lunes, 2 de mayo de 2011

Una madre asturiana

La mujer se acercó al puesto de libros, hojeó el mío, lo compró y se dirigió a la mesa donde estaba firmando ejemplares para que se lo dedicara. Se llamaba como una famosa cantante española y tenía sesenta y un años, aunque aparentase algunos menos. Se daba un aire importante a la (gran) actriz inglesa Brenda Blethyn. El pelo largo, muy oscuro, atado en una frondosa cola. Las gafas, grandes y de colores, según la moda. Me dio un par de sonoros besos en las mejillas y me dijo: tu libro está lleno de mujeres, ¿verdad? Sí, contesté: de muchas mujeres. Ah, las mujeres, suspiró. ¡Cuántas injusticias hemos tenido que sufrir! Lo sé, le respondí. Si yo te contase mi historia... Y me la contó. Había empezado a trabajar a los quince años, en un pueblo de La Cuenca Minera, recogiendo carbón y llevándolo de un lado a otro, mal vendiéndolo. Enseguida conoció a un tipo de la mina con el que se casó. Tuvieron cinco hijos, dos de ellos ciegos. Al poco tiempo de nacer el último, el marido se largó con otra y no volvió a saber de él. Nunca le pasó dinero para los críos. Ni un duro. Ni los volvió a ver. Ella siguió trabajando, donde pudo, haciendo esto y lo otro, aquí y allá. Trabajando hasta reventar, de sol a sol, sin miramientos. No se me caían los anillos, ¿sabes? Cualquier trabajo honrado, era bien recibido. Cuando tenía un minuto libre (pocas veces), se refugiaba en la lectura: cualquier historia le servía para evadirse durante un rato. Con el tiempo aprendió a seleccionar, a distinguir los libros buenos de los menos buenos. Les inculcó a sus hijos ese amor por la literatura. Las cosas, con el tiempo, fueron mejorando. Ahora trabaja para el ayuntamiento, tiene más tiempo para leer. Los hijos hacen su vida. Mañana, como es el día de la madre, me invitan a comer fuera de casa. Durante años, siempre encontró tiempo para reunirse con su mejor amiga. Me enseñó una foto de las dos que llevaba en la cartera, la última que se hicieron juntas. Las dos, un día de lluvia, bajo un enorme paraguas rojo, sonriendo. Tomaban café y hablaban de sus cosas, también de libros. Hace unos meses, pocos, su amiga se suicidó. No soportaba el paso del tiempo, asimilarlo, envejecer, y se quitó de en medio. Cada cual es muy libre de hacer lo que quiera, señaló, pero no estoy de acuerdo con ella. Si yo me hubiese quitado de en medio cada vez que había un problema gordo, hacía tiempo que ya no andaba por aquí... Pero ya ves, el viaje, dijo señalando mi libro, es extraño, sí, pero, pese a todo, merece la pena. Ya sé que es una tontería, que el día de la madre es un reclamo comercial y todo eso, pero ver a mis hijos, todos juntos a mi alrededor, me llena de orgullo, no sé si me entiendes. Sonreí. Y aquella sonrisa quería decir que la entendía perfectamente. Le firmé el libro, le deseé suerte y, mientras se alejaba, entre el barullo de la numerosa gente que había en aquellos momentos bajo la carpa, la vi sacar el libro de la bolsa y comenzar a leer alguna de sus historias.

2 comentarios:

  1. Por qué me emocionó tanto este retrato de mujer?. Gracias por amar tan bien a las mujeres.

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  2. ¡Extraordinario! ¡Qué manera de encerrar en tan pocas palabras toda una vida llena de alegrías y adversidades, qué manera de penetrar en la mente de esas mujeres, de sus sentimientos, sus pensamientos, y fundirte con ellos!

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