miércoles, 1 de abril de 2020

Huir de la melancolía

Llego a casa de mis padres con la comida que he preparado para los próximos días y los encuentro en la cocina, desayunando. No puedo abrazarlos, no puedo besarlos. Mantengo las distancias debidas. Es una situación dura y extraña. Siento, de pronto, ganas de llorar. Pero me contengo, claro. Están asustados y desconcertados. Como todo el mundo, supongo. Trago saliva y me pongo a hablar. Hablo mucho. No sé muy bien lo que estoy diciendo, pero hablo. Hablo como un personaje de Woody Allen, sin parar. Hablo para distraerlos mientras terminan de desayunar. Hablo como si estuviese interpretando una obra de teatro y todo lo que digo lo tuviese memorizado en la cabeza. Hablo para ahuyentar el miedo. Hablo porque después de tantos días viviendo esta situación aún no he asimilado lo que nos está ocurriendo. ¿Alguien lo ha conseguido? 
También me río y los hago reír. No me preguntéis las tonterías que dije para conseguir esas risas. Ya no las recuerdo. 
Los día pasan y la incomprensión permanece. Me despido de mis padres, sin besos ni abrazos. De regreso a mi casa, el frío me sienta bien. Noto pequeñas gotas de lluvia en la cara. Es una sensación agradable. Tan agradable como el movimiento de las piernas fuera de los espacios reducidos. 
Hago las cosas de cada día, procuro mantenerme ocupado todo el tiempo (aunque cueste centrarse por momentos), leo historias nuevas y también releo páginas de algunos libros que me han gustado y que siempre están ahí, al alcance de la mano. Huyo de la melancolía. Creo que es lo último por lo que nos podemos dejar llevar, aunque a ratos la tentación acecha. Abro el último libro de Nélida Piñón y leo: "La vida nos proporciona subsidios para combatir la melancolía". 
Es la frase que necesitaba leer. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario