jueves, 16 de enero de 2014

Una forma de resistencia

Tras enterarme de la muerte de Juan Gelman, el poeta de los ojos tristes como tan acertadamente han recordado en las últimas horas, salí a la calle. Fue un gesto instintivo, apresurado. Como si en ese momento no quisiese o no pudiese coger uno de sus libros y leer, a ráfagas apresuradas, algunos de sus poemas. No era el momento para ello. Tampoco para escribir sobre él. Era el momento de salir de casa, de airearse. Me puse apresuradamente el abrigo, colgué la bolsa al hombro y cerré la puerta. La mañana, fresca y nublada. La lluvia, una amenaza constante. Y el aire del invierno tenía una tristeza que acentuaba aún más la tristeza por esa condenada muerte (otra más). Caminando por el parque San Francisco, en dirección a la biblioteca, pisando las hojas secas que crujían bajo mis zapatos, recordé aquellas tardes en las que mi amiga María y yo empezábamos a leer a Gelman, a César Vallejo, a Lorca, a Miguel Hernández, a Sam Shepard y a tantos otros. Aún andábamos por los veinte años. Tardes ociosas en los cafés más recónditos de la ciudad (todos cerrados desde hace tiempo). Tardes de aprendizaje, bebiendo un café detrás de otro, o un vino malo detrás de otro, mientras la luz y el tiempo se iban escapando de los cristales y del horizonte. Leyendo poemas que encontrábamos en libros de segunda mano. Libros amarilleados por el paso del tiempo y que aún conservaban alguna página doblada por su anterior propietario. Los poemas que venían en esas hojas eran los primeros que leíamos. Nos gustaba imaginar los motivos por los que habían señalado aquellos poemas concretos. Un amor, un desamor, una pérdida, una ausencia, un exilio... La melancolía de aquellas palabras nos conmovía de esa manera tan especial que uno siente cuando empieza a comprender de verdad las cosas de la vida, ya me entendéis. Esa manera de comprender la vida y sus cosas que ya no se te olvidará jamás. De Gelman, aparte de su poesía, nos fascinaba el hombre: su dignidad, su dolor, su posición política. La búsqueda de la palabra exacta que define un sentimiento, un estado de ánimo. La búsqueda, siempre al alcance. Como un faro -acaso el único- que alumbra y ayuda a no echarse a perder. Qué difícil travesía ésa, la de no echarse a perder. La búsqueda que ayuda a sostener la dignidad, las palabras que llegan, el refugio de la noche. Que ayudan a combatir los zarpazos de la vida, que nunca son pocos. Lamentablemente.  
Pocos tiempos como estos que ahora corren para entender la poesía como él lo hacía: como una forma de resistencia. Ahora, tristemente, cobran aún más sentido esas palabras. Sus palabras. Ahora que todo anda patas arriba, que el mundo parece a punto de derrumbarse, que los malos siempre ganan las batallas, que la mierda se esconde sin disimulo debajo de las alfombras, que las injusticias se llevan todos los premios, que los políticos desmontan a su antojo leyes imprescindibles para los ciudadanos, que las alcaldesas más torpes confunden las peras con las manzanas, que las princesas se sientan en los banquillos, que los que apenas saben leer son los que más libros venden, que cualquiera se entrega al mejor postor por un miserable puñado de euros, que la palabra que algunos te ofrecen vale menos que nada, que las máscaras de algunos otros han dejado ver su verdadero y desagradable rostro, ahora, digo, es cuando las palabras, esas palabras de Juan Gelman, cobran más sentido. La poesía, una forma de resistencia. A ella nos agarramos con toda la fuerza de la que somos capaces.
Que la búsqueda continúe. Seguiremos leyendo a Gelman, evidentemente. Resistiremos. O seguiremos intentándolo, cada día, que tampoco es poca cosa.

 

2 comentarios:

  1. El primer párrafo me lleva a lo que escuche esta mañana acerca del discurso de Gelman el día que recogió el premio Cervantes. Se preguntaba cuántos niños habrían muerto de enfermedades curables durante el tiempo que duró su discurso.
    El segundo párrafo del texto hace una tremenda descripción de la realidad que vivimos, me recuerda a Sabina. Es lo que hay. Resistir o dejarse arrastrar por la desidia.
    Pero, siempre hay un momento para la esperanza. Ayer conocí a un grupo de mujeres, seríamos treinta, sobrepasados los sesenta muchas de ellas. En un momento organizaron una fiesta en torno a un libro y a un autor, una fiestaza diría yo. Mientras podamos disfrutar de momentos deliciosos como estos, en los que la gente celebre el buen hacer de un artista o de su obra, mientras haya gente que tenga entusiasmo por las cosas sencillas como la lectura, como reunirse para comentar un libro en torno a una mesa y a un café, habrá tiempo para la esperanza. Y eso, la lectura, no nos lo pueden quitar, aunque cercenen nuestros derechos, aunque se paseen desvergonzados robando a manos llenas. Mientras esto pase entre la gente sencilla, entre el pueblo, habrá esperanza. Que no se pierda el entusiasmo por los libros, que no se pierda el entusiasmo por la vida.

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