miércoles, 2 de diciembre de 2009

Miedo a los animales

Hubo un tiempo en el que tenía miedo a los animales, a todos sin excepción. Sobretodo, a los perros. Daba igual que se tratase de un enorme dóberman que de un insignificante caniche. Algo dentro de mí hacía que me apartarse inmediatemente de su lado. Mucha gente se tomaba a guasa este miedo, sin saber -me temo- que el miedo es irracional y tú no puedes controlarlo, ¡qué más quisieras! El miedo es lo peor de todo: te aisla, te inmoviliza, te golpea duramente. Las tontas o maliciosas risas que ese miedo provoca, vengan de donde vengan, no hacen más que empeorar las cosas. Si veía venir a lo lejos a un perro podía tirarme a la carretera para cruzar de acera, sin mirar siquiera si pasaban coches o no. Lo importante era que aquel perro no se me acercara. Había todo tipo de dueños de animales. Se pueden resumir entre los que respetaban el miedo ajeno y los que no. La célebre frase "pero si no hace nada" me sacaba de mis casillas. Ya sé que no hace nada, me apetecía responder, pero aleje a ese animal de mí, por favor. Había gente que, dentro de su propia familia o círculo de amistades, tenían a personas con el mismo problema. E inmediatamente, con total educación, hacían que el perro se alejase de ti. Otras, en cambio... Y lo peor es que no podía entrar en discusiones, polémicas o razonamientos porque el perro empezaba a ladrar y a gruñirme de un modo furioso. Era una fobia espantosa. Un buen día, cosas de la vida y del amor, me fui a vivir a una granja donde había de todo: perros, gatos, ocas, patos, gallinas, conejos, ovejas, cabras... Entonces, méritos de la supervivencia, me decidí a afrontar de la manera más directa el asunto. Una botella de vino en ayunas y a coger animales. El primero, fue un gato diminuto, precioso, casi con los ojos cerrados aún, con más miedo en el cuerpo del que yo tenía en el mío. La experiencia resultó estupenda. Así, cada día con cada uno de aquellos animales, con paciencia y dedicación. El segundo día, también tuve que recurrir al vino para llevar a cabo mi propósito. Después, ya sólo lo bebía, como siempre, por placer. El miedo estaba superado. Dos meses más tarde, estaba encantado con todos aquellos animales, y ellos conmigo. Mis preferidos, sin duda, resultaron ser los gatos. Era asombroso verme rodeado de diecisiete gatos cuando, semanas atrás, huía despavorido de ellos. A todos les puse un nombre -de escritores, cineastas, tanguistas, artistas y demás mitos de mal vivir- y muchos de ellos, la mayoría, atendían por él cuando los llamabas. Casi todos se quedaban dormidos en mi regazo mientras leía o escribía o me dejaba llevar por el sonido del viento meciendo las hojas de los árboles o el murmullo del río que pasaba por delante de la casa. Sobre todo, ellas, las gatas, tan zalameras y cariñosas. Meses más tarde, dejé aquella granja y volví a la ciudad. Todo pasa y todo queda, como dijo el poeta. Ahora, muchas mañanas, cuando me despierto y encuentro a Francesca adormilada en mi almohada, ronroneando suavemente, su respiración muy cerca de la mía, recuerdo esta historia, la del verano del 2005. El año que perdí el miedo a los animales.

1 comentario:

  1. Buscando pienso para mi mascota Terry me salio este blog. Me gusto mucho que perdieras ese miedo tonto. Los animales son lo mejor de este mundo tan malo. Yo tengo pitas, patos, vacas, cabras, 2 caballos, dos burros, 7 gatos, 3 perros y 1 iguana la que se llama terry. Si pasas por las tabiernas en tineo pregunta por Paulino que te lo enseño. Escribes muy bien chaval

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