martes, 27 de marzo de 2012

Primavera

Abres una mañana la ventana, aún con la cabeza embotada por el sueño, y ya está ahí. El frío de los últimos meses ha dado paso a una brisa templada, ligera, que se irá calentando según vaya transcurriendo la mañana. Francesca ya no se irá a refugiar en la manta del sofá como hacía durante los meses de invierno cuando las ventanas estaban abiertas para ventilar la casa. Ahora, con la luminosidad del día entrando ya en el cuarto y esa brisa templada como una especie de necesaria renovación de todo, se instalará de inmediato en lo más alto del sillón de cuadros que está justo al lado de la ventana y que ella misma, desde que era muy pequeña y sin que pudiésemos evitarlo, ha ido destrozando por los bordes con sus uñas. Desde allí, observará el trajín de otras casas que van abriendo también, como yo acabo de hacer, sus ventanas, dejando que el nuevo día ventile las estancias y las cabezas. Se prondrá nerviosa con el sonido de los pájaros, con su revoloteo acelerado y madrugador. Y después, cansada de no poder atrapar a los pájaros y del ruido lejano que procede del aspirador de la vecina de enfrente, vendrá a buscar mis piernas, para instalarse sobre ellas, mientras yo escribo esto o cualquier otra cosa. El sol, según vaya avanzando la mañana, se colará hasta la mitad del cuarto, iluminando parte de los libros de la estantería, de los cuadros de la pared y de las manzanas verdes que están en un frutero sobre la mesa y cuyo olor es el primero que descubro al salir de la habitación. Francesca ha descubierto estos días ese sol inesperado y se coloca bajo sus rayos, sobre la madera del suelo que se va calentando. Con los ojos cerrados, parece dormida pero no lo está. Ahí la dejo cuando me voy a la calle, en busca del paseo de la mañana. Desde los colores de las cosas hasta la actitud de la gente, pese a las circunstancias que (casi) todos acarreamos en estos complicados tiempos: todo parece que ha sufrido un leve cambio. El sol, el cielo despejado y la chaqueta de la que ya nos vamos despojando para que la piel disfrute de libertad, contribuyen a ese cambio. Después de atravesar media ciudad, llego a ese parque, el Parque de Invierno, que también suelo atravesar a buen paso por eso de hacer algo de ejercicio, ese ejercicio que tan bien me viene (al menos, por un buen rato) para no pensar demasiado en esta complicada situación que nos está tocando vivir. Allí, sobre el césped, ya hay algunas personas en bañador, mostrando sus pieles blanquísimas. Otras, las que van caminando, ya han dejado el pantalón largo y se han puesto sus ropas deportivas más cortas: los hombros desnudos y las piernas al aire, hombres y mujeres, en la mayoría de los casos. El verde de los árboles es intenso y las mimosas, cientos de mimosas, más amarillas y olorosas que nunca. Es la hora del recreo de un colegio cercano. Y algunos jóvenes, después del pincho y las cocacolas, encienden un cigarrillo que extraen de una cajetilla medio vacía ya y que se van pasando unos a otros. Aspiro el olor de esos cigarrillos que se mezcla con el de la naturaleza y sigo caminando. Entro de nuevo en la ciudad, tras el breve respiro. La gente, pese a todo, continúa más sosegada. Parece que ya no hay tantas caras de agobio y malas pulgas. Alguna gente, pese a no ser fin de semana, ya está instalada en las terrazas, las gafas de sol puestas, los abrigos a un lado. Sonríen, comentan, piden bebidas frías, fuman despreocupadamente, miran los relojes. Llego a la terraza donde quedé con mi madre, cerca de su casa, para tomar un café. Levanta la mano para indicarme donde está. Parece que la llegada de la primavera también le ha sentado bien.

2 comentarios:

  1. Aunque yo soy más de invierno, me gusta el frío, los cafés con los cristales empañados, la alegría que da cuando entras y la calefacción te invita a quedarte, reconozco que la luz de la primavera, viene cargada de vida y de esperanza, también, en este presente de futuro incierto.

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  2. Yo también me reconozco más como Dama de invierno, tú lo sabes, de lluvia, frío, abrigos, bufandas, mantas y calles con ese encanto que todavía hay muchas personas que no han descubierto, pero hoy he disfrutado muchísimo contigo y tu paseo, desde Francesca al calor de la madera hasta otro calor, el de tu madre y esa mano levantada, siempre buscándote y encontrándote, siempre, como debe ser.

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