miércoles, 27 de mayo de 2020

Winter journey

Un músico judío recuerda, desde su vejez en Arizona y ante las grabaciones de su hijo, sus años de infancia y juventud durante el ascenso del nazismo. La pasión por la música clásica, los conciertos, el descubrimiento del amor, los paseos en bicicleta, las huidas, las pérdidas, la noche de los cristales rotos, los contrastes entre Alemania y Arizona, las ilusiones que se fueron perdiendo por el camino... Todo eso, y alguna cosa más, se cuenta en la interesante 'Winter journey', de Anders Ostergaard. Y al frente de todo eso está Bruno Ganz. El placer de volver a escuchar su poderosa voz, de ver el movimiento de sus manos, de emocionarte con el brillo de sus ojos, de identificarte con sus miedos y sus ilusiones. De recordar la grandeza que dejó por este mundo fascinante y miserable. 


martes, 26 de mayo de 2020

Flores rotas

Voy caminando. Y entonces las veo. Son un puñado de flores rotas en una papelera cuyo contenido se puede ver desde cierta distancia. Quizá hace un par de días esas rosas eran rojas y este sol las ha decolorado por partes. El tallo sigue conservando su intenso verde. Es temprano y la calle es solitaria, y les hago una foto con el móvil y luego la borro porque hay tanta basura a su alrededor -pañuelos sucios, mascarillas, cigarrillos, envoltorios de comida...- que no hay manera de arreglarla. La mierda, esta vez, es más poderosa que la belleza. No, no hay arreglo. Supongo que quien se deshizo de ellas lo sabía y no le importaba en absoluto. ¿Quién se deshizo de ellas? ¿Un hombre, una mujer? Sigo caminando y son las pregunta que me hago. Puede que fuese la madrugada del domingo, cualquier persona harta de esas rosas que jamás pueden ocultar las explicaciones de su pareja, su amante, su rollo nocturno. Otra historia de amor imposible. La madrugada del domingo sigue siendo tan traidora como siempre. Hay cosas que nunca cambian. Hay misterios que nunca se desvelan del todo. Hay amantes cuyo recorrido siempre es el mismo. Hay preguntas sin respuestas y destinos que, como ese puñado de flores rotas, se estrellan contra una papelera, cualquier noche o cualquier madrugada, mientras los demás dormimos o hacemos que dormimos. 

sábado, 23 de mayo de 2020

Paquita

Estamos tomando una cerveza en una terraza y veo a pasar a gente que conozco de toda la vida del barrio. Nos preguntamos qué tal (interés sincero, creo) y cada cual sigue su camino. Ahora pasa Paquita, que estuvo al frente durante treinta años de la librería Aldebarán y donde yo trabajé unos cuantos con absoluta libertad para hacer y deshacer según mi criterio. Lleva un tiempo jubilada y está guapa (lo es), rejuvenecida, estupenda de salud. Hablamos un poco de todo esto, del futuro que nos aguarda. Lo mejor es centrarse en el presente, en el día a día, estamos de acuerdo. Y entonces me pongo tonto y recuerdo aquel tiempo. Cada mañana en aquella librería. La expectación por los libros que llegaban. Las ideas para acercar a un mayor número de público libros de calidad. La manera en que iba a colocar esa semana el escaparate. Los días del libro, aquella fiesta. Todo ese trabajo que me hizo tan feliz durante aquellos años. Y del que estoy muy orgulloso (y ella también, y lo sé). 
Y luego, aunque ya lo he dicho más veces, le comento a Íñigo que se le debería hacer un homenaje a esta librera. Por todos los años de trabajo, por sacar adelante un pequeño negocio en tiempos complicados (para los libros siempre lo son). Y luego pienso que más allá de las instituciones (o quien sea), los buenos recuerdos de la gente que le compró libros durante años son lo más importante. Y esos los tiene. Tengo constancia de ello. 

martes, 19 de mayo de 2020

Trece años desde entonces

Muchas veces he pensado que el miedo es el sentimiento más poderoso. Me equivocaba. No lo subestimo, no hay que hacerlo, siempre está alerta, afilando sus colmillos de lobo enjaulado, pero no está en el centro de todo, ya no. Él está en el centro de todo desde aquel 19 de mayo de 2007, cuando nos conocimos. El primer beso. El primer abrazo. La última copa. La intensidad de aquellas miradas. Era mayo y hacía calor. Era mayo y pisábamos fuerte. El tránsito de la noche al día. Un viernes que ya era sábado. Un 19 que empezaba a ser fiesta en nuestro calendario particular. Esa música que da paso a la otra. Los ruidos quedan atrás. Los ecos embarullados y las acciones negativas de alguna gente, también. Supongo que a la moneda nunca le puedes quitar la cruz. O la cara envenenada, vete a saber. Hacia la luz, hacia la luz. Con rabia. Ahí sigue estando el faro, nuestro faro, metáfora de todos esos proyectos que quedan por hacer mientras el cuerpo aguante. Ya está amaneciendo. Sus pasos, más que los reflejos que se cuelan por la persiana, determinan este día. Cada día. Trece años desde entonces.  

