jueves, 5 de mayo de 2011

Salomé y el bingo

Empecé a venir al bingo tres meses después de la muerte de mi marido, Alfonso, con el que llevaba más de treinta años casada. El médico me había dicho que me distrajera, que buscara cosas con las que entretenerme. Muchas cosas repartidas a lo largo de la jornada, que los días, más aún cuando no duermes demasiado bien, siempre resultan demasiado largos. Nuestras vidas estaban hechas la una a la otra y superar esa separación, de repente, era complicado. Un infarto. Fulminante. No tuve tiempo de asimilar nada, como pasa cuando la persona se muere después de una prolongada enfermedad. De hoy para mañana, como suele decirse. Después del desayuno, se sintió mal, con dolores muy fuertes de cabeza y constantes hormigueos en el brazo izquierdo, y por la noche, ya estaba muerto. Así de sencillo. No somos nada, como apunta el tópico. Sí, un golpe muy duro. No se lo deseo a nadie, desde luego. No tuvimos hijos. Él no podía tenerlos. Tampoco los echamos mucho de menos, la verdad sea dicha. No éramos como esas parejas que, tras el diagnóstico de los médicos, se pasan la vida intentando hacerse con una criatura, no. Estábamos bien así. Perfectamente organizados. Si los hubiésemos tenido, fenomenal, pero no podía ser y no podía ser, punto. No hubo traumas. Viajamos mucho, por este país y por otros, gracias al trabajo de Alfonso, que siempre tenía que ir de un lado para otro con sus catálogos, y yo, como no trabajaba fuera de casa, pues me iba con él. Vivimos holgadamente, no tengo queja. Le echo de menos, ¿sabes?, pero la vida es así. Cuesta asimilarlo, por supuesto. A mí aún me está costando. Alfonso era un buen compañero. Veíamos la vida de manera parecida. Nos encantaba comer, probar las especialidades de cada ciudad, de cada país. Nunca se nos ocurrió jugar al bingo. A mí me vino la idea un día, cuando pasé por delante de uno. Las amigas me cansaban, las cosas como son. Siempre con chismorreos de unas y de otras, con dimes y diretes, que si los hijos no me hacen caso, que si estoy harta de mi marido, que si has visto cómo se ha puesto fulanita, cuánto ha envejecido menganita, ¡qué pesadez! Algunas mujeres hablan demasiado. A mí me gusta hablar, sí, como ves, pero también me gusta estar en silencio, a mi aire. Aquella tarde entré en aquel bingo y hasta hoy. Me divierte, me pasan las horas muy rápido. Me gasto el dinero que considero oportuno, ni un euro más, no voy a perder la cabeza a estas alturas. A veces, como cierran muy tarde, si no puedo dormir, que casi nunca puedo sin esas pastillas que me recetó el médico y que no quiero tomar, y me cansa la radio (la televisión, de mano, ni la enciendo), todos esos programas a los que la gente llama para contar sus miserias, me vengo y echo unos cartones. Muchas veces cantoun bingo o dos y saco algo de dinero para seguir jugando. Las chicas que reparten los cartones me dicen que tengo mucha suerte, que ya quisieran muchos jugadores profesionales cantar tanto como yo... En fin, a mí me entra la risa. Son majas esas chicas, ya las conozco a todas, cada una por su nombre. Hay cada una con cada historia... Le suelo dejar una buena propina si canto algo, aunque sea una ridícula línea. La verdad es que, para mí, tengo dinero de sobra. Apenas lo gasto. Y no hay cosa mejor cosa que ver a la gente contenta. El dinero es lo que más contenta la pone. Un día, hace poco, canté un super bingo, seis mil euros, uno detrás de otro, como lo oyes. Cuando me los trajeron, no me lo creía. Con lo que le cuesta, hoy en día, a los jóvenes que trabajan ganar ese dinero. Cuestión de suerte, sí. Aquella noche, me fui con el bolso lleno de dinero; andando, como siempre, que viene muy bien caminar para la circulación de las piernas y para despejar la cabeza. Le dejé cincuenta euros al tipo que estaba durmiendo entre cartones en el portal siguiente al mío, qué menos. En los bingos, ves muchas cosas, diferentes clases de gente. Hay muchas personas amargadas, desesperadas, podría decirse. Y hay otras, sobretodo mayores, como yo, que venimos a pasar el rato, simplemente. Nos conocemos todos. Hay que organizar las horas del día, que son muchas, ya lo dijo el médico. Por cierto, me llamo Salomé... Ay, calla, calla, que me falta el seis, a ver si lo cantamos, anda...

7 comentarios:

  1. Qué hermoso y certero retrato. Somos muchas las mujeres de los bingos. Las mujeres que después de viajar con nuestros maridos, al perderlos, nuestros hábitos se ven obligados a cambiar y nos hacercamos a los bingos ¿hay una manera más divertida de mantener tu mente activa? Nuestros hijos ya no encuentran diversión a nuestro lado y nosotras debemos vencer nuestra Soledad. Un bingo es un lugar de ocio donde una mujer sola puede acudir a divertirse decentemente. Yo nunca he obtenido un premio tan importante como Salomé pero sueño con el cada día, espero ser tan caritativa como ella si algún día me veo en tal brete. Muchas gracias por hablar de nosotras a pesar de ser tu un chico, tienes ojos para saber que existimos las mujeres de cierta edad.

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  2. Discrepo de ustedes dos. Mi - desgraciadamente - amplia experiencia en ellos me enseñó que no hay nada de diversión y sí mucho de soledad y desesperación en las personas que habitualmente van solas al bingo. Nuestra querida y desaparecida Lola le dio cierto glamur en su momento pero no por ello deja de ser una forma de evasión.

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  3. Para mi fue un verdadero infierno, juego, ansiolíticos y alcohol. Estuve (estoy, pues aun tengo alguna recaida) en tratamiento psiquiátrico. Aconsejaría a todas las Salomés de este mundo que se mantuviesen alejadas de esas salas de perdición que parecen inofensivas pero estan regentadas por el mismísimo demonio.

    Un cordial saludo Ovidio

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  4. Estoy tan, tan, tan de acuerdo con usted, último anónimo (yo soy quien escribió el comentario anterior al suyo). En mi caso no fue necesario ese cocktail de adicciones, el bingo fue suficiente -ni siquiera lo combiné con máquinas tragaperras- para romper mi matrimonio. Como lo oye. Y en todo el tiempo que frecuenté esas salas de perdición, como usted bien las llama, nunca conocí a nadie que fuera habitualmente solo que no tuviera un problema más o menos grave. Así de claro. Y eso me hace pensar, Ovidio, que lo malinterpreté en una primera lectura: ha hecho un retrato magistral de una ludópata, con sus justificaciones y su negación del problema.

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  5. Felicito a Ovidio por su facilidad narrativa, su ritmo escribiendo y su naturalidad para abordar cualquier tema. Me parece muy difícil contar sin juzgar, como me parece que hacen sus lectores. Comprendo que un relato tan bien traído, tan realista y cinematográfico, impresione y haga vívidas las experiencias de cada cual, pero creo que un bingo es tan inocente como un coche, sólo hay que saber controlarse, saber levantar el pie del acelerador o saber levantarse de la mesa de juego, con una sonrisa, pensando en el buen rato disfrutado y, claro está, no jugándose uno el sueldo o la pensión, en mi opinión a los bingos, casinos, o al parquet de la Bolsa uno debe de irse con el dinero que sobra, y tener una posición acomodada como la Salomé de este cuento de Ovidio. El mal no está en el juego sino en los jugadores. El juego no es para pobres o para solucionar problemas económicos o psicológicos es para divertirse, como el fútbol.
    Sergio Morales Díaz.

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  6. Soy pintor y sigo este blog desde hace poco tiempo. En él he encontrado las emociones verdaderas, el sentir profundo, la pasión de la vida que llevo buscando desde la Facultad de Bellas Artes.
    Salomé ha sido un tema recurrente en la pintura histórica; grandes maestros nos han dejado magníficos ejemplos bajo ese título. Sin embargo, en pocas ocasiones me he sentido tan emocionado como leyendo esta Salomé.
    Felicitaciones.

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  7. Muchas gracias a todos por vuestras elogiosas palabras. Y estoy de acuerdo: hay juegos peligrosos si se escapan de las manos. La idea del bingo o de cualquier otro juego debe ser algo divertido, para pasar el rato. Y controlando siempre el no caer en todas esas cosas que decís alguno de vosotros. Hay una delgada línea que separa la parte lúdica de la parte en la que puede deslizarse una vida. Conviene respetar esa línea, desde luego.
    Gracias de nuevo a todos.

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