lunes, 25 de junio de 2012

De un sueño raro

Despertarse en mitad del sueño, desviar los ojos hacia el reloj, comprobar que ya casi no es de noche, que está amaneciendo lentamente y algo de luz se filtra por las rendijas de la persiana. El sobresalto en la boca del estómago, el miedo que acecha sin que sepas muy bien cómo definirlo, la cabeza que parece flotar como en una resaca, aunque la noche anterior no probases una gota de alcohol. La gata, Francesca, al lado de la cama, que, al sentir el movimiento de las sábanas, el roce de la piel con la tela, se acerca, reclamando que salgas de inmediato de la cama, como diciendo ya está bien, levanta las persianas, abre las ventanas, prepara la cafetera, cambia el agua de mi cuenco, echa comida en el otro. Regresar del sueño así, un poco violentamente, quizá por los efectos de una pesadilla. Sí, ahora lo recuerdo bien. Era más bien un sueño extraño que una pesadilla. Una mujer, en una sala a modo de desván, rodeada de muñecos sin ojos y trastos viejos, de periódicos atrasados y crucifijos de diferentes tamaños, quería leernos el futuro, algo a lo que nos negábamos rotundamente. Y ella, entonces, cerraba la puerta y sonreía, la larga hilera de dientes blanquísimos, la piel de su rostro y de su cuerpo algo más oscura, el actuar en contra de la voluntad del que tienes enfrente. Y ahí, sí, despertabas, cuando ella cerraba la puerta y decía algo así como ahora vais a saber lo que va a ocurrir, lo que os va a ocurrir, lo vais a saber... Una atmósfera inquietante, una música que sonaba a lo lejos, el crujir de la madera de las escaleras que nos conducían a aquella habitación, al desván. Los agujeros que tenían los muñecos donde antes había ojos, la materia con la que estaban hechos completamente desgastada, el estropajo negro que hacía las veces de abundante cabello. La mujer que sonreía con cierta maldad. Los crucifijos en las paredes con Cristos muy delgados y muy negros. Las voces que se oían en las otras habitaciones de aquella casa y que se fundían, casi con alivio para los latidos acelerados de mi corazón, en las voces de algunos borrachos que venían de juerga por la calle. La noche de San Juan. Hablaban y no sé muy bien qué decían, gritaban, reían, pero hacían desaparecer el rastro de las otras voces, las del sueño, el crujir de aquella madera, la visión de todo lo que había en aquella habitación (los crucifijos, los muñecos, los periódicos, etc), la carcajada que se escapaba entre los dientes blanquísimos de la mujer que quería leernos el futuro en contra de nuestra voluntad. Y que asustaba casi tanto como las palabras que estaba deseando pronunciar. Y de las que, afortunadamente, logré escapar abriendo los ojos, sintiendo el lomo suave de la gata al estirar un poco la mano, escuchando esas voces que provenían de la calle y que en otras ocasiones asustan y hoy han sido una especie de alivio, de respiro, mientras regresaba de este sueño raro.

1 comentario:

  1. Un relato realmente estremecedor y muy bien conducido.

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