Asmán se acaba de cortar el pelo. Su larga melena se ha convertido, de un día para otro, en un pelo corto, muy corto, con dos mechones un poco más largos en la parte delantera. Y el negro se ha transformado en rojo, en un rojo muy llamativo, nada discreto. Ella, Asmán, no lo es, discreta. No puede serlo. Su cuerpo -altísimo- es espectacular; los rasgos de su cara, casi perfectos; el negro de su piel, muy atractivo. Ah, las pieles negras: qué viveza, qué tersura, qué brillo único. Asmán, que podría haber sido modelo perfectamente, se ha cortado el pelo, sí. Nada ha cambiado. O quizá sí. Cuando uno se corta el pelo de esa manera tan radical es que está buscando algo. Un cambio, el que sea, por pequeño que nos parezca. Asmán, tan bella como inteligente, ha nacido lejos de aquí y ha recorrido muchos lugares del mundo. Hablando con ella, te das cuenta de su cosmopolitismo, de su capacidad de comprender a los demás. Ahora, quizá esté buscando ese cambio, ¿quién, hoy en día, no lo busca? Algo que alegre el espíritu, que provoque la sonrisa, que nos haga sentir un poco mejor. Sólo un poco. Qué larga está resultando esta crisis para todos. Veo a Asmán cada mañana, cuando, después de pasarme horas escribiendo, salgo del portal. El bar en el que trabaja está en la misma acera que nuestro apartamento, al principio de la calle. Cuando paso por delante, muchos días aún no ha amanecido del todo, pero ella ya está poniendo la terraza, haciendo un café, preparando los pinchos para el desayuno, últimando el menú del día, recogiendo los periódicos en el quiosco de al lado o sacando brillo a las copas de vino con un enorme paño blanco. Esté haciendo lo que esté haciendo, siempre levanta la cabeza y me sonríe con complicidad, me saluda con los ojos o con la mano, su hermosa mano negra. Asmán, en los ratos libres, cuando el bar está vacío, se pone las gafas y lee. Le gustan todos los libros, casi todos. Historia, novela, ensayo, filosofía... Lo que sea. Le gustan mucho los relatos de mujeres viajeras. Este año quiere matricularse en la universidad a distancia. Asmán, en esos momentos, con esa dulzura de mujer brava y luchadora, abandona la lectura y me saluda, tenga un buen día o no lo tenga, y ese gesto, a mí, al pasar por delante de su bar, esté o no de buen humor, me alegra la mañana, me reconcilia en cierto modo con la vida, aunque sólo sea durante unos segundos, durante esos breves instantes que dura el saludo, la sonrisa generosa, el gesto cómplice, la hermosa mano negra en alto.
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