lunes, 18 de mayo de 2020

En los ojos de Michel Piccoli

La sencillez formaba parte de la grandeza interpretativa de Michel Piccoli, que murió el pasado 12 de mayo a los 94 años, según acabamos de enterarnos. Esa sencillez que caracteriza a los tipos corrientes que, de repente, se ven envueltos en circunstancias insospechadas, extrañas, inesperadas, absurdas, extravagantes. Las cosas de la vida, en palabras de Claude Sautet. Algunas de las cosas de la vida. Así, por ejemplo, en películas como 'Trío infernal', 'La grande Bouffe' o 'Tamaño natural'. También con un punto de picardía, de gran vividor, de sibarita, de seductor, de elegante hombre francés que estaba un poco de vuelta de todo, incluso a veces con otro punto de hombre sofisticado (sin abandonar la sencillez a la hora de interpretar), resolvía con solvencia cualquier papel que se le ponía por delante. 
Interpretó en teatro 'El mal de la muerte', uno de los textos de Marguerite Duras sobre el deseo.  Escribe Duras: "Usted quiere probar, probar muchos días quizás. Quizás muchas semanas. Quizás hasta toda la vida. Ella pregunta: ¿Probar el qué? Usted dice: Amar".
Amar, probablemente, las mejores cosas de la vida, hasta los 94 años. Si uno se fija bien, en los ojos del actor, incluso en los ojos del actor convertido ya en un anciano, puede adivinarse eso. 

viernes, 15 de mayo de 2020

Bizcochos y miedos

En este confinamiento volví a hacer bizcochos. Hice bastantes bizcochos. A veces, por distraerme y no pensar demasiado. Otras, por la necesidad de comer algo dulce, que no son momentos de pensar en los kilos de más. Ayer, casi al tiempo que Marian Izaguirre (vuelvo a recomendar su última novela, 'Después de muchos inviernos', y también, de paso, 'La parte de los ángeles', que me parece de lo mejor que ha escrito), volví a hacer otro. Ayer no lo hice por distraerme ni por la necesidad de comer algo dulce, sino por ahuyentar el miedo. Ese miedo que ahora es más real que nunca. Hay que convivir con el bicho, dicen, pero el bicho está ahí, cada vez que pisas la calle. Que si tocas una puerta, que si coges una bolsa, que si alguien te roza, que si te rascas la nariz, qué sé yo... Todo eso que ahora, particularmente, me asusta más que antes. Por eso me metí en la cocina. Batir con furia los ingredientes del bizcocho más que cansarme, me relaja ante esta situación. Me hace olvidar por un rato esta sensación de pánico que está tan presente. Supongo que con el paso de los días todo se irá calmando y poco a poco las cosas, sin volver a su anterior cauce, se irán estructurando en nuestras cabezas. Y más que el del miedo, pensaremos que este tiempo ha sido el de los bizcochos. Que, por otro lado, siempre te llevan a lugares de la memoria en los que te apetece quedarte un rato. Pero ésta ya es otra historia. 
Voy a llevarles un trozo del bizcocho a mis padres. 

jueves, 14 de mayo de 2020

Optimismo

He hablado con mi querida Azucena Vence, que hoy está de cumpleaños, y me dice que las cosas van bien. Noticia que, en medio de todo esto que estamos viviendo, no puede alegrarme más. Luego, le he dicho que tiene que seguir así, que en octubre (toquemos madera, dada la situación mundial) presento nueva novela y que sin ella las cosas no serían iguales. Allí estaré, me dijo. Y me he contagiado de ese optimismo. 
Qué ganas de besarla y abrazarla. 

Palabras de César Inclán

A punto de publicar mi tercera novela, el periodista César Inclán escribe estas palabras sobre la primera, 'El tiempo que vendrá': 

