lunes, 26 de marzo de 2012

Jornada electoral

Ayer, antes de ir a votar, adelantamos una hora todos los relojes de la casa, como es costumbre en estas fechas. La una es las dos y las tres son las cuatro, y así, en pleno verano, cuando lleguen los días rojos (que diría Holly Golightly) de la depresión, la noche tardará tanto en llegar como el día de paga. Después de votar, ya en una terraza cercana al colegio electoral, con un buen vino delante, contemplamos la vida que pasa. No hay mejor manera de palpar lo que está ocurriendo alrededor. Gente que sale de misa de doce; gente que dice que va rápidamente a votar para luego tomar el vermú, que se llenan las pocas terrazas que aún hay puestas y luego no hay manera de coger un sitio; gente que dice que pasa de los políticos y que se mete en un coche con dirección a la playa o al monte, como si pasar de la política no fuese pasar directamente de todo. Vemos a gente muy mayor que es arrastrada -literalmente, en algunos casos- por sus hijos con el sobre de la papeleta en la mano. No quiero ser mal pensado, pero mucho me temo que esa papeleta está ahí, en la trémula mano del anciano, puesta por alguno de esos hijos. Poco después, una persona que trabaja en una residencia de ancianos nos cuenta que esos días, los de las elecciones, son los días que nadie falla: todos van a buscar a sus mayores, los llevan al colegio electoral y los vuelven a depositar en la residencia a la media hora. Ni siquiera, en la mayoría de los casos, comen o pasan el resto del día con ellos. Gente que no va a verlos en todo el año, ni siquiera en Navidad o vacaciones de verano o Semana Santa, esos días hacen su aparición, nunca fallan. Y eso, francamente, tenga la papeleta que llevan en la mano el color que tenga, me escama un poco. Seguimos observando. Personas que siempre han sido del Partido Popular o incluso del PSOE, lucen ahora con orgullo en sus pechos las pegatinas de FORO. Qué cosas. La vida, ya se sabe, que nunca deja de sorprenderte. Es cierto que todo tiene un aire de ya visto, una sensación un tanto cansina. Va pasando la tarde, las calles se van quedando vacías, y llegan los ecos de algunos sondeos, de algunas noticias. La peor de todas ellas, sin duda, es la muerte del gran escritor italiano Antonio Tabucchi a una edad bastante temprana, 68 años. Y después, ya pasadas las ocho de la tarde, los primeros resultados hasta llegar, a buen ritmo, a los resultados finales. Y con ellos, aquellas palabras que el poeta José Hierro escribió en su Cuaderno de Nueva York: "Después de tanto todo para nada". Pues eso.

1 comentario:

  1. Yo prefiero pensar que las cosas sirven para algo, que la lucha conlleva cambio, y que en ese cambio, nosotros, los contemporáneos, somos protagonistas activos. La vida, que nunca deja de sorprendernos.

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