Estoy bajo el agua y los latidos de mi corazón producen círculos en la superficie. La frase no es mía, sino de Milan Kundera. Estoy bajo el agua y pienso en ella, en esa frase. Voy de un lado a otro de la piscina, moviendo con fuerza los brazos. Aún es temprano y la piscina está prácticamente vacía. La nieve cae lentamente al otro lado de las enormes cristaleras y luego, de repente, mientras mi cuerpo aún está bajo el agua, esa nieve se transforma en lluvia furiosa que golpea el cristal. Es una sensación extraña y placentera: la nieve, la lluvia, la piscina casi vacía, las palabras del escritor checo, el silencio... Siempre que estoy aquí, en la piscina, recuerdo a las protagonistas de las obras de Soledad Puértolas, casi todas expertas nadadoras, como la propia escritora. La protagonista sin nombre de "Una vida inesperada" (una de sus obras mayores), que también iba a la piscina para relajarse y olvidar las largas esperas que nunca sabes qué sentido tienen ni a qué te conducirán. Hacía mucho tiempo que no venía por aquí, por esta piscina cubierta. Hubo un tiempo lejano en que lo hacía, recorrer el largo camino que separaba la casa de mis padres de estas piscinas y venir casi todas las mañanas, pero prefiero no recordarlo demasiado. La vida se va componiendo de diferentes tramos, altos y bajos, luminosos y oscuros, espinosos y menos espinosos. Para qué recordar los peores, no encuentro la necesidad. Lo que hay que hacer es avanzar, tirar de frente, sobrellevar la espera, porque la vida no es más que eso: una continua espera. Ahora, pese a las trabas que te va poniendo la vida, ya no estoy en aquel tiempo. Hace tiempo que dejé de estarlo, aquellas sombras que acechaban. (¿Qué vida no tiene sombras que la acechan?). Nunca pienso demasiado en él, en ellas, ni en los motivos que las provocaron. Estoy aquí, bajo el agua, pensando en otras cosas: en la frase de Kundera, en las palabras de la doctora Rozas. La doctora -la tercera consulta que visitamos en menos de un mes-, especialista en párpados, nos dijo que lo del ojo era un tumor benigno (nunca me gustó tanto escuchar el sonido de una palabra, aunque sea tan fea como esa, benigno, que hasta ahora siempre iba asociada al nombre del profesor que tuvimos en segundo de EGB, un tirano que nos ponía la cara fina a tortazos cuando no entendíamos alguna de sus nefastas explicaciones), que había que pasar por quirófano para quitarlo, ponerle puntos, volver a los pocos días a quitarlos, no asustarse demasiado porque esa parte de la cara, la izquierda, se me pondría completamente morada durante unos días. La doctora Rozas es joven, atenta, directa, agradable, y ofrece lo fundamental en estos casos, seguridad. No todo el mundo lo hace cuando te pones en sus manos. Hay médicos (¿quién no se encontró con alguno así?) que te ofrecen todo lo contrario, inseguridad y ganas de echar a correr de la consulta y olvidarte para siempre de tu problema, sea el que sea. No es el caso de esta doctora, la que me ha tocado en suerte, la que me operará el ojo dentro de un par de meses, cuando llegue mi turno. Estoy en una larga lista de espera. Pero ahora quiero olvidarme de todo eso (médicos, tumores, salas de espera, consultas, análisis, quirófanos...). Y quiero seguir aquí, bajo el agua, los latidos de mi corazón produciendo círculos en la superficie, esperando. Más que eso: tratando ya de no pensar en nada, dejar que el agua me relaje por completo, poner la mente en blanco, observar esos círculos que mi corazón produce en la superficie, olvidar los temblores y habitar en este silencio que sé que muy pronto se romperá.
la espera en cálidas aguas es algo natural, como la espera anterior a ser parido... claro que será benigno: esa forma tuya de ver la vida no puede albergar nada malo, estoy seguro. ¡Suerte y fuerza!
ResponderEliminarTe leo mientras espero a que me asignen un puesto en la sala de lectura en la BNE, a mi alrededor se mueve una juventud plagada de proyectos y también, como nosotros, de esperas, aunque las suyas caminen en otras direcciones. Me sitúo y a mi izquierda tengo a un viejo colaborador de EL PAÍS que también espera a que su Netbook conecte de una vez. La vida es esperar. ¡No nos queda otra!Pero por encima de todo: hay que vivir!
ResponderEliminarMe encanta escuchar el silencio, el silencio que nunca es tal porque siempre se encuentra salpicado de sonidos: el latido de nuestro corazón, la respiración del ser amado, la lluvia sobre los cristales, es más cuando nieva copiosamente, hasta los copos de nieve suenan... en esa escucha silenciosa y reparadora, me gusta ver pasar la vida: la gente paseando, la gente abrigándose a la salida del portal de su casa, la gente abrazándose al despedirse, la gente esperando el autobús,...
ResponderEliminarAl final como dice Mayte la vida es una eterna espera, en esa plácida espera estoy esperando tu relato de mañana y respecto a lo demás, sigamos esperando que ya verás como al final nos saldrá todo bien.
Besos