares que tanto le gustaban. El otro día, en A Coruña, volví a acordarme de mi amiga Loli cuando pasamos por delante de un cine que, por desgracia, también estaba definitivamente cerrado. Las tardes de cine con aquella rubia tan especial, las charlas posteriores, las carcajadas, el respeto por los clásicos, el olimpo de nuestras diosas y dioses particulares. Y pude verla allí, en aquella callejuela, con su estilo y su aire a lo Deneuve, sacando una entrada, primeras filas, butaca de pasillo. Y comentando después la película en una de aquellas tabernas, dos Riojas, por favor. 

Y evocar así a mis muertos, pese al dolor de la ausencia (un dolor que el paso del tiempo calma pero que no consigue hacer desaparecer), me hace sentirme bien. Puede que sea un sentimiento extraño. No lo sé. Sé que ya no están y también sé que estarán mientras la memoria tenga capacidad de evocación.