miércoles, 15 de febrero de 2012

Las cosas de la vida

La chica me recordó a ese personaje que aparece en varias obras de Marguerite Duras y que ella denomina la loca, la mendiga, la que perdió los papeles por amor, la que se queda a las puertas de las grandes mansiones, la que grita por las noches, la que observa. Estaba a nuestro lado, esperando a que el semáforo cambiara de color para cruzar de acera. Una tarde revuelta en la que lo mismo salían dos rayos de sol que se encapotaba el cielo y comenzaba a nevar tímidamente o a llover con furia. Cargaba con una bolsa enorme que parecía bastante pesada e iba desaliñada, las ropas viejas, muy viejas, y usadas, grandes zuecos como esos que llevan las enfermeras o la gente que tiene que pasar muchas horas de pie en sus trabajos, y debajo de ellos, de aquellos zuecos sucios y amarronados, unos calcetines llenos de bolas, completamente desgastados, caídos, sin goma alguna que los sujetase a la altura del tobillo. Estaba absorta en sus pensamientos. Por eso aunque la mirases, siempre con disimulo, no parecía que se diese mucha cuenta. Tenía un aire a Clara Sanchís, la actriz, la hija de esa otra importante actriz, Magüi Mira. Pero no era ella, Clara Sanchís, porque había leído semanas atrás que la actriz estaba en Madrid, cosechando un gran éxito con "Agosto", esa estupenda obra de teatro que descubrimos hace casi tres años en Buenos Aires con Norma Aleandro en el papel que ahora hace aquí Amparo Baró (la vi varias veces en teatro: siempre deslumbrante: por su genio, por su naturalidad, por la capacidad que tiene para apoderarse de cada personaje, de hacerlo suyo, al lado de las hermanas Gutiérrez Caba, de María Fernanda D´Ocón, o de quien fuese). Siempre que veo a alguien así, perdida, desorientada, caminando por las calles con sus pertenencias en una pesada bolsa, con la mirada triste y el aspecto de quien no espera ya demasiado de la vida, me pregunto los motivos que la habrán llevado a esa situación. Casi siempre son los mismos (creo): desarraigo, desamor, falta de oportunidades y de entendimiento con sus familias... Y ausencia de dinero, claro, por las razones que sean. Hoy no hace falta mucho para llegar a una situación así. Hace pocos días, en una de las calles del centro, me encontré con un chico más o menos de mi edad con el que años atrás coincidía muchas noches en los locales de moda de esta ciudad: estaba en el suelo, delante de una pastelería, muy avejentado (entonces resultaba atractivo: los ojos verdes, el pelo negro, la actitud de quien, rodeado de amigos, se lo estaba pasando bien y de quien pensaba que aquello no iba a tener fin), con un cartel a sus pies, pidiendo unas monedas, algo para comer. Por un momento, nuestras miradas se encontraron (me imagino que me habría reconocido de igual modo que yo a él) y sentí el vértigo de quien sabe que allí, donde ahora estaba sentado, en el suelo de una céntrica calle de una ciudad que cada día cierra dos o tres negocios, podemos -a este paso- estar en cualquier momento cualquiera de nosotros, más pronto que tarde viendo todo lo visto, escuchando las noticias, leyendo los periódicos, imaginando el panorma más cercano. Seguimos caminando y ella, la chica que se parecía a Clara Sanchís pero que no era Clara Sanchís, se quedó atrás, ensimismada, pensativa, moviendo lentamente los pies (pies pequeños dentro de zuecos grandes) como el que no tiene prisa por llegar a ninguna parte, como el que sabe que lo mismo le dan las doce de la mañana que las ocho de la tarde, como el que ya ha traspasado la línea y no tiene demasiado en lo que creer.

2 comentarios:

  1. preciso, trágico y real como un bisturí lleno de malas noticias...

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  2. Tu mayor cualidad, al menos en mi humilde opinión, es que llegas al corazón con retratos de la realidad. Algo que no todos los escritores de renombre poseen. Todo mi respeto.

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