jueves, 24 de marzo de 2011

Elizabeth Taylor

Elizabeth Taylor fue más que unos impresionates ojos violeta, unas facciones perfectas, un rostro bellísimo. Fue más que una espléndida actriz. Más que una mujer de rompe y rasga. Más que una estrella. Fue -es- una leyenda. Pocas lo fueron a su nivel. Una leyenda forjada a golpe de excesos, talento, turbulencias, sexo, amores, desamores, lujo, vanidad, pastillas y alcohol, mucho alcohol. Un estilo de vida, ya prácticamente desaparecido, donde el glamour y las cámaras ayudaban a fomentar el mito y a engrandecerlo. Hoy, quizá, el modo de vida de las estrellas sea diferente, pero no hay sucesoras a la altura de estos mitos. No es un tópico. Es una realidad pura y dura. Y realmente triste. Ahí está, cada año, la Gala de los Oscar y su alfombra roja, donde cada vez hay más niñatas escuálidas y menos glamour, talento y poderío. Una pena.
Taylor fue mucha Taylor. Como Ava fue mucha Ava. Y Bette Davis muchísima Bette Davis. No siempre tuvo películas a su altura, como les pasó a la mayoría de ellas, pero cuando tuvo una oportunidad la agarró con la misma fuerza con la que abrazaba a Richard Burton o el vaso (la botella, mejor) de whisky, pese a su aparente fragilidad y su siempre delicado estado de salud (mala salud de hierro, como la de Liza), y le sacó el máximo partido. Ahí están Maggie, la gata, y la Martha de "¿Quién teme a Virginia Woolf"?, dos de sus más memorables creaciones. Nadie ha logrado su maestría dando vida a estas dos mujeres atormentadas, apasionadas y desesperadas, cada una con sus motivos. También es cierto que ninguna actriz tuvo enfrente a Paul Newman, rechazándola de la manera que lo hacía mientras pensaba en su compañero de estudios, y a Richard Burton, dándole la caña que le daba -la misma que en la vida real, suponemos-, para hacerlo. Elizabeth supo insuflarle a ambas la desesperación que esos papeles requerían, el dramatismo necesario. Hay más películas en las que estuvo espléndida: "Un lugar en el sol", "Gigante", "El árbol de la vida" o "Reflejos en un ojo dorado", junto a otro mito a su altura, mito entre los mitos, Marlon Brando. Y otras, donde su belleza, traspasando la pantalla y casi apabullando, era lo más destacable, como en "Una mujer marcada", ese Oscar que le "robó" a la impecable Shirley MacLaine de "El apartamento" por la pena -dicen- que inspiró en los miembros de la Academia a causa de los graves problemas de salud de aquel año, 1960.
Se empeñó siempre en demostrar que era eso, una buena actriz, y así, echándole valor, llevó a los escenarios el inmortal personaje que Bette Davis había interpretado en "La loba", de William Wyler. Dice la leyenda que una noche, la Davis entró enfurecida en su camerino diciéndole que, hiciese lo que hiciese, jamás podría igualar su interpretación en el personaje de Regina, una de sus inmortales arpías, a lo cual, concluye la leyenda, la Taylor, a voces y (me imagino) copa de su bourbon favorito en mano, la echó de allí a cajas destempladas. Sea como fuere, el momento, aparte de antológico para cualquier mitómano, resulta bastante creíble. Otros tiempos. Otras divas.
Me quedaría con muchísimas instantáneas de su carrera y de su vida. La imagen con el bañador blanco en "De repente, el último verano", los primeros planos de "Cleopatra", la imagen ardiente de Maggie en "La gata sobre el tejado de zinc", los destellos con los que recogió el Premio Príncipe de Asturias por su lucha contra el sida, alguna imagen de los 80 con sus joyones millonarios, la piel bronceada y aquel pelo cardado que la hacía cuatro o cinco centímetros más alta, el colorista retrato de Warhol o con su increíble rostro enfundado en algún ejemplar de su colección de gorritos de plumas de los 70. Son sólo algunos de los innumerables ejemplos que podría poner. Pero lo haré con una, de tamaño gigante, que descubrimos, casi por casualidad, el año pasado en Las Vegas. Estaba Elizabeth en el Studio 54, a finales de los 70, rodeada de amigos, hinchada por el alcohol y las pastillas, cigarrillo humeante entre los enjoyados dedos, y la cámara, de pronto, la sorprende. Y su rostro, entonces, pese a las sombras de la noche y el deterioro causado por aquellos excesos, se vuelve, al ver los destellos del flash, luminoso, muy luminoso, los ojos brillantes, la piel tersa, la seducción desafiando y toda la fiereza de quien nació y vivió para eso, para destacar, para resaltar su luz, para ser estrella. Una de las más poderosas, una de las verdaderas.

4 comentarios:

  1. ¡Hola!Saludos desde México.Ayer husmeé un poco en tu blog y...me gustó mucho. Me sorprendió tu referencia al bañador blanco de Elizabeth Taylor(soy asiduo asomador al blog de Maruja Torres e hice un comentario también a dicha imágen).Felicitaciones por tu comentario de la Taylor.Espero poder asomarme(con tu permiso,claro)más veces a tu blog.Gracias.

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  2. Muchas gracias. Encantado. Visítame siempre que quieras. La Taylor era muy grande, desde luego.

    Un abrazo,

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  3. Hola,de nuevo.Un apunte más de Elizabeth Taylor:El pasado fin de semana le rindieron un homenaje en Puerto Vallarta.El haber puesto a la ciudad en el mapa,cuando menos,lo ameritaba.Richard Burton y ella tenían allí una casa donde pasaban largas temporadas.Gabriel Figueroa junior(hijo del afamado cineasta)fue ahijado de ambos y contó algunas suculentas anécdotas.Durante el rodaje de "La noche de la iguana"(de mi admirado jonh Houston)Elizabeth no se despegó un segundo de su esposo sabiendo que Ava Gadner andaba al acecho...Sin duda hubiera habido un "choque de trenes" entre ambas conociendo sus,digamos,sus apetitos.El Burton feliz...dentro de lo que cabe.Un saludo y gracias.

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