Uno puede medir el tiempo de muy diversas formas. La última vez que recordó a alguien que ya no está con nosotros, la última ocasión que pensó en aquel amor de juventud o la última vez que le dijo a su pareja que la quería. Alejándonos de esos epígrafes más o menos poéticos, renovar el carné de identidad puede ser otra manera de medir el tiempo. Ahí estoy, después de diez años, con la foto nueva y el carné viejo en la mano, esperando mi turno para hacerlo, renovar el carné de identidad. Aún estamos en los días navideños y la gente, cargada de bolsas, habla de ello: comidas, bebidas, fiestas, excesos, resacas, viajes, regalos de última hora, niños sin colegio, abuelos congestionados, Nochebuena aquí y Nochevieja allá, qué ganas de regresar a la rutina (es la frase estrella)... Intento leer el libro que llevo en la bolsa, pero no lo consigo. Prefiero centrarme en lo variopinto de esas personas que aguardan, como yo, su turno, en los hilos de esas conversaciones que se escapan de sus interlocutores y que llegan hasta mis oídos. Y en esos años, diez, que han transcurrido desde la última vez que estuve por aquí. Qué vértigo. Miro las fotos, la nueva (la hice el día anterior) y la vieja, la que lleva ahí, en el carné, estos diez últimos años. La misma persona. ¿La misma? Pues, probablemente, no. Algunas decepciones, algunos cansancios, algunas batallas (perdidas y ganadas: caerse y levantarse sigue siendo la clave del juego) y algunas carcajadas ruidosas separan ambas fotos. El tiempo, al menos en lo físico, tampoco ha sido tan cruel. Sobre todo, si pienso en algunos antiguos compañeros de colegio que a veces encuentro en unos sitios y otros y con los que el paso del tiempo sí se ha cebado de un modo despiadado, incluso peligroso para su salud. La vida, que no da tregua. Ni un solo minuto de tregua. Ahí está el espejo. Y esos diez años que, mientras espero para renovar mi carné de identidad, pasan por delante de su cristal velozmente. A veces, siendo honestos, vale más no pensar en estas cosas y otras veces, como esta que nos ocupa (¡dos horas de espera!), resulta inevitable. Diez años siempre dan para mucho. Desde la silla donde estoy sentado, al lado de esa ventana por la que se cuela la luminosidad del día (luz fría, sol alto, cielo despejado: el invierno en todo su apogeo), veo a Meryl Streep caracterizada de Margaret Thatcher, y pienso en aquella interpretación suya de diez años atrás en "Las horas", en aquel paseo tranquilo por las calles de Nueva York (esas calles que, en este tiempo, visité varias veces, cumpliendo así aquel sueño de adolescencia), con un ramo de flores en la mano, como una señora Dalloway de nuestros días que iba a visitar al amigo moribundo (maravilloso Ed Harris) del que estaba un poco enamorada. La serenidad de aquel rostro, el de la Streep en aquella espléndida película, es el que me gustaría alcanzar definitivamente en estos diez años (sólo a ratos la consigo), lucirla en el rostro cuando, a los cincuenta años (ay), vuelva por aquí. En eso pienso mientras dos mujeres a mi lado no callan ni un momento, dos jubilados tratan de colarse alegando que han visto mal su número en la pantalla y una joven embarazada pone cara de dolor al sentarse, a punto como parece -dada la magnitud de su barriga- de romper aguas en cualquier momento.
Es curioso cómo en los lugares oficiales, también llamados públicos, la vida abre un abanico de posibilidades al escritor. Una vez, haciendo cola para volver a sacar la Tarjeta Sanitaria después de haberla extraviado, pensé en la posibilidad de inventar un número que fuera múltiplo de colores, obtuve muy pronto el resultado: la clave estaba en escuchar atentamente cuanto ocurría a mi alrededor.
ResponderEliminarPiensa lo que has mejorado en estos 10 años. Yo también mido el paso del tiempo por mi carnet y espero que mi próximo carnet refleje por lo menos, lo que he vivido durante éstos. Y respecto al paso del tiempo, decididamente es mucho más cruel con otros que con nosotros y si no fíjate en el futuro nuevo alcalde de Oviedo que es de tu quinta pero tiene muy mal vejez.
ResponderEliminarBesos Ovidio, no he dejado de leerte, pero este principio de año me está costando un poco.