miércoles, 25 de marzo de 2020

Cerezas

Empiezas contando los pasos que das por el pasillo y luego dejas de hacerlo. Lo importante es mover las piernas. Imaginar que caminas por algún lugar desde el que se puede escuchar el rumor del río, las ramas de los árboles, el jolgorio de los pájaros. Es primavera, al fin y al cabo. El tiempo de abrir las ventanas y salir a la calle, pero no, aún no, dices de pronto, en voz baja, como si tuvieses un interlocutor enfrente. Sigues caminando por el pasillo, ya sin contar los pasos, tratando de sentir cansancio en las piernas y los latidos un poco acelerados del corazón, y descubres que tienes que volver a barrer cuando la gata juega con unos hilos cuya procedencia desconoces. Durante las mañanas, aún tienes fuerzas para realizar las tareas domésticas, siempre -con encierro o sin él- tan ingratas. Cocinar, tras el paseo (vamos a llamarlo así), supone una pequeña alegría. Abrir la nevera y decidir qué toca hoy. Que suene la música (la radio, con tanta información negativa, es mejor dosificarla). Y suena. Te apetece una copa de vino, pero sabes que no es la hora. Mejor por la tarde, después de la lectura, a modo de recompensa. Y sigues pelando patatas, batiendo huevos o preparando la salsa para la pasta. Y su voz, desde el salón, te pregunta: ¿cómo vas? Y dices: bien, bien. Lo dices dos veces: bien, bien. Con firmeza, para que no se preocupe. Y continúas con lo tuyo. 
Sabes que pronto llegará el tiempo de comer esas cerezas que, sin ser tu fruta favorita, este año tanto te apetecen. 

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