lunes, 23 de marzo de 2020

Peces

A veces, cansando de leer, ver películas, cocinar, escuchar la radio o cualquiera de esas cosas a las que nos agarramos para afrontar este encierro, pienso en momentos que me han hecho feliz. Y tengo, de pronto, cinco o  seis años. Hace calor. Voy con mis padres por un mercado (puede que sea el de Mieres) y veo un puesto donde una mujer grande está vendiendo peces. Me acerco y veo el movimiento en el agua de aquellos peces naranjas y negros. Algunos son muy pequeños, sobre todo los negros. Hay más gente alrededor. Compran peces. La mujer grande los coge con una especie de colador y los mete en una bolsa transparente llena de agua. Los niños se alejan entusiasmados con aquella bolsa transparente con dos o tres peces dentro. Mis padres me miran y sonríen. No sé nada de la vida aún. Ni siquiera sé lo que es la felicidad porque, afortunadamente, hasta ese momento no he conocido otra cosa. Con lo cual, en esos momentos, supongo que ése es el estado natural. Que no existe otra cosa. No hay más planteamiento. 
Nos alejamos del puesto de la mujer grande que vende peces. Hay mucha gente por el mercado y a veces se hace difícil caminar. Algunos niños pasan por nuestro lado y se quedan mirando los peces que llevo dentro de la bolsa transparente. Dicen, mientras se alejan, que ellos también quieren ir al puesto donde está aquella mujer. Pero ya no los veo porque el tiempo se ha detenido y sólo tengo ojos para contemplar aquel movimiento silencioso, el de los peces dentro de una bolsa transparente llena de agua.  

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