jueves, 8 de marzo de 2012

Mujeres

Me crié en un mundo lleno de mujeres. Mis abuelas, mis tías, mi prima, mi hermana. Y mi madre, claro. Y sus amigas, con las que tanto me gustaba pasar el tiempo y observarlas y reírme con su sentido del humor, con sus ocurrencias, con su fina ironía o su mala leche llegado el caso, mientras desayunábamos en los cafés cercanos o esperábamos el autobús donde venía mi hermana del colegio, siempre con ganas de llegar a casa y deshacerse de aquella pesada mochila con libros. Charlas que se convirtieron gracias al recuerdo en imágenes que, con el tiempo, se vieron reflejadas en otras imágenes en las que tú ya no eras el protagonista. Muchas veces he visto en algunas películas de Almodóvar (sin ir más lejos) reproducciones casi exactas de aquellas charlas muy parecidas a las que yo viví con aquellas mujeres. Las historias siempre se repiten, ya se sabe. Mujeres alegres, coquetas, sarcásticas, tímidas, descaradas, cantarinas, reservadas, aventureras, soñadoras, modernas o conservadoras, lectoras o no lectoras... De todo había. De todas aprendí cosas. Y todas contribuyeron, de un modo u otro, en mayor o menor medida, a hacer de mí el hombre que hoy, a mis cuarenta años, soy. Mujeres. Luego vendrían más: a través del cine, del teatro, de la literatura y de la vida real. Nunca las vi, como la mayoría de mis compañeros de aquel (espantoso) colegio de curas que por entonces no era mixto, como algo inalcanzable o irreal. Todo lo contrario. De igual a igual, con total naturalidad. Ellas comprendían mi mundo y yo el suyo. Así de fácil. Aquella vecina que acababa de separarse y, más sola que la una, me hacía confidencias delante de dos tazas de café soluble. Aún recuerdo sus lágrimas de entonces: separarse hace treinta años no era lo mismo que hacerlo ahora. Aquella otra que aún no estaba preparada para ser madre y hubo que ayudarle a poner remedio al asunto. Aquella que sus padres repudiaban porque quería estudiar y trabajar y no ser sólo la esposa de fulanito o menganito o la madre de unos hijos que no deseaba lo más mínimo (he conocido a muchas mujeres a las que les interesaba la maternidad y muchas otras, señor Gallardón, a las que no les interesaba absolutamente nada, menos que cero). Aquella otra que siempre se metía en líos gordos por culpa de algún cretino al que le daba más cuerda de la que merecía. Problemas que ahora no nos lo parecen, pero que existieron realmente, y no hace tantos años de todo ello. Y todas aquellas otras con las que me divertí y me reí y me emborraché, que son casi todas. Sin olvidar a las compañeras con las que he trabajado, no sólo en las librerías en las que lo he hecho hasta la fecha, sino en ese centro comercial donde trabajé por temporadas y ellas, mis compañeras, eran las que siempre me echaban una mano cuando llegabas a una sección por primera vez y nadie te decía cómo se hacían las cosas o donde estaba esto o lo otro. Eso unido al hecho de las famosas comisiones que cada vendedor llevaba por venta realizada, hacían de aquellos primeros días en aquel trabajo una especie de guerra en la jungla. Y no exagero un ápice. Siempre hubo una chica dispuesta a echarme una mano, aún a riesgo de perder su propia comisión en aquella venta. Son cosas que no se olvidan fácilmente. Y que las convierten de inmediato en nuevas compañeras de viaje. Otras más de las muchas que te vas encontrando por este viaje que, aunque parezca tan largo, resulta siempre cortísimo.
Mi infancia está asociada a las mujeres y a los libros más que a ninguna otra cosa. A los libros que me proporcionaban dos de esas mujeres, mi madre y mi abuela Virginia. Una de ellas, la abuela, ya no está aquí, aunque mi madre y yo, como la recordamos diariamente, siempre la tenemos muy presente en nuestras vidas. Y la otra, mi madre, viene hoy a comer con nosotros, a celebrar este día, aunque, dadas las circunstacias, no haya mucho que celebrar o, por el contrario, haya que celebrar todos los días que estamos aquí y ahora como si fueran los últimos. Vendrá luego, mi madre, y ya me dijo ayer por teléfono (no se pudo resistir) que me traerá ese libro, el nuevo de Almudena Grandes, que tantas ganas tenía de leer. Como hace treinta años, ya digo.

5 comentarios:

  1. ¡¡¡G R A C I A S!!! Tremendo nudo en la garganta...

    ResponderEliminar
  2. Muy bonito y emocionante, Ovidio!!

    ResponderEliminar
  3. Muy bonito y emocionante, Ovidio!!

    ResponderEliminar
  4. buenísimo, como siempre, que importante dar el valor que tienen a las que comparten el camino con nosotros.

    ResponderEliminar
  5. De lo mejor que he leído hasta el momento de ti, Ovidio. ¡Qué sensibilidad!

    ResponderEliminar