martes, 1 de diciembre de 2009

Una triste historia

Era el segundo hijo de una familia de cuatro hermanos. Tenía la voz de un locutor de radio y el atrevimiento que, a veces, otorga la ignorancia. El típico gallito de barrio que no tenía ni idea de nada y creía sabérselas todas. Era el novio de Jorge (llamémosle así), un buen amigo, diez años mayor que nosotros. No aceptaba su sexualidad, y eso lo convertía en un ser atormentado y difícil. Cuando se tomaba demasiadas copas (muy a menudo), podía resultar muy desagradable, celoso hasta límites absurdos e insospechados y bastante violento. A la mañana siguiente, aparecían los arrepentimientos y las lágrimas. Lo de siempre: el prototipo exacto de cualquier maltratador. Le hizo la vida imposible a Jorge durante casi dos años. Después, tras varias semanas de desconcierto, mi amigo se largó de esta ciudad y comenzó una nueva vida. No ha vuelto por aquí. El otro, a los pocos días de ser abandonado y organizar varias pataletas, inició una relación con un tipo con el que, según se sabe, monta las mismas escenas: discusiones, peleas, celos, altercados y arrepentimientos de culebrón de cuarta. Varios meses más tarde de su huida, ya instalado en Madrid, Jorge recibió un montón de llamadas en el móvil de su ex pareja. Contestó a la última de ellas, casi sin pensarlo. Le llamaba para comunicarle que era seropositivo. De alguna manera, en aquella confidencia, iban implícitos ciertos reproches. Estaba convencido de que había sido él quien le había contagiado. Jorge se hizo las pruebas. Estaba limpio. Se las hace todos los años y siempre son buenos los resultados. No ha vuelto a saber nada más de él. Pero yo sé que todos los años, tal día como hoy, Jorge se acuerda de esta historia y se pone un poco triste.

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