Sí, en el filo. Ahí se encuentran los dos hermanos de "Shame". Ella, muy vulnerable, busca desesperadamente el amor. Él, no. Él intenta huir del vacío existencial, de los miedos, de lo raro que es vivir, que diría Carmen Martín Gaite, a través del sexo, en directo, en esas malas calles de Nueva York que pueden ser las malas calles de cualquier ciudad del mundo, de día o de noche, qué más da, o por los múltiples y diferentes contactos que puede proporcionar Internet, ese lugar donde todo está al alcance de una mano y una tecla, como sea. Huye del amor, de las más mínima posibilidad de amar o ser amado. Y vuelve a escabullirse gracias al sexo de eso a lo que intentó, sin éxito, darle una oportunidad, por insiginificante que pareciese: el amor, las relaciones que van más allá de un encuentro sexual rápido, de un polvo fugaz, de una helada masturbación mientras al otro lado del ordenador una chica que parece una muñeca asiliconada con voz de robot lascivo activa la libido con la misma facilidad con la que se apodera de los números de la VISA para cobrar por su servicio y dar paso al siguiente solitario o aburrido o desesperado que la está esperando. A veces, esas búsquedas a través del sexo, acarrean peligros, problemas, encrucijadas. No importa. Supone que así su situación es menos patética que la de su hermana, entregándose a cualquier cretino que le dice que la quiere para dejar de decírselo al minuto siguiente. Ella, con la voz y la presencia de Carey Mulligan, se mueve entre el dolor y las heridas del pasado, intenta buscar -a ratos y con dificultad- su sitio pese a todo, a todos los desmoronamientos y frustraciones. Pocas veces una actriz ha mostrado una fragilidad tan hermosa y estremecedora como la que Carey muestra en esta película. Su interpretación, casi en un susurro, del mítico "New York, New York" hace daño, perturba, arrebata, merece todos los premios habidos y por haber. La frialdad de su hermano, interpretada por un Michael Fassbender impresionante (que también se merece casi todos los premios, pese a que la Academia de Hollywood les haya ninguneado a los dos de un modo intolerable), contrastando poderosamente con esa fragilidad, no se queda atrás. Su mirada corta con la precisión con la que toma algunas de las decisiones que lo conducirán al tramo más espinoso del camino. A ese tramo del que, a pesar de los pesares, quizá haya retorno. "A partir de cierto punto no hay retorno posible. Ése es el punto que hay que alcanzar", dijo Franz Kafka. Cada cual, tras ver la película, dirá. Tampoco estoy muy seguro a estas alturas de que ése sea el punto que haya que alcanzar, pero quién soy yo para llevar la contraria a Kafka.
No es una película fácil de ver ni de digerir, ni tampoco es apta para todas las mentes. De hecho, cuando nosotros la vimos, una señora se pasó toda la película diciendo "qué asco, qué asco", a excepción de esos momentos en los que el descomunal miembro de su protagonista inundaba la pantalla en todo su esplendor. Así están las cosas por estos cines. Pero me quedo en la película, en esa atmósfera fría y triste y un tanto desoladora, reconociendo a un personaje y al otro, poniéndome en su piel, huyendo de cualquier juicio que no sea el de calificar a esta película, "Shame", como una película extraordinaria.
Momentos díficiles de soledad los hemos tenido todos, donde buscar sexo, ha sido, más que un desahogo, una necesidad. Como tú bien dices, la película no es apta para todas las mentes. Bien escrito, Ovidio, como siempre, maestro. Besos
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