lunes, 16 de marzo de 2020

Situaciones insólitas

El jueves fue el último día que besé a mi madre. Desayunamos juntos, dimos un pequeño paseo y nos despedimos a medio camino entre ambas casas. Ahí nos besamos. Aún no habían saltado todas las alarmas. No sabíamos lo que nos aguardaba: este confinamiento, esos metros de distancia que hay que mantener entre unas personas y otras (que, ayer, por cierto, en la cola de la panadería, todo el mundo respetó escrupulosamente). Mi madre ya no salió más de casa. Me acerco día sí y día no a llevarles lo que necesitan y a ayudarla a ella con la comida y otras historias relacionadas con su enfermedad. Mantenemos las distancias exigidas. Y qué difícil se hace eso. Sobre todo, para quienes nos gusta besar, tocar, abrazar a quienes queremos. Una cosa nunca vista con anterioridad. Algo cruel e insólito. Ahí está el rostro de tu madre y no puedes besarlo. Nunca pensé que viviría algo así, sinceramente. Y aunque me duele, no me quejo: esto sólo es una reflexión en voz alta. Tenemos un techo, tenemos comida en la nevera, tenemos quien nos quiera. Somos afortunados, sí. No por ello dejo de pensar en quienes no disponen de estas cosas básicas que hoy se han convertido en privilegios. Vamos a aprender muchas cosas de todo esto, ya os lo digo. 

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