La vida es una continua espera. Nos pasamos la vida esperando: una oportunidad, un golpe de suerte, un instante de tregua. Algo nuevo, algo diferente, algo que nos saque de la rutina, aunque sea por unas horas, por unos días o por unas semanas. A veces, con templanza, paciencia y resignación; otras, sin rastro de ellas. No sé si Ana María Matute espera ya que le concedan el premio Cervantes. El caso es que, año tras año, se queda a sus insignes puertas. Sus muchos seguidores sí esperamos que se lo otorguen antes de que sea demasiado tarde. (Ángeles Caso así lo repite, y hace bien, casi en cada entrevista que le hacen). Antes de que se vaya sin él, como les ocurrió a Rosa Chacel y a Carmen Martín Gaite, bien merecedoras ambas del prestigioso galardón. No es por tocar las narices, pero yo creo que algo de machismo, de ese viejo y ancestral machismo que aún pulula tan ricamente por ahí, hay en la cosa. Sólo dos mujeres, a día de hoy, tienen el prestigioso premio, no lo olvidemos. Matute es una escritora soberbia, con un mundo propio, mágico y personal, muy diferente a la mayoría. Además -no conviene olvidarlo- sus libros para niños son extraordinarios. Más puntos a su favor en su largo recorrido. Un recorrido, como ella misma confesó en diversas ocasiones, con dificultades, con trabas, con sus malos momentos, que no todo son facilidades y parabienes en la vida de los escritores y, menos aún, en la de las escritoras. Y que merece ser recompensado de inmediato.
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