Esa tarde de junio permaneció eterna en mi recuerdo, un mágico momento que he vuelto a recordar por esas cosas del azar al releer una magnífica novela del escritor asturiano Ovidio Parades titulada precisamente "El tiempo que vendrá". Editada por Trabe en 2012, la novela narra la historia de un hombre en la frontera de los 40 años de edad, el cual echa la mirada atrás para emprender un simbólico viaje con destino a una España todavía en blanco y negro, un camino que el protagonista realiza con la mayor honestidad sin dejar que la luz se cuele nítidamente por la ventana en un gesto lleno de esperanza a pesar de las dolorosas derrotas de la vida y sus andanzas.
"El tiempo que vendrá" cuenta sobre todas las cosas una historia de amor, y lo hace con un tono poético e intimista cuidando con detalle la belleza de cada palabra evocando un pasado que ya no existe en realidad, una obra que es también de alguna manera un sutil y atinado retrato generacional. La novela se articula en torno a varios capítulos que podrían parecer pequeños relatos independientes entre sí, pero que le dan al conjunto de la historia, a través de un hilo mágico e invisible, un espíritu de unidad gracias a una potente narración que va y viene en el tiempo con emoción .
El libro, en el que la presencia de personajes femeninos resulta fundamental, lo que viene siendo habitual en la obra del autor ovetense, se recrea en esos detalles aparentemente menores pero que son tan importantes en la vida, como aquellas pequeñas cosas que cantaba Serrat y que el niño que yo era vivió con la mayor ilusión una lejana tarde de finales de junio que quedará para siempre guardada en los pliegues del corazón.

lunes, 11 de mayo de 2020

Un blanco, blanco día

Ayer estuve viendo 'Un blanco, blanco día', de H. Pálmason, la historia de un hombre que acaba de quedarse viudo y de su nieta. La película narra, por un lado, la relación de complicidad que hay entre ambos, nieta y abuelo, lejos de toda ñoñería y representada en planos realmente hermosos. Por otro, y aquí viene lo más duro, los secretos que guardan algunas relaciones de pareja y el dolor que conlleva el descubrimiento, más tarde o más temprano, de esos secretos. El protagonista es un hombre herido por la pérdida. Y el hallazgo de esos secretos, tras la desaparición de la mujer a la que amaba, complicará aún más el proceso de duelo y todo lo que rodea la fragilidad en la que se ha convertido su existencia. 
Dura, compleja, poética.  Muy recomendable.

sábado, 9 de mayo de 2020

Lluvia

Aquella tarde de octubre, en Berlín, llovía casi tanto como esta mañana, muy temprano, cuando salimos a pasear. Las calles, hoy, a diferencia de aquel día en la ciudad alemana, estaban desiertas. La lluvia echa a casi todo el mundo para atrás. Una chica corriendo, un tipo riñendo a su perro, una mujer arrastrando antes de tiempo un carro de la compra, un hombre mayor de setenta años paseando a su bola, en la hora que no le correspondía. Un par de coches policía a lo lejos. Vamos caminando a buen paso, bajo ese paraguas que compramos aquella tarde en Berlín cuando nos sorprendió la lluvia. Diez euros, dijo una dependienta de mejillas sonrosadas y larga melena rubia, en un español de aquella manera. Recuerdo sus uñas pintadas de rosa chillón tecleando la máquina registradora y también recuerdo que tocar el dinero sin miedo, a diferencia de estos tiempos, era una sensación agradable. Caminamos por la ciudad y lo observamos todo con cierta distancia, como si no estuviésemos en nuestra propia ciudad o nos encontrásemos dentro de una película de ciencia-ficción. Nos preguntamos qué pasará a partir de ahora. Hace unos días, en la radio, un experto dijo que debemos aprender a convivir con el virus. Sin relajarnos, sin dejar de tomar las precauciones debidas, por supuesto, añadió. Y supongo que tendrá que ser así, aunque todo resulte complicado y extraño. 
Y seguimos caminando, a buen paso, como si no estuviésemos aquí y sin embargo más aferrados que nunca a esta tierra (curiosa contradicción). Valorando cada segundo de este tiempo de libertad, sin importarnos ya la lluvia. 

viernes, 8 de mayo de 2020

Ensayo

Anoche estuve viendo 'Ensayo', de Pascal Rambert, en el canal que ha abierto estas semanas el Teatro Pavón Kamikaze. Es una obra brutal sobre la vida: sobre sus placeres, sus deseos, sus tormentos, sus traiciones, sus decepciones, sus cansancios. Sobre la vida, sí, y todo eso que menciono, y también sobre la creación. Una de esas obras en las que apenas puedes respirar ni moverte: los intérpretes con sus palabras y con sus miradas, eufóricos o cabizbajos, lo hacen por ti durante las dos horas que dura la función. Dos horas de aullidos, de quejas, de caricias, de reproches, de sentimientos, de sillas que se mueven (como ocurrirá, posteriormente, aunque en otro plano, en 'Hermanas', también de Rambert). De saber que estamos aquí y ahora. De saber que estamos vivos. De saber que aún nos duelen determinadas cosas. Y que aprovechamos eso, la vida (con su dolor a cuestas, es inevitable), cada hora, cada minuto, cada segundo, conscientes de que es lo único que tenemos. "Lo importante es amar", dice el personaje de Israel Elejalde casi al final. Lo importante es amar, evidentemente. 
Todos los intérpretes -Elejalde, Fernanda Orazi, Jesús Noguero y María Morales- están magníficos, muy ajustados a sus personajes. Es un placer ver a lo largo de estas obras que el Pavón ha ido colgando en su canal de Youtube la versatilidad de un actor cada vez más grande como Elejalde: esa manera de modular la voz, del susurro al estallido, esas miradas...  Me ha impresionado muy especialmente el trabajo de María Morales. La fuerza y la elegancia que despliega, sin zapatos, de pie o sentada en el borde de la escalera. Es pasión, piel, deseo, tierra, sensualidad, boca que nombra las palabras que están ahí, que representan los deseos, sin metáforas ni medias tintas. La sutileza de un tirante que se desliza por la piel desnuda, la verdad, la autenticidad. A veces, al verla, he recordado a Charo López. 
Qué lujo. 

