Era una mujer con pasado. Con un pasado feliz, que parecía haber quedado muy atrás ya. Un marido, una hija, amigos. Ganas de hacer cosas, muchas cosas, de cambiar el mundo. Aquel mundo tan gris y siniestro que era este país en los años duros del franquismo. Se agarró, como aquellos amigos, a la literatura. Su marido, Ignacio, también lo hizo. El tiempo enseguida lo convirtió a él en lo que era, un escritor genial. Algunos de aquellos amigos comunes con los que se pasaban las tardes fumando, hablando de literatura y bebiendo vino malo también lo fueron, geniales. Ella iba publicando cuentos aquí y allí, tímidamente. Era una apasionada de Truman Capote y suya es una de las primeras traducciones al español de uno de los cuentos del maestro americano. El destino hizo que se quedara viuda muy pronto. "Un aviso: Ignacio Aldecoa ha muerto". Así lo escribió Carmen Martín Gaite, tan amiga de ambos. Josefina, tras la muerte de su marido, quedó sumida en una profunda depresión, de la que, dicen, nunca llegó a recuperarse del todo. No escribió durante años. Al cabo de ese tiempo, volvió a hacerlo, a escribir. Sus novelas son elegantes, con una prosa sencilla y muy cuidada. Sus personajes son casi siempre femeninos. La fuerza y la entereza de las mujeres ante las adversidades queda muy bien reflejada en ellos. La trilogía de la maestra, esa profesión que tanto amaba y por la que tanto luchó (y por la que muchos de sus alumnos, hoy, la recuerdan con cariño y palabras elogiosas), se encuentra entre lo mejor de su producción, no demasiado extensa.
La descubrí hace más de veinte años (de casi todo hace ya más de veinte años), cuando aquella generación, la del 50, estaba empezando a ser valorada como debía. Y las aventuras de aquel puñado de escritores charlando en la tarde gris alrededor de la mesa de alguna taberna de mala muerte, sin un duro en los bolsillos pero con ilusiones y verdaderas ansias de cambio y de hacer miles de cosas, me fascinaban casi tanto como sus propios libros. Qué recuerdos asociados a sus escritos, a todos los de aquella magnífica generación. Porque éramos jóvenes, sí, sin duda, como dice el título de aquella novela suya. Porque aún lo éramos en todos los sentidos.
La descubrí hace más de veinte años (de casi todo hace ya más de veinte años), cuando aquella generación, la del 50, estaba empezando a ser valorada como debía. Y las aventuras de aquel puñado de escritores charlando en la tarde gris alrededor de la mesa de alguna taberna de mala muerte, sin un duro en los bolsillos pero con ilusiones y verdaderas ansias de cambio y de hacer miles de cosas, me fascinaban casi tanto como sus propios libros. Qué recuerdos asociados a sus escritos, a todos los de aquella magnífica generación. Porque éramos jóvenes, sí, sin duda, como dice el título de aquella novela suya. Porque aún lo éramos en todos los sentidos.
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