miércoles, 22 de enero de 2014

La chica que se parece a Janis Joplin

La chica se parece un poco a Janis Joplin. Los ojos, el rostro, el pelo largo y enmarañado recuerdan a los de la desaparecida cantante. Y las mismas ropas y botas y pulseras desgastadas. El aire salvaje de aquella chica que se comió la vida a bocados, que se la bebió de un solo trago y que nos dejó un puñado de canciones extraordinarias que perdurarán en el tiempo. Está sentada en diferentes rincones de la ciudad, pidiendo. A veces, a la puerta de unos grandes almacenes, a la entrada de una sala de juegos clausurada o en las escaleras de uno de los numerosos negocios que hay cerrados por toda la ciudad. Siempre tiene un cuaderno entre las manos. No hace falta demasiada observación para darse cuenta de que el cuaderno está lleno de pequeños dibujos. Hechos a bolígrafo: con un Bic azul clásico. Suelo estar muy concentrada en ellos, en su elaboración. Apenas levanta la vista de su trabajo. Como si el exterior le produjese una sensación extraña, quizá una especie de mareo, de repulsa o algo así. Como si no le interesase lo más mínimo. Está concentrada en su propio mundo: el cuaderno y el bolígrafo. Los dibujos. Sus dibujos. Parece como si quisiese huir de este áspero mundo y habitar en el otro, en el que ella misma crea laboriosamente. Sí, ésa es la sensación que produce. Se encuentre sentada donde se encuentre, en un rincón u otro de la ciudad.
Ayer, a media mañana, sentada en las escaleras de uno de esos negocios que han cerrado y que siempre tienen algo de fantasmal (los restos interminables de este naufragio), no dibujaba. Estaba leyendo lo que ella misma (supuse) había escrito en otro cuaderno, una especie de grueso diario. La letra menuda y apretada, el Bic clásico azul hundiéndose en la fragilidad del papel, rasgándolo levemente en algunos casos. ¿Qué historia habría allí escrita? ¿Algo real o algo inventado? ¿Un sueño, un anhelo, un recuerdo, una fantasía? Quién sabe. Apenas podía distinguirse ninguna palabra entre aquel amasijo de letras diminutas y azules que se pisaban unas a las otras en una manera encomiable de ahorrar papel, de alargar la vida de aquel cuaderno de tapas duras y grises. Su propia vida, quizá, descrita en aquel cuaderno. Un cuaderno con el que huir de lo que la rodea, de lo que nos rodea. Un cuaderno y un bolígrafo para huir. Con eso es suficiente.  
El mundo parecía detenido en aquellas manos algo hinchadas que pasaban las hojas con cuidado, en aquellos ojos un poco diabólicos que leían aquella letra menuda, azul y muy apretada. En el negocio -de lencería y ropa interior femenina, creo recordar- que estaba a sus espaldas, cerrado desde hace meses. Desde lejos, todo ello, la chica y el negocio cerrado, parecía sacado de alguna película, de alguna obra de teatro, de algún escenario imaginario. Como si, de algún modo, no se tratase de algo real. Como si fuera de otro tiempo.

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