viernes, 30 de marzo de 2012

La huelga

Estamos ahí, alrededor de las siete de la tarde, en medio de la manifestación, rodeados de miles de personas que lanzan pitidos y aplausos, que enarbolan banderas, que muestran cívicamente su indignación, su profundo descontento. Somos trabajadores en paro, los dos. No somos unos vagos, como a veces algunos políticos quieren insinuar o hacernos creer. Todo lo contrario. Queremos trabajar, como la mayoría de la gente. Enviamos currículums casi todos los días y no obtenemos respuestas. A veces (pocas), llama alguien, oh milagro, y nos hace una entrevista. Los argumentos son siempre los mismos. O muy parecidos. Ah, si fueses una chica, que es lo que estamos buscando, de cara al público ya sabes... Y ponemos cara de no, no sé: a estas alturas venir con esos argumentos nos parece algo tremendo. Ah, si tuvieses 20 años. Ah, si no tuvieses... Ah, ah y ah. Siempre hay una disculpa, un pero, un vete por donde has venido que aquí no tienes nada que hacer. Palabrería y más palabrería. Cuánto lo siento, sí, sí, me quedo con el currículum por si acaso, y adiós, buenos días, muchas gracias por venir. No seremos una chica (es evidente), no tendremos 20 años (más evidente aún, si cabe), pero no somos tontos ni somos unos vagos. Hacemos muchas cosas al cabo del día. Muchas. Para no volvernos locos o alcohólicos. Para no caer en el juego, en los tranquilizantes o en sabe dios qué maravillosos paraísos que terminarían pasando factura. Es más, en mi caso concreto, trabajo duramente con las palabras: escribo varias horas al día a cambio de nada más que la satisfacción que me produce el hecho de hacerlo. No puedo cobrar ni un euro de ninguna parte porque es incompatible con mi miserable paga del INEM. El INEM y esa miserable paga que nos ayuda a costear los recibos es, precisamente, el mayor problema ahora. El tiempo pasa, se va agotando, y después, ¿qué? En mi caso, ya han pasado quince meses desde que, de la noche a la mañana, decidieron cerrar la librería en la que estaba trabajando. Una casa, un coche, un recibo de la luz (cada mes mayor, por cierto), un plato de comida, un abrigo... Lo de todo el mundo, vaya. Pero todo eso hay que pagarlo, evidentemente. Luchamos contra el tiempo y eso, hoy por hoy, es algo muy angustioso. Lo más angustioso. Y después, ¿qué? Por eso estamos ahí, alrededor de las siete de la tarde, el sol ya dando sus últimos coletazos, la brisa que se va volviendo más fría, la niebla que se cierne sobre el día que va terminando, rodeados de miles de personas indignadas. Protestando. Sabemos que no servirá de nada o de muy poco, como ya se encargó de decir la ministra de trabajo en los telediarios. Pero estamos ahí, que es donde creemos que debemos estar, poco antes de regresar a casa sorteando la basura que algunos se han encargado de esparcir por las aceras de un modo totalmente intolerable (tan intolerable como el hecho de que algunas personas el día anterior la dejaran en la calle obviando que los operarios de limpieza también tenían derecho, si así lo consideraban, de hacer huelga), con esa sensación un tanto melancólica y frustrante que tenemos al enviar nuestros currículums. Sí, algo así. Pero no decimos nada. Nos entendemos sin decirlo. Y seguimos caminando, sorteando la basura. Toda la basura. Una vez más.

2 comentarios:

  1. Además de la basura, me gustaría resaltar el comportamiento democrático de la gente, al menos aquí, en Madrid. Las manifestaciones suelen ser alarmas sociales que no siempre caen en saco roto, quiero pensar que esta tampoco lo haga.

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  2. ésta como todas, al día siguiente titular en la prensa y ya... frustrados? si, frustrados. Detrás de mucha gente de los del jueves en la manifestación, muchas historias como la tuya y la de tu chico también algún estómago agradecido. ¿El éxito de la felicidad? no es ser más guapo, más joven, más rico, es saber poner a mal tiempo buena cara y afrontar lo que venga con esperanza y optimismo. Suerte Ovidio (la vamos a necesitar todos)

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