Tengo que decirlo por delante: Nunca le perdoné a Meryl Streep que, con su lacrimógena interpretación en "La decisión de Sophie", le arrebatara el Oscar a la extraordinaria Jessica Lange de "Frances", biografía cinematográfica de la atormentada y malograda actriz Frances Farmer, otro de los grandes mitos malditos del siglo pasado. (En aquella misma gala, una jovencísima Jessica Lange se llevó el Oscar como mejor actriz de reparto por "Tootsie", cuando, en realidad, ese premio le correspondía a Kim Stanley, que interpretaba a su madre en "Frances"). Sin embargo, qué cosas, seguí viendo todas sus películas. Y siempre encontré que la Streep estaba tremendamente sobrevalorada. No digo que sea mala actriz, dios me libre, digo que está sobrevalorada. La mayoría de las veces su técnica no es nada disimulada: es decir, que uno ya sabe de antemano lo que va a hacer antes de que lo haga. En "Memorias de África", cuya interpretación fue tan alabada por todo el mundo, lleva esta teoría a sus máximas consecuencias. Y en "Los puentes de Madison", más de lo mismo. (Pensar que la propia Jessica Lange, Barbara Hershey o Susan Sarnadon eran las otras candidatas para protagonizar esta romántica y melancólica historia que dirigió Clint Eastwood, ay). A mí, la Streep, ya digo, ni frío ni calor. Reconozco que en "Postales desde el filo" (pelín desatada) está a la altura de esa leyenda que es Shirley McLaine (que también se desataba -deliciosamente- lo suyo: ¡esa escena cantarina y con vestido rojo al lado del piano!) y me gusta el sosiego que transmite en "Las horas", pero poco más. Cuando le da por ponerse graciosa, se desboca demasiado y cuando se queda en ese rol de seria por el que cosecha tantos premios (que tenga más nominaciones a los Oscar que Katherine Hepburn o Bette Davis me parece algo completamente ridículo e injusto, pero ya se sabe que nadie dijo que hubiese mucha justicia en este miserable mundo) y éxitos resulta previsible de principio a fin. Ayer fui a ver "La dama de hierro", película entretenida sin más, que se deja muchísimas cosas en el tintero y que pretende ofrecer un ligero toque feminista al personaje de Margaret Thatcher, cosa del todo absurda e insensata como puede saber todo el mundo que conozca su despiadada manera de hacer política. Sin embargo, desde la primer aparición de Meryl Streep en la pantalla, hay que quitarse el sombrero. No es Meryl: es la propia Margaret la que aparece en escena, con su voz aguda, su peinado imposible, sus trajecitos rancios y sus eternos bolsos y collares de perlas. La actriz realiza un trabajo descomunal. Esta vez sí se merece todos los premios habidos y por haber. Aunque yo, qué queréis que os diga, se lo daría a esa actriz inmensa que cuando presentó "Las amistades peligrosas" todo el mundo se preguntaba dónde había estado metida durante todos aquellos años aquel pedazo de descubrimiento y que unos pocos sabíamos que era la mujer que iba recogiendo los papeles que la propia Meryl rechazaba: Glenn Close, cuya contenida interpretación en "Albert Nobbs" (ya realizada por ella misma en el teatro) no se queda ni un paso atrás. No queremos que a Glenn le pase lo mismo que a Deborah Keer, a la que hace años ella misma le entregó su Oscar Honorífico después de varias nominaciones sin premio. No, no queremos eso de ninguna manera. Por eso, desde aquí, pedimos el Oscar para ella, Glenn Close, que ya es mala pata también que le vaya a tocar compartir nominación el mismo año en que la Streep se puso tan poderosa. Ah, qué vida esta...
Glenn Close me tiene enganchada a "Daños y perjuicios" desde el capítulo primero de la serie. Después fui buceando por aquí y por allá en su filmografía. Me parece que está soberbia en "Albert Nobbs" y a pesar de que yo soy un poco Streep (aún sin haberla visto en "La dama de hierro") se lo daría a Gleen. Te felicito una vez más, por la magnífica crítica que has hecho.
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