martes, 26 de junio de 2012

Cuatro manzanas

Esta mañana compré, en una de esas pocas tiendas de toda la vida que van quedando en esta ciudad, pequeños negocios donde resulta agradable comprar y refugiarse en días de mucho sol como el de hoy, cuatro manzanas verdes. Las más verdes de la caja, le pedí a la dependienta, que manejaba la fruta con la soltura y destreza de quien lleva años dedicándose a su oficio, sin perder por ello la delicadeza que requiere su manejo, el traslado de la caja a la bolsa. Quedaban pocas, la mayoría tirando ya a amarillas por alguno de los lados. En estas últimas semanas, el melocotón, el albaricoque, la nectarina, las picotas, las cerezas, las ciruelas, los fresones tardíos, incluso el melón y la sandia, con y sin pepitas, van dejando atrás a la manzana, sobre todo a la verde, dura y crujiente, reluciente en ese esplendor de una textura muy brillante, las que más me gustan. Qué viejas parecen las naranjas y la mayoría de las manzanas al lado de esa fruta de colores rutilantes, de ese exquisito sabor que se adivina sólo con verla ahí, en el interior de sus cajas, tan bien colocada, y con el que se nos hace la boca agua. Cuatro manzanas, las más verdes que quedaban en la caja, que pesaban algo más de un kilo. ¿Le quito una? No, déjelas, así está bien. Cuatro manzanas como aquellas que había en el frutero de la casa de la abuela Luisa, cerca ya del verano, que estaba en la mesa del comedor de la parte de arriba. En eso pensaba, ya de regreso a casa, con la bolsa de la compra en la mano. El verano -aquellos lejanos veranos- en todo su esplendor, todas las ventanas de la casa abiertas, las cortinas moviéndose por la suave brisa, el tiempo que parecía detenido, y las manzanas allí, en el centro de todo. Cuatro manzanas, que, a veces, nadie se apresuraba a comer y se iban quedando amarillas, algo reblandecidas, con un olor dulzón que embargaba la sala y las habitaciones y que después, cuando la abuela decidía hacer mermelada con aquellas y otras guardaba en la despensa que había bajo la escalera, se intensificaba y se esparcía, desde la cocina, por todos los rincones de la casa. Qué rica estaba aquella mermelada, algo dulzona y espesa, mucho más deliciosa que la otra, la que comprábamos en el supermercado y que untábamos en pan de molde recién tostado y acompañábamos con té o café con leche. Por favor, reclamaba a mis nueve o diez años, un poco de café, que el Cola-Cao no me gusta nada. Vale, decían los mayores, y me llenaban la taza de leche con un poco de café que se iba diluyendo poco a poco en la blancura de aquel líquido, la leche, que no me gustaba nada y que sigue sin gustarme. En todo esto pensaba, sí, de regreso a casa, bajo un sol de justicia, con la bolsa de la compra en la mano.
Ahora, cayendo ya la tarde, las manzanas están ahí, las cuatro, en un frutero de color negro, sobre la mesa, también negra y repleta de libros y papeles, siempre con un orden y un motivo todos ellos para estar cerca. La novela que verá pronto la luz, "El tiempo que vendrá", ya maquetada y con las últimas correcciones entregadas a la editorial, a su lado. Los últimos rayos de sol que entran por la ventana, abierta de par en par, se posan sobre ellas. Manzanas de ayer y de hoy, las mismas manzanas, siempre verdes, las más verdes que va dejando la temporada. Y la tentación de coger una y de morderla, y de sentir cómo a través de su sabor pueden ir llegando otros recuerdos, otras historias.

3 comentarios:

  1. Hoy tu texto me recuerda a las manzanas asadas que hacía siempre mi abuela para postre, con aquel azúcar tostado en el horno de la cocina de carbón y aquel olor dulzón que caracterizaba la casa de mi abuela cada mediodía. Me he puesto triste de repente...

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  2. Pues a mí me ha ocurrido todo lo contrario con tu texto, me llega el recuerdo endulzado con alegría de aquellas tardes, en Úbeda, donde el olor a manzanas y el ruido de los caracoles lavándose en la pila, eran lo más parecido a la felicidad de entonces.

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  3. Mis manzanas son rojas y pringosas. Dulces y azucaradas. Manzanas de fiesta, manzanas de caramelo. Manzanas que devoraba en la feria mientras montaba en la noria, los autos locos, el tren de la bruja, el pulpo volador, el dragon maldito, el inocente tio vivo... ay cuantos y cuantos recuerdos tan y tan lejanos desatan unas cuantas manzanas verdes, o no tan verdes.
    Gracias Ovidio

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