sábado, 3 de marzo de 2012

En el Dickens 12

Una originalísima alfombra de vasos rotos, blancos y azules, se extiende delante de la puerta. La pisamos (una sensación extraña y agradable, como si flotásemos sobre bolsas de agua templada, sobre aquellas pequeñas bolsas donde nos metían a los peces de color naranja que comprábamos en El Fontán tantos años atrás, o algo parecido) y entramos en el local, Dickens 12. Así se llama como homenaje al célebre escritor inglés, al bicentenario de su nacimiento, y como recuerdo a uno de los cafés que el padre de su dueña, Yolanda Lobo, tenía en un Oviedo no tan lejano, unas cuantas calles más arriba. Aunque las instalaciones son las mismas, poco tiene que ver con las de aquel otro, El Tamara, donde tantas noches pasamos antes de encontrar definitivamente el amanecer (y otras cosas) en La Santa, situado justo al lado. Blancos y dorados, toques vintage, buena música: otros aires que tienen más que ver con los actuales, con las nuevas tendencias. Un ambiente muy acogedor para tomar una copa antes o después de cenar. Ésa es la primera impresión que percibimos. Yolanda nos recibe con su sonrisa de siempre, si acaso un poco nerviosa (ya dijo la gran Carmen Maura -¡cómo nos alegramos por ese premio César que recibió la semana pasada en París!- que si no te pones de los nervios la noche del estreno, mal asunto), con un cóctel, una fresa (más fresón que fresa: sabroso, en todo caso) y una bandeja repleta de chocolatinas que Gus con su amabilidad habitual nos va ofreciendo cada poco. No es mal comienzo. Yolanda tiene la capacidad de renovarse constantemente, de abrir nuevos caminos, de no quedarse atrás. La virtud de no tirar la toalla, que ya es mucha virtud en estos tiempos duros que corren. Demasiado bien lo sabemos todos. Constituye, por tanto, un añadido más a su importante labor como empresaria. Unos cuantos años ya ejerciendo esa labor. Sin ella, sin todo ese esfuerzo, trabajo y constancia, no sería posible entender con exactitud la noche de esta ciudad. Lo que fue, ay, y lo que será, seamos positivos, que no hay mal (ni crisis) que cien años dure ni cuerpo que lo aguante, por mucho aguante que tenga el cuerpo. Ahí están las ganas de esta mujer por seguir batallando. Y la ilusión. Ya digo: la toalla no se tira, ni ahora ni nunca, faltaría más. Aquí, si hay que morir, se hace con las botas puestas, la copa en la mano y la carcajada bien alta y sonora. Su familia, sus amigos, sus clientes: allí estamos todos, ilusionados con el nuevo proyecto, otra andadura que añadir a su currículum, deseando que sea el bonito arranque de un largo viaje, que falta nos hace a todos animarnos y descubrir interesantes apuestas en una ciudad en la que -lamentablemente- ya casi nadie apuesta por nada. Y vuelvo a recordar aquí todos esos lugares emblemáticos que cada día van desapareciendo, llenándonos de pena, rabia e impotencia a los que conocimos otra ciudad y otros tiempos. Pero no es día hoy para quejarse ni para hablar de penas o de tristezas. Es día de celebrar que tenemos un local nuevo. Y de dar las gracias, una vez más, a una mujer, Yolanda, que mira hacia delante, que se implica, que se resiste a darse por vencida, se pongan como se pongan los tiempos y las circunstancias. Por muchos, muchos años.

3 comentarios:

  1. AQUÍ ÚNICAMENTE TIRAMOS LA TOALLA SI ES PARA CAMBIARLA POR UN PAREO...SINO, NO MERECE LA PENA...;)

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  2. No conozco físicamente el "Dickens 12", y probablemente, por circunstancias que no vienen al caso, no lo visite nunca pero, me siento como si anoche yo también hubiese pìsado esa alfombra de vasos rotos.

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  3. Habrá que pasarse por allí, mucha suerte en el nuevo proyecto para los emprendedores, que de éstos andamos un poco escasos últimamente

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