domingo, 8 de mayo de 2011

Dos mujeres

Las veo muchos días, por la mañana, bastante temprano, a esas horas en las que la ciudad comienza su nueva andadura. Son dos mujeres. La joven es alegre, dicharachera, rotunda de carnes, morena de piel, de pelo muy negro, largo y rizado. Por su manera de hablar supongo que es cubana. La otra, en silla de ruedas, es mayor, elegante, refinada, con el pelo enroscado en un moño blanco y perfectamente hecho. Cada día, lleva un abrigo distinto. Son abrigos -marrones, negros, morados- algo anticuados, símbolo de un pasado bastante más glorioso que este presente, tan decadente. Luce un broche llamativo en la solapa, siempre el mismo, un collar de perlas y unos pendientes que reflejan a la perfección la gloria de aquel pasado. No tengo la menor duda de que fue una mujer hermosa. Ahora, con sus enormes gafas negras ocultando su rostro, me recuerda a aquellas imágenes que captaron de Greta Garbo cuando ya era muy mayor y llevaba muchos años retirada de la interpretación. La joven conduce la silla de ruedas y habla constantemente, con su voz dulce y en un tono muy alto. A veces, detiene su paso y el de la silla para preguntarle a la otra si está bien, si necesita algo. La mujer mayor, sin decir nada, mueve la cabeza y con ese movimiento quiere decir que todo está orden, que el paseo debe continuar. Recorren el Parque de Invierno, de un lado a otro. Así, una mañana tras otra. Quizá la joven le hable de su familia, de sus proyectos, de su país. Muchas mujeres, vestidas con chándal y zapatillas deportivas para caminar, pasan por su lado, por el mío. Algunas las saludan, a las dos. La mujer mayor dice algo, en voz baja, mueve una mano como diciendo que las cosas van así, así, más bien regular. La otra, la joven, da las gracias si le preguntan cómo va, sonríe, dice sí, quizá luego nos pasemos por la terraza a tomar un café... A ver si ella tiene ganas, añade señalando a la mujer mayor. Sí, si no empieza a llover, pasaremos... Y prosiguen su camino, hasta el final del paseo. Y yo sigo el mío, en sentido contrario, hasta bien entrada la mañana, pensando que un día de estos escribiré sobre ellas.

3 comentarios:

  1. una luminosa mañana de domingo leyendo a Maruja Torres, una de las mujeres más lúcidas que he leído, conocí de Ovidio Paredes y ha sido el descubrimiento de estos meses.
    nos quieres, se nota que verdaderamente quieres a las mujeres, y no podemos más que agradecértelo
    leyendo hoy como reflejas esa sencilla y compleja relaciòn entre dos mujeres que nos conoces completas un círculo que tiene otros puntos en muchos artículos de este blog
    pero que se completo un círculo, no quiere decir que se cierre. Por favor, sigue con otros cìrculos, haz ondas concéntricas con nosotras,...es maravilloso
    Pilar Vano

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  2. llevo 10 años de conductor de cuadrigas de paraliticados por las empinadas calles de Oviedo por cuatro pesos y es un trabajo forzoso y cansado, no tiene nada de bonito. No me ha gustado nada su relato que se me hace clasista.

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  3. yo no lo encuentro clasista en absoluto, creo que se confunde la posible explotación laboral con el halo poético y de complicidad que se deja traslucir entre esas dos mujeres tan distintas en edad, condició y posición.
    es más pienso que es un canto a la fraternidad, sobre todo entre mujeres, esos lazos que Ovidio tan bien explica en otras publicaciones de este blog

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