lunes, 4 de mayo de 2020

Whisky

Tenemos el calor, la pegajosa humedad y la sensación de estar atrapados en un ambiente que no nos pertenece. Ya sólo nos falta el whisky para sentirnos como en una obra de Tennesse Williams.
Luego bajo a comprar una botella. 

Intruso

Dos años después de dirigir 'Amantes' (¿su mejor película?), Vicente Aranda vuelve a adentrarse en el complejo mundo de las relaciones amorosas a tres bandas en 'Intruso', que anoche volví a ver. Muy compleja dentro de su aparente sencillez, asfixiante por momentos, con un escenario casi teatral. En ella, Aranda rastrea con minuciosidad en los sentimientos más elementales. En el amor, naturalmente. Y en el deseo. Una mujer (una -de nuevo- deslumbrante Victoria Abril, muy alejada de su personaje en 'Amantes') se sitúa en el centro de dos hombres, Imanol Arias, que borda su papel, y Antonio Valero, que mantiene muy bien el tipo frente a estas dos fieras. El amor, el deseo y, una vez más, la muerte. Una espiral -el amor, el deseo, la muerte- por la que se deslizan sin remedio los tres protagonistas. Una espiral que conmueve y abrasa en ocasiones con un silencio, una mirada o uno de esos arranques de Abril casi violentos de tan intensos que desmenuzan por completo la complejidad del alma humana y su retahíla de sentimientos. 
Con sus más y sus menos, con sus grandes aciertos y algunos despropósitos (lógicos en una carrera tan extensa y diversa), Aranda siempre es un director a tener en cuenta. Su obra no debería caer en el olvido.   

domingo, 3 de mayo de 2020

Mi madre, una imagen

Tengo cinco años. Estamos, por tanto, a mediados los años 70. Voy caminando de la mano de mi madre por una céntrica calle de esta ciudad. Pasamos a menudo por ahí. En ese camino hay un quiosco y yo me detengo siempre delante de su escaparate. En él, en un lugar destacado, hay una muñeca. Es rubia, con un vestido verde. Podría ser una Barriguitas, pero no lo es. Es un poco más grande. Todos los días la observo y le hago a mi madre un comentario sobre la muñeca. Una tarde -es primavera, lo recuerdo bien: ella, mi madre, lleva un vestido de tirantes, y yo, pantalones cortos, hay mucha luz-, venciendo cualquier recelo (sé que no los niños no juegan con muñecas, sé que las madres no les compran a sus hijos varones esa clase de juguetes), le pregunto: ¿Me la compras? Sonríe, como si estuviese esperando esa petición, y me la compra. No se me ha olvidado esa felicidad. La misma que sentí cuando me compró los primeros cuentos que leemos junto a la ventana, esperando que mi padre regrese del trabajo. 
Mi madre no quemó sujetadores en Mayo del 68, no corrió delante de la policía franquista, no leyó a Simone de Beauvoir en su juventud. Con aquel pequeño gesto, hizo algo tan importante como todo eso. Mi madre se adelantó a su tiempo, huyó de convencionalismos, se posicionó junto a su hijo en aquellos años grises como madre y como mujer. Y nunca dejó de hacerlo. En ningún momento. 

sábado, 2 de mayo de 2020

Hacia la normalidad

Estoy nervioso como si empezara un nuevo trabajo o me fuesen a dar un premio. Volvemos a las calles, aunque no sea más que a un kilómetro de distancia de nuestras casas. Algo es algo. Este algo es, a día de hoy, mucho. Esto es una especie de fiesta. La fiesta más importante que tenemos desde hace casi dos meses. Un pequeño paso hacia la normalidad, hacia la normalidad que sea, que ya sabemos que nada volverá a ser igual. Necesitamos este paso, sentir que pisamos firme, olvidarnos por un rato de tantos miedos. Necesito saber que pronto volveré a ver a mi hermana, confinada en otra ciudad, qué duro ha sido eso. Después de este paseo, lo veremos todo de otra manera. Estoy seguro. Parece que ya está amaneciendo. Ya está amaneciendo, sí. Y no llueve. Allá vamos.