domingo, 18 de marzo de 2012

En una habitación cutre

La cámara juega con las sombras de la habitación, con el espejo que hay enfrente de la cama, y no enfoca claramente el rostro de una mujer de unos cuarenta años. El pelo quemado y sin arreglar, las ropas ajadas y baratas, las manos -que nunca ocultan las circunstacias de la vida, sean cuales sean: positivas o negativas circunstancias- prematuramente envejecidas. La habitación es cutre y en ella, esa mujer, por diez euros cada vez que la utiliza, ejerce la prostitución. No está, a diferencia de otras mujeres que se dedican a lo mismo y que aparecen en el reportaje, orgullosa con ese trabajo. No encuentra otra salida, pese a intentarlo con esfuerzo. Me quedé sin trabajo, susurra, y después nadie -nadie, recalca- me echó una mano. Me la imagino por esas calles de la gran ciudad, tan inhóspitas cuando los bolsillos están vacíos y la vida no sonríe demasiado, llamando a puertas que se cierran delante de sus narices casi antes de abrirse. Asegura sentirse mal realizando ese trabajo, prostituyéndose. Todo cambia cuando acaba el servicio y se da una ducha. Después de esa ducha, como si el agua borrase de un plumazo el malestar, afirma que vuelve a sentirse una señora. "La más señora de todas las putas...", canta Sabina de fondo. Una auténtica señora. Así hasta el próximo cliente. Dice que su madre es la única que la ha querido de verdad, que el resto de su familia no quiere saber nada de ella: ni siquiera saben donde vive. Aquí, como es lógico, se le rompe la voz y apenas puede seguir hablando. Y la cámara se aleja aún más de ella, respetando su dolor, ese quiebro que le traen los recuerdos, la figura de su madre. No es una vida rota. No me gusta mucho esa expresión. Todas las vidas pueden cambiar de un momento a otro, en un abrir y cerrar de ojos, y volverse vidas rotas. Es, simplemente, una vida más. Punto. Con su circunstancia terrible en estos momentos. Luego, en el espléndido reportaje, vendrán las historias de más mujeres que se dedican a la prostitución. No son jóvenes ninguna de ellas, más bien al contrario, ése es el denominador común del reportaje. Esperpénticas, colocadas, graciosas, resignadas, aburridas, artistas que no consiguieron sus propósitos y se vieron abocadas a este trabajo... De todo hay. Pero me quedo con la historia de esta chica (ninguna de las historias te deja el corazón encogido como la de ella) que recuerda a su madre, la única que de verdad la ha querido, que sale de la ducha, después de un servicio que puede inlcuir de todo lo que al cliente se le antoje, convertida en una señora. Así es como se siente y se enfrenta a lo próximo. Tal vez ahí, en esos momentos, vuelva a recordar a su madre y la lista de sueños que una vez tuvo y creyó que podían ser reales. Y todo vuelva a ser posible. Al menos, por unos instantes. Incluso que esa habitación cutre por la que paga diez euros cada vez que sube a un cliente se transforme en una habitación propia, la suya, la de esta mujer que, probablemente, no haya leído jamás a Virginia Woolf. O quizás sí. Quién sabe.

1 comentario:

  1. Hace muchos años se cruzó una prostituta en mi camino, vendía su cuerpo para financiar una operación que tenían que hacerle a su hijo, y sólo la realizaban en el extranjero. La vida nunca sabes dónde puede ponernos.

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