viernes, 3 de febrero de 2012

Wislawa Szymborska o la nieve o el amor

La fragilidad de la nieve. Los copos revoloteando cerca de la ventana. La gata, Francesca, que los observa con aire de perplejidad, muy concentrada. Una serie de extrañas sensaciones, las que provoca la nieve, su inquieto revoloteo, su danza enmarañada que termina en el suelo, sin llegar a cubrirlo del todo. La noticia, triste, devastadora, de la muerte de una poeta polaca, Wislawa Szymborska, sencilla (en apariencia) y genial. El eco de sus poemas, que nunca se han ido, que siempre están ahí. Sus libros, desgastados, las hojas dobladas señalando los versos más sublimes, esparcidos por varios rincones de la casa, otorgando un orden estricto al desorden. En la entrada, en el mueble donde están los otros libros, los de fotografías (de estrellas de cine a los personajes anónimos de Diane Arbus), siempre hay uno suyo, abierto por alguna de sus páginas, señalando el eje, el centro del universo, como un faro en una noche de tormenta o la cálida palma de una mano. Ese particular universo que, ahora, aunque ella ya no esté entre nosotros, jamás desaparecerá. Como no desaparecen los muertos a los que amamos mientras aún los recordemos cada día. Las manzanas, muy verdes, tan verdes que casi hace daño morderlas, sobre la mesa. Su olor, al desgarrarla con los dientes, entremezclado con el olor del incienso que trae un instante de serenidad. Ah, la serenidad, ese preciado tesoro: da igual que venga envuelto de una manera u otra: lo importante es que haga su aparición, tarde o temprano, fugaz como el copo de nieve que vuela y desaparece, que vuela y permanece. Otro libro que aguarda, que ha llegado con la noticia de la muerte de la inmensa Wislawa: "El temblor del héroe", de Álvaro Pombo. Él me lo ha traído, Íñigo. ¿Qué es el amor? ¡Cuántas complicaciones para definirlo! Absurdos vericuetos que recorremos para definirlo como el que no tiene otra cosa mejor que hacer, en qué pensar, a qué acudir. La otra tarde, en un correo, un lector al que no conocía me lo preguntaba -¿qué es el amor?-, tras leer, entusiasmado (generosas fueron sus palabras y por ellas le estoy agradecido como yo lo estoy a los autores que me emocionan), mis dos libros. El amor es eso, sin ir más lejos, no nos compliquemos más: un regalo inesperado que llega cuando lo deseas fervientemente y sabes que no puedes (no debes) hacerte con él. Un libro (fíjate qué insignificancia, qué grandeza), esta mañana, de otro autor genial, Pombo, mientras la nieve revolotea y la gata, Francesca, curiosa y muy despierta, la observa detenidamente, ajena a las caricias que dejas en su cabeza, entre una oreja y la otra, también en el cuello, donde más le gustan. Su maullido, más mimoso y susurrante que de costumbre, rompe el silencio de la habitación. Es el único que se atreve a hacerlo. Parece que quisiera explicarnos su admiración por ese espectáculo, el de la nieve revoloteando, enmarañada, al otro lado de la ventana. El invierno que no ha hecho más que comenzar. Como metáfora y como estación. No es momento de tener miedo, de retraerse. Lo que nos asusta, asusta a (casi) todo el mundo. Mal de muchos, por otro lado, ya se sabe. El tiempo que nos toca vivir. Ayer, pagando en el supermercado, vimos cómo la cajera le impedía la entrada a dos chicas con buen aspecto, ropas caras venidas a menos, bolsos ajados, sonrientes, alegando que siempre que lo hacían, que entraban allí, robaban. Lo normal, pensamos, si llega ese momento desesperado en el que no tienes ni para comer. Cuando todo está perdido. O a punto de perderse. Como esas dos chicas, que se alejan, con sus ropas caras venidas a menos, los bolsos ajados, buscando -quizá- otro supermercado al que entrar, entre risas, disimulando, para esconder la comida (unas magdalenas, una tableta de chocolate, un trozo de queso, un cartón de leche o de vino...) bajo la ropa, en los bolsillos del abrigo, entre las bufandas. No hay dos sin tres (los libros, que se van enlazando con ese hilo secreto e invisible que los une, que los agrupa) y un mensajero me trae a la puerta el último libro de Paul Auster (lo reseñaré en algún sitio), "Diario de invierno". Lo abro al azar, despreocupadamente, mientras el sol sale y se oculta casi al mismo tiempo y vuelven a caer gruesos copos de nieve, y leo: "(...) porque estabas enamorado y entonces el amor era tu debilidad, como lo sigue siendo ahora". Szymborska, Pombo, Auster... Y la gata, Francesca, que continúa contemplando cómo cae la nieve y que mañana, cuando sólo sea un trozo de hielo sucio arrinconado en las calles, seguirá observándola, sin que nadie, ni siquiera ella misma, se atreva a romper el silencio de esta tarde, una tarde de febrero como cualquier otra y por eso, precisamente, irrepetible.

2 comentarios:

  1. buffff, cuánta verdad en tus palabras, los que no están que permanecerán entre nosotros mientras los recordemos, el invierno que acaba de comenzar, la desesperanza de tanta gente, la serenidad que tanta falta nos hace, el amor que llega como un regalo inesperado... esta entrada encierra una novela en si misma. Es mi opinión, claro

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  2. La primera vez que pasé hasta la sala de estar de los versos de Wislawa Szymborska, fue gracias al recital poético que daba un amigo mío, en "La Casa de Úbeda", hace muchos años. Aquellos versos, su forma de tratar con delicadeza la palabra, la sensualidad y la sensibilidad de la poeta, calaron dentro de mí y jamás se han ido. Al escuchar la noticia de su fallecimiento, he recordado aquella tarde y a mi amigo, también muerto.
    Beso, Ovidio.

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