viernes, 27 de marzo de 2020

Titiriteros

Titiriteros. Puede que últimamente sea una de mis palabras favoritas. Otras como cómicos, actores, actrices, ya lo son desde hace mucho tiempo. A veces, anclado en este encierro, camino por la casa en silencio y la digo en voz baja. Titiriteros. Todas esas personas que se suben a un escenario para hacernos reír o llorar, para emocionarnos de múltiples maneras, para removernos las entrañas y las reflexiones. Para hacernos sentir las grandezas y las miserias del ser humano. Ellos, todos esos personajes inmortales que hablan a través de intérpretes (titiriteros) prodigiosos, también somos nosotros. Digo titiriteros y el ánimo se viene arriba. Y entonces pienso en algunos de esos momentos que he vivido sentado en la butaca de un teatro, que hoy, 27 de marzo, celebra su día (por eso me centro en los titiriteros teatrales, sin olvidar al resto), y digo en voz alta alguna frase de obras que que se han quedado marcadas en la memoria. Y siento que la vida así, encierro incluido, tiene más sentido. Que la vida así siempre avanza. 
Quiero salir de aquí, y caminar sin rumbo por las calles, y abrazar a mi familia, y entrar en una biblioteca, y revolver en una librería y en otra, y manchar las manos en una mesa de libros viejos (uno por tres euros, dos por cinco), y beber cerveza en una terraza, y bañarme en el mar, y sentir la arena o la hierba bajos mis pies, y hablar una hora con esa amiga que te encuentras inesperadamente en cualquier esquina... Y quiero volver al teatro, naturalmente. Quiero sentir ese vértigo previo al inicio de una obra que sólo es comparable con las mejores cosas de la vida. Las que vienen siendo imprescindibles. 
Titiriteros, ¡alehop!

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