Cuando llegamos a la altura del portal, después de una caminata por la ciudad aún más larga de lo habitual, los operarios ya están colocando los cubos de la basura. Dos negros y uno azul para el papel. La terraza de la coctelería que hay al lado, pese a ser jueves y haber oscurecido ya, está vacía. A veces, a esas horas, hay parejas en esa terraza que llevan toda la tarde tomando cócteles: parejas extrañas que, lejos de sus calles o de sus ciudades, parecen, por sus gestos y actitudes, estar viviendo algún tipo de infidelidad o algo parecido. Un romanticismo pasajero, en todo caso, y, a ratos, gracias al alcohol, desmedido, desproporcionado. Ya en el ascensor, de refilón, como si hubiese retrocedido en el tiempo y en vez de cuarenta años tuviese diez, intento atisbar los ingredientes que Íñigo acaba de comprar en el supermercado para preparar una cena sorpresa, pero me descubre, se pone serio y dejo de hacerlo. Ya en casa, él se dirige a la cocina y yo, pese a que no es una de las tareas que me corresponden, cojo las bolsas de basura y me vuelvo a meter en el ascensor. Y de repente, cuando salgo del portal (la puerta se cierra, como siempre, detrás de mí) y me dispongo a meter las bolsas en los cubos, cada una en el suyo, lo descubro en el fondo de uno de ellos. Un bolso. Un bolso de color marrón. Parece nuevo, parece de piel. Está levantado, con las asas (de un marrón más claro que el resto) hacia arriba: no está tirado de cualquier manera. O sí lo está, y el bolso, curiosamente, se quedó así, como si lo hubiesen colocado estratégicamente, quién sabe. Alguien lo ha puesto ahí, en uno de los cubos negros, en el tiempo en el que nosotros subimos y yo, tras coger las bolsas, volví a bajar. No es mucho tiempo. El suficiente, no obstante, para hacerlo. ¿Qué hace ahí ese bolso? ¿Quién lo habrá depositado en ese cubo, el negro?, me pregunto con las bolsas de basura aún en el aire, como si me diese pena (o algo así) colocarlas encima de él. Miro hacia el bar de enfrente, como si algo dentro de mí me hiciese pensar de pronto que se trataba de una broma absurda (hay gente para todo) y alguien estuviese observando la reacción de la primera persona que lo descubriese. Nadie está mirando hacia el portal ni hacia los cubos de basura. Algunos hombres toman vino y cervezas, patatas fritas y aceitunas, pendientes -creo- de un partido de fútbol. Sí, es un partido de fútbol. Dejo la bolsa de basura en el cubo y entro, de nuevo, en el portal. En el ascensor, cosas del cine, me acuerdo de "La ventana indiscreta", en todos aquellos líos en los que se metían Grace Kelly (¿estuvo más guapa alguna vez Grace que en esta película?) y James Stewart. Y en la gran Thelma Ritter, claro: en su cara de malas pulgas y en su inmenso talento. Y vuelvo a pensar en el bolso. Quizá alguien lo haya robado y, después de coger lo que había en su interior -la cartera, el dinero, algún otro objeto valioso: un llavero, una joya, una petaca...-, lo tiró al cubo de basura. Quizá no era un buen bolso, pese a las apariencias, y el que llevó a cabo el hurto decidió que no le iban a dar ni tres euros por él. O quizá el hombre de una de esas extrañas parejas que a veces pasan la tarde en la terraza de la coctelería se lo regaló a su amante, y ella, enfadada por algo, con uno de esos arrebatos inesperados que da el abundante alcohol, se deshizo de él, del bolso, como si, al hacerlo, pudiese deshacerse también de su amante. Qué sé yo. Son tantas las posibilidades... Entro en casa y suena Ella Fitzgerald. Cojo mi copa de vino e intento contarle a Íñigo lo sucedido, pero está tan concentrado en lo que está preparando (y cuyo delicioso olor embarga ya toda la cocina) que decido dejarlo para luego. El misterio del bolso. Un misterio más, y como tantos otros, mejor que se quede así, en la imaginación...
Ay, Ovidio, qué emocionante, no sé cómo pudiste resistirte a coger el bolso y rebuscar en él intentando encontrar respuestas a tantos interrogantes. Enhorabuena, cada día me gusta más tu blog.
ResponderEliminarHace mcuho tiempo que me paso algo parecido, encontre un luis Viton abandonado en la basura pero yo se lo regalé a mi mama, a la que por cierto le gusto mucho y hoy precisamente buscando en gogle un bolso para mi novia del diseñador Ovido G doy con su blog. ¿Coincidencia? No se. Me ha gustado mucho y prometo visitarle mas a menudo.
ResponderEliminarUn abrazo desde Madre de Dios
Nada mejor que la imaginación con todas las herrameintas al alcance, para centrarte después, mucho mejor, en la cena, en el misterio, en la magia de la noche...
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