El cielo de Madrid, cuando el buen tiempo asoma, es de una belleza difícil de superar. Pienso en él, en ese cielo, ya de regreso a Asturias, paseando por Gijón, donde el cielo, estos días, también luce espléndido. Frío, pese al trémulo sol y a ese espejismo de fugaz primavera que acabamos de tener, pero muy luminoso. (Qué ganas tenemos de despojarnos de abrigos, chaquetas, bufandas, gorras, guantes y botas, y dejar que el sol acaricie nuestra piel y estos huesos cansados ya de tanta niebla y humedad). Madrid es una ciudad en la que siempre hay cosas que hacer, que ver, que descubrir. Y muchas otras, muchas, a las que volver: museos, teatros, librerías (esa larguísima hilera de casetas con libros de segunda mano que se instala de vez en cuando en el paseo de Recoletos, no tiene precio para los amantes de los hallazgos literarios, para los que no nos cansamos de buscar y rebuscar), parques, cafés, rincones realmente únicos u otros quizá no tan espectaculares pero repletos de significados personales, esa magnífica tortilla de patatas para desayunar en el bar más cutre del mundo o ese primer gin-tonic en el mítico Chicote... La oferta es amplia y muy variada. Lo más chic y lo más castizo conviven en perfecta armonía. Aquí y allí. Son contrastes naturales, nada forzados o edulcorados. Creo que ahora, inmersos en esta terrible crisis que estamos padeciendo como una de esas pesadas gripes que duran semanas y que no terminan de irse pese a los mil potingues que tomemos, las diferencias entre una pequeña ciudad de provincias como la mía (Oviedo) y la capital se hacen aún más evidentes. Así me ha parecido estos días en los que hemos podido disfrutar de nuevo de Madrid. El motivo, como ya escribí en estas páginas, era ver a Natalia Dicenta dando vida a Judy Garland. Antológica interpretación y una obra muy recomendable, como también escribí por aquí. Pero eso, la obra de teatro, que era la disculpa para viajar a Madrid (y nuestro regalo de Reyes), trajo muchas más cosas: visitas a (casi) todos esos lugares que mencioné antes y algunos descubrimientos más. Dos días bien aprovechados, sin apenas horas para el sueño. Siempre quedan muchas cosas por hacer, amigos con los que quedar, exposiciones que visitar, más obras de teatro pendientes, pero ésos, decidimos ya en el coche, dejando atrás Madrid y su poderoso cielo, serán los primeros propósitos para la siguiente visita. Ya estamos contando las horas como las contábamos cuando éramos niños la mágica noche del cinco de enero.
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