Hay gatos muy ariscos, que van a su aire, que no te dejan ni tan siquiera acercarte a ellos. Hay otros, la mayoría, que van y vienen según les convenga, ahora sí, ahora no, según su apetencia. Y hay otros, casi como la mayoría de los perros en este sentido, que quieren todo el día estar a tu lado, que reclaman constantes contemplaciones, mimos, caricias y que les prestes toda la atención del mundo. A este tipo de gatos pertenece la nuestra, Francesca. Es una gata mimosa, muy mimosa. Ya desde bien temprano, cuando pongo los pies en el suelo, viene detrás de mí reclamando su primera ración de mimos. Se estira en el suelo, deseando que pases su mano por el lomo, por la cabeza, que juegues un poco con ella, que le hagas cosquillas en el cuello, en la barriga. Después, ya en la cocina, mientras preparo la cafetera y le pongo agua fresca en su cuenco, ronronea entre mis piernas como diciendo anda, vamos a jugar otro ratito, sólo un poco, qué más te da... Con la taza de café humeante ya en la mano, escribiendo en el ordenador, vuelve a las andadas. Estira las patitas delanteras y las coloca encima de mis piernas, intentando subirse a mi regazo. Cuando lo consigue por sí misma o con un poco de ayuda, observa con detenimiento la pantalla, lo que estoy escribiendo, husmea el café. Sabe (le quedó claro ya desde el primer día) que no puede tocar las teclas del ordenador, y no lo hace. Sólo mira -fijamente- con sus bellísimos ojos marrones la pantalla y me lame los dedos. Detrás, está la ventana y, cuando se cansa de contemplar las letras, da un saltito y se coloca justo detrás del portátil, al lado de los cristales, y de los tres o cuatro libros que estoy leyendo a la vez (Clara Sánchez, Anne Tyler, Margaret Atwood...), y mira las casas de enfrente, la vida que empieza a arrancar, las primeras luces del día. Así parece feliz, sabiendo que estoy ahí, a escasos metros de ella, escribiendo, imaginando que me voy a quedar toda la mañana así, escribiendo y pasándole de cuando en cuando la mano por la cabeza. Qué más quisiera yo, Francesca, descubro que le susurro antes de levantarme para ir a trabajar, qué más quisiera yo...
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