domingo, 19 de enero de 2014

A propósito de algunos perdedores

Pocas sensaciones hay más placenteras que salir del cine después de haber disfrutado de una buena película. Ir comentándola de regreso a casa, protegiéndote del frío que ha vuelto. Que no es el mismo frío de ese Nueva York de los 60 que acabas de ver en esa película, la última de los hermanos Coen, pero casi. La euforia con la que comentas una escena u otra, el periplo de ese perdedor que se busca la vida, que quiere ganársela como músico. Un perdedor de mirada triste, de resistencia contra la resignación, de bonita voz y bonitas canciones. Llewyn Davis. Los propios Coen dicen que la historia de este músico no está basada en ningún personaje real. Es un apunte y lo agradecemos, pero, en realidad, qué importa. El mundo del cine está repleto de perdedores. Y el de la literatura. Y no digamos ya el mundo real. Gente con talento que se pudre en las esquinas: de eso está el mundo lleno. Quizá Nueva York, donde todo se magnifica, sea la ciudad donde mejor pueda comprobarse eso, aunque tampoco hace falta irse tan lejos. Más aún en los tiempos que corren. Puedes encontrarte perdedores con talento en numerosas esquinas de tu propia ciudad. No hay más que ser un poco observador y mantenerte alerta.
Hay autores -los Coen pertenecen a este grupo- a los que mucha gente les reclama que cada nueva película suya sea una obra maestra. Y no es eso. No es algo justo, desde luego. Los Coen, como Woody Allen (por ejemplo), tienen películas grandes de verdad (pienso, claro, en "Fargo", en "Muerte entre las flores", en ·El gran Lebowski" ) y otras películas que sin ser obras maestras son películas deliciosas, de esas que te dejan un buen sabor de boca y unas ganas tremendas de comentar lo que has visto al salir del cine, de combatir el frío del exterior (real y metafórico) con ideas y sensaciones que has percibido durante las dos horas de proyección. Es el caso de su última película, "A propósito de Llewyn Davis". Aquella frase de Baudelaire que decía que hay que ser sublime sin interrupción suena muy bien, pero no es real. Qué le vamos a hacer. Ni siquiera Umbral, que tantas veces la utilizó en sus textos, lo fue. Aunque haya sido un autor excepcional al que siempre hay que volver.  
Llewyn Davis deambula por las heladas calles de Nueva York en busca de una oportunidad, de alguien que le permita cantar en su garito para que un pez gordo tenga la oportunidad de escucharle y descubrir su talento. Creo que es uno de los personajes más tiernos de los muchos que han creado los Coen. Oscar Isaac, el actor que se pone en la piel de ese personaje, le otorga credibilidad, sensibilidad, unos ojos tristes y desvalidos que se adecúan perfectamente a lo que intenta reflejar su personaje, y la bonita voz de la que antes hablaba. Carey Mulligan, pese a lo desagradable de su personaje (está perpetuamente rabiada), ofrece el carisma de siempre. Y qué decir de John Goodman y de F.  Murray Abraham, que aprovechan sus breves y jugosas interpretaciones con la maestría habitual.
Cada vez hace más frío. Algunos copos de nieve revolotean entre las luces de las farolas. En esa especie de pequeño parque que hay detrás de San Julián de los Prados y que ahora atravesamos -casi en penumbra- de regreso a casa, un par de jóvenes, desafiando al frío y a esos primeros copos de nieve que revolotean alrededor de la luz, rasgan una guitarra y cantan un clásico de Dylan, "The times they are a-changin". A veces, casi de un modo mágico, el cine y la realidad tienden a fundirse. Pienso que mientras alguien siga cantando esa canción no todo estará perdido.

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