Salir de la realidad, abandonarla voluntariamente por unos minutos. Sumergirte en otras historias, en otros mundos, que nunca están tan alejados de los nuestros como pudiésemos pensar. Hacerlo a través de un libro, de una película, de una obra de teatro o de una serie de televisión. Ahí quería llegar yo hoy, a las series de televisión. Las americanas -hay que reconocerlo- siguen siendo las mejores. Sobre todas las cosas, poseen el dominio absoluto del tiempo. En media hora, minuto arriba o abajo, te cuentan la historia: con su planteamiento, su nudo y su desenlace. Media hora es más que suficiente. No hace falta más. Podría identificar cualquier época de mi vida con una de estas series. Épocas de depresión, de euforia, de sosiego... De "Las chicas de oro" a "Urgencias", de "Doctor en Alaska" a "Cheers", de "Fama" a "Nurse Jackie", de "Murphy Brown" a "Twin Peaks". Son sólo algunos ejemplos. Ahora mismo puedo hablar de "The big C". (Junto a "Enligthened" y "American Horror Story" la que más me ha impresionado en los últimos meses). Una serie extraordinaria, políticamente incorrecta, con Laura Linney al frente. (Algunas actrices inteligentes y afortunadas, al pasar de los cuarenta y ser conscientes de que los buenos papeles en el cine las abandonarán casi definitivamente, se refugian en la televisión o en el teatro). Narra la historia de una mujer a la que le es diagnosticado un cáncer y cómo a partir de ahí afronta su vida. Lo más curioso es que no se lo cuenta a nadie de su entorno más cercano: el hijo adolescente, el hermano vagabundo, el marido del que está medio separada... Sólo a su vecina, una anciana huraña con la que no se hablaba y que pone el punto sarcástico y demoledor a la función (maravillosa Phyllis Somerville, aunque todo el elenco está espléndido). Los momentos de euforia incontenible y de estrepitoso bajón; los miedos a no poder llegar a ver crecer a su hijo o a sus futuros nietos; los cambios que pueden llegar a producirse en la vida tan sólo de un minuto a otro, únicamente tras escuchar en boca del médico unas palabras. Esa palabra que todos tememos escuchar. The big C. La C con mayúsculas. La protagonista hace muchas cosas, reflexiona sobre ellas -con sarcasmo o con ternura-, no quiere perderse nada, aunque es consciente de que lo hará, de que perderá numerosas cosas... ¿quién no es consciente de ello, con enfermedad o sin ella? Y sigue luchando por un sueño, el de construir una piscina delante de su casa. Esa piscina en la que vemos a Laura Linney, la protagonista, sumergirse al principio, durante los títulos de crédito. Sumergirse vestida y llegar hasta el fondo y permanecer allí unos minutos, como si así se estuviese refugiando del mundo, de lo que hay al otro lado de esas aguas que la cubren por completo mientras aguanta la respiración. Eso que avanza velozmente, que no da tregua, que nos cansa, que nos puede o nos agota por momentos, pero a lo que no queremos renunciar de ninguna de las maneras. La vida. Con todas sus consecuencias, en sus ratos apoteósicos y también, qué remedio, en los decadentes.
La sensibilidad bien escrita (como en este caso) toca directamente el corazón. El poder del artista, del creador, para sacarnos de nuestra oscura realidad, ésa que a veces y sin piedad, nos atormenta tanto, es imprescindible para continuar nuestro camino. Sin ellos, creadores y artistas, no seríamos nada.
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