martes, 31 de marzo de 2020

Tortilla de patatas

Hoy toca salir. Tengo que acercarme a comprar varias cosas y llevarles a mis padres comida (y ponerle a mi madre, dado que no queremos que pise el ambulatorio, su inyección semanal). Entre otras cosas, les voy a llevar la mitad de la tortilla de patatas (con cebolla, naturalmente) que está ahora haciéndose en la cocina. Por la ventana, entreabierta, se cuela un frío intenso, el que anuncia la nieve que acaban de dar en la radio para esta tarde. No importa. No siento ese frío. De repente, estamos en verano. Hace mucho calor, y en la radio han dejado de contar noticias catastróficas y suenan canciones tontas y alegres. Nos vamos a la playa, los cinco. ¿A qué playa vamos? Nos pelearemos por esa cuestión, como siempre, ya lo verás. Todos queremos lo mismo, eso sí: una playa grande, con poca gente y el bar cerca. O sea, lo imposible. Si quieres playa grande y poca gente, no hay bar. Bueno, bueno, da igual, meto las cervezas en la nevera.  Sí, la botella de vino blanco también. El caso es aprovechar el día, que para un día de intenso sol que hay en todo el verano...
Pongo la tortilla en un plato, satisfecho con el resultado. La corto a la mitad y, al hacerlo, una luz resplandece de pronto tras la ventana. El sol ha desaparecido. Es la luz de la casa de la vecina de enfrente, que empieza a trastear por la cocina. Ya no suenan canciones tontas y alegres por la radio. Dicen no sé qué de la pandemia. La apago casi violentamente. Creo que ya está empezando a llover. 

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