viernes, 15 de junio de 2012

La desaparición de las cosas

Aún hoy, cuando ya han pasado algunos años, no termino de asumir del todo que en aquellos cines en los que pasé tantas horas de mi adolescencia y juventud, refugiado de un mundo que no parecía por entonces hecho a la medida de aquel muchacho que no disfrutaba con la compañía de sus colegas ni de los juegos y las conversaciones con los que éstos disfrutaban, sino que prefería la oscuridad de las salas y la magia que en ellas se proyectaba, películas y más películas, españolas y extranjeras, buenas y menos buenas, clásicas (sí, en Oviedo hubo un tiempo en el que había ciclos de películas clásicas que se proyectaban en los cines) y contemporáneas, aún hoy, digo, no termino de asumir que donde estaban ubicados aquellos cines ahora haya supermercados de unas cadenas y de otras, todos con los mejores precios y los productos más frescos, según las respectivas publicidades. Paso por delante de ellos y siento un escalofrío, una pena importante. La sensación de que un mundo está ya completamente desaparecido. Ahora, en esta ciudad en la que vivo, sólo puedes ir a los cines que están en la última planta de un centro comercial, donde, por cierto, han eliminado, de golpe y porrazo, la primera sesión, la de las cuatro o las cinco, mi preferida. Si no quieres caldo, ya sabes, taza y media. Y por la fuerza. Hace algún tiempo, vimos a una pareja en una de las salas de esos cines comerse una hamburguesa (como ya conté aquí), con sus correspondientes patatas crujientes y su pajita para la Coca-Cola. Pues bien, esta misma semana vimos a un hombre, más o menos de mi edad, entrar con dos bolsas repletas de comida de la cadena de hamburgueserías que hay justo enfrente de los cines. Afortunadamente, entró en otra sala y nos privó del festín que él y sus acompañantes se darían con la comida que iba en aquellas dos enormes bolsas. Aún recuerdo lo que me molestaba que la gente metiera ruido con las palomitas mientras veía la película. Una menudencia al lado de estos atracones que han venido después. Un asco, vaya.
No quiero ser pesismista. Más bien todo lo contrario, no queda otro remedio. Intento ir asumiendo las cosas poco a poco, según van llegando, pero hay días en que la cuesta se hace demasiado empinada. Ayer, sin ir más lejos. Salí temprano de casa, como acostumbro, Caminé durante una hora u hora y media cuando la ciudad estaba empezando a despertar: la gente se dirigía a sus trabajos, los niños al colegio, los parados y los jubilados a sus paseos, etc. Pues bien, después de esa larga caminata, ya de regreso a casa, me encuentro con que el local donde íbamos a ubicar la librería Trabe y que no pudo ser por el empecinamiento de la dueña del mismo en no ajustar el precio del alquiler acaba de abrir sus puertas con uno de esos negocios que, desde el comienzo de esta agotadora crisis, están proliferando por todos los lados, un "Compro oro". Qué queréis que os diga. El mundo se me cayó a los pies. Vivo rodeado de libros desde muy pequeño, no concibo la existencia sin ellos, y vendiéndolos me gané la vida hasta hace año y medio, cuando la librería Trabe cerró y aquella mujer no quiso acceder a cobrar una renta que, a mi juicio, resultaba más que justa, más aún dados los tiempos que corrían y que corren. Gracias a ella, puedo decir que me quedé sin trabajo, y sin él sigo, como sabéis. Ver ayer aquello me revolvió el estómago de una manera difícil de expresar con palabras que no suenen mal. Por mucho optimismo que le ponga a la vida, que se lo pongo, juro que se lo pongo cada mañana cuando me levanto y espero que algunas cosas hayan cambiado o vayan a hacerlo, hay días en que es mejor no levantarse de la cama. Total, para ver lo que hay que ver, mejor seguir durmiendo o pensando en esos otros mundos que no están en éste y con los que, una vez, sin intuir que llegarían a su fin, disfrutaste.

4 comentarios:

  1. Cuánta verdad hay en cada una de tus palabras. Una sensación parecida experimento yo, cuando paseo por La Gran Vía y justo en diversos cines emblemáticos que daban color a esta calle principal de Madrid, hoy acoge, alguno de ellos, una franquicia de la tienda de ese señor gallego tan adinerado.

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  2. Si, estoy de acuerdo, pero la vida también es tomarse una caña en la Plaza de Santa Ana en Madrid, cotillear en los puestos de la Feria del Libro, hacerse fotos, ... tantas cosas buenas y bonitas... fantásticas diría yo, claro que tienen que cambiar las cosas y cambiarán seguro... pero de momento vamos a disfrutar lo poco que tenemos.
    Lo de la librería no me entra en la cabeza y lo de los negocias de Venta de Oro, me parece surrealista, ¿acabaremos empeñando las joyas de la abuela? pero, hoy ¿quién tiene joyas? No sé parece un cuento de otra época.
    Lo de los cines tampoco lo entiendo... mis adorables Clarines dónde vi "Fresa y chocolate" por poner un ejemplo... No sé Ovidio, todo es diferente ahora, pero quizás algún día estos cambios los veamos como buenos.

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  3. Cambia todo de forma inexorable. Los lugares de la infancia desaparecen de repente(junto con las personas que los habitaban)para dar paso a los lugares de la juventud, que tardan un poquito más en desaparecer por haberlo escarmentado antes. En la madurez el proceso de desvanecimiento de lugares(y personas) se torna más lacerante y terrible por haberlo experimentado una vez más, y por sentir, con toda contundencia,la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Desaparecen edificios, tiendas ,librerías,vídeoclubs,los kioscos de prensa, bares y tabernas,restaurantes, plazas,jardines,fuentes...y con ellos las personas asociadas a todos estos lugares.La historia de la Humanidad entera es esa;destruir y volver a construir.No te inquietes demasiado por eso Ovidio; ese "padecimiento" es tan universal que no merece la pena afligirse mucho.Importa más el día a día y los nuevos escenarios(y las personas que los pueblan) para adquirir experiencias que puedan ser añoradas en el futuro.

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  4. La anécdota del atracón cinematográfico me parece demencial, inocentes de nosotras, que nos comíamos unas cuantas gominolas y quédabamos como reinas, pero lo de la señora, el local y la venta de oro ya me parece de nota, porque una vez más, aunque creamos que ya nada más puede sorprendernos, seguimos haciéndolo con cada una de estas cosas, pero eso sí, de quedarse en la cama nada, porque sino, quién iba a ofrecernos esta crónica diaria de la realidad, tan bien contada

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