No era uno de los cabecillas. Los cabecillas de aquel grupo eran dos, básicamente: repetidores, malos estudiantes, siempre con ganas de follón, de quitarles el dinero o la comida a quien, por auténtico pánico, se dejaba (casi todos, aunque ahora algunos parecen haberse olvidado) y de meterse con los demás. Siempre con los más débiles: los diferentes. Los gordos, los cojos, los afeminados... "En nuestro barrio, a los maricones como tú, los reventamos a patadas", decían ellos, los cabecillas, uno o dos años mayores que nosotros, tan valientes siempre, en las clases de gimnasia, dos veces por semana, mientras te arrinconaban y te zurraban: patadas, puñetazos, bofetadas... Burlas y más burlas, cada una más despiadada que la anterior. Los curas y los profesores de aquel colegio -aquel colegio que, el año pasado, visitando la prisión de Alcatraz, en San Francisco, de pronto, me vino a la memoria: los mismos aires cuartelarios, idéntico halo siniestro, aquel olor a hombre encerrado,a represión y a comida de rancho-, mirando para otro lado. Esa retahíla con diez, once, doce, trece años. No era uno de los cabecillas, no. Se trataba de uno de tantos que, seguramente por miedo a que si no lo hacían les sucediese lo mismo, les seguía el juego a los otros, los verdaderos cabecillas. Esa masa que, siguiendo al líder, a los líderes, puede hacer tanto daño como él, como ellos. La otra noche abrí mi correo y allí estaba un mensaje suyo, hablaba en su nombre exclusivamente aunque otros -decía- deberían hablar en el suyo propio, pidiéndome perdón por el daño que, siguiendo las directrices de los otros, hubiese podido hacerme en aquel tiempo. Nunca es tarde si la dicha es buena, pensé. Vale más tarde que nunca, etc. Todo ese blablablá. Nunca se imaginará ni él ni nadie (sólo quien, a mi lado, sufrió lo mismo que yo lo sabe de idéntica manera: aquellas piedras volando hacia nosotros, aquel encogimiento de hombros por parte de todo el profesorado, mucho más dañino que las propias piedras) lo que fueron aquellos años. Las palabras de perdón y arrepentimiento honran a quienes las pronuncian, desde luego, aunque vengan tantos años después. El silencio de aquellos curas y profesores continúa ahí, definiéndoles -si aún hace falta hacerlo- cada día a todos ellos.
Hace pocas semanas alguien organizó una comida de quienes fuimos a la misma clase en EGB (que ya suena a algo añejo, pero que no hace tanto tiempo). Aunque durante estos años han sido muchos los compañeros con los que me he ido encontrando, hubo algunos a quienes no veía desde hace 20 años prácticamente. Y mi mayor gozada fue sentirme fuerte como para presentarme ante aquellos cabecillas como soy, con una serena tranquilidad que a alguno llego a acojonar, con una mirada de desconcierto, de aquel "cagado" de hace años que hablaba de su novio, de su vida, de sus formas sin alarde pero sin vergüenza... Ninguno pidió expresamente perdón, probablemente me hubiera sonado anacrónico... Me bastó con verles tragar saliva, improvisar una cara que disimulara su asombro y dejarles sin mucho arte para seguir la conversación con soltura en un largo ratito.
ResponderEliminarBien por ti, Iker. Me alegro mucho. Es una buena postura, desde luego. Que buen trabajo costó llegar hasta aquí, ¿verdad?
ResponderEliminarUn abrazo.
"El perdón es la única venganza aprobada por el Universo"
ResponderEliminarEse silencio del profesorado, como el de Belén Rueda en "No tengas miedo", es terrible, es lo más peligroso.
ResponderEliminarEl perdón es un regalo de los dioses que sólo algunos mortales saben usar. He comenzado a seguir este blog tras leer un artículo de la gran Maruja Torres y estoy (lo confieso) totalmente enganchado.
ResponderEliminarMuchas veces he rematado la lectura con los pelos erizados. Yo también sufría las burlas sin sentido, las amenazas estúpidas, las agresiones injustificadas y no pude aguantarlo. También he de decir que soy algo mayor que el magnífico guía de este blog.
Al final me fui de España buscando libertad real y cuando hoy leo este blog me colma una dulce satisfacción viendo un intelectual comprometido, con el vigor de la juventud, con la fuerza de la palabra, que aplasta dialécticamente a tantas víboras cobardes.
Nunca la espada pudo a la pluma y éste es un ejemplo incomparable.
Tienes toda la razón, Cristian. Buena comparación.
ResponderEliminarGracias, Anónimo, por sus palabras. Siento lo que le pasó porque bien sé que es uno de los peores infiernos por los que puede pasar un niño, un adolescente. Aquí estamos, sí, defendiendo nuestra manera de ser y luchando para que cosas así no vuelvan a suceder jamás. Gracias, de verdad, por su comentario. Un abrazo.
gracias a ti por tu tesón y tu bondad,
ResponderEliminarel nudo de la garganta se me traslada a los dedos y no puedo escribir más
tu blog es una ventana llena de luz cálida y brisa fresca