viernes, 24 de enero de 2014

Las huellas dispersas

La sensación de que los libros me buscan no ha dejado de acompañarme. La frase no es mía, sino de Javier Marías, pero a veces yo mismo he tenido la misma sensación. Es cierto que hay otros muchos sobre los que soy yo el que se abalanza, incluso antes de tiempo. Pero quiero detenerme hoy en esos otros, los que me buscan. Algunos de Javier Marías (y de tantos otros escritores), sin ir más lejos. Estos días ha llegado a mis manos "Ciclo de Oxford", un recopilatorio del propio Marías en cuidadísima edición de bolsillo. Lo componen "Todas las almas", "Negra espalda del tiempo", "Tu rostro mañana" y "Las huellas dispersas". Las tres primeras, como todo lector sabe, son novelas. Novelas donde todo el mundo ha señalado ciertos apuntes biográficos del autor. El último título, el que da nombre a este texto, es una recopilación de artículos de Marías (se publica uno inédito) relacionados con las novelas anteriores, con aquel tiempo en Oxford, con la construcción o el acercamiento a estas obras. Aunque fui leyendo las novelas según se fueron publicando, estoy leyendo de nuevo "Tu rostro mañana", los tres volúmenes que agrupados conforman las más de mil páginas de lectura. Es cierto que la perspectiva del tiempo -los años vividos, las circunstancias personales, las lecturas añadidas, las diversas travesías- siempre da un vuelco, mayor o menor, a las cosas, a su visión. En aquel tiempo, ya un poco lejano, me parecieron novelas muy interesantes, en cierta medida originales, diferentes. Hoy, mientras estoy sumergido de nuevo en su lectura, creo que se trata de una obra monumental. No sé si la obra cumbre de su autor (es difícil escoger entre tanto excelente material, y el que -esperemos- nos aguarde), pero sí, desde luego, una de las más importantes de nuestra literatura reciente. Una obra apabullante. Una de esas narraciones que -estoy convencido- en cada nueva lectura uno halla enfoques diferentes, detalles que se escapan, hilos que se dispersan, leves huellas cuya pista podemos llegar a perder si no estamos muy atentos.
Una obra que se merece una relectura, sí. La que estoy llevando a cabo estos días. Días, por cierto, en los que Íñigo y yo celebramos seis años de convivencia en esta casa. De ahí, el regalo. (Creo que, en estos tiempos, los regalos son más necesarios que nunca: tiempos en los que se aprecian mucho más que hace algunos años). Recuerdo que "Corazón tan blanco" fue de los primeros títulos que vinieron conmigo desde la casa de mis padres. La lectura de aquel libro me cautivó de un modo especialísimo, como también lo hicieron "El Sur", "El jinete polaco", "Nubosidad variable", "Una vida inesperada", "Donde las mujeres" o, más recientemente, "Lo que me queda por vivir", por centrarnos en los autores españoles. Creo que siguen siendo algunas de las mejores novelas publicadas en este país en los últimos veinticinco o treinta años.
Los años, en esta casa, han pasado veloces, casi silenciosamente, sin hacer mucho ruido, dejando huellas dispersas por cada rincón. Huellas -de palabras y sentimientos- siempre positivas. Las negativas, por diferentes razones, siempre han llegado del exterior. Y hemos procurado que se quedasen ahí, en el exterior: que no atravesasen la puerta de esta casa. Y en ella, en la casa, en esta casa, juntos, es donde hemos hallado el refugio, las risas, las ilusiones, el cobijo, el consuelo, el silencio al que le sobran palabras para que dos personas se entiendan, el ofrecimiento de algo parecido a la serenidad (la serenidad compartida, tan difícil de alcanzar), que, con los años, vas sabiendo que es lo más parecido a la felicidad que la vida piensa ofrecerte.
